Meir Margalit
Israel-Palestina
(Página Abierta, 199-200, enero-febrero de 2009)

            En el pasado Jovencuentro, que se celebró a primeros de diciembre, intervino un destacado miembro del pacifismo israelí, Meir Margalit. Margalitopta por una convivencia pacífica de dos pueblos y dos Estados, partiendo de la indiscutible devolución de los territorios palestinos ocupados desde 1967 por Israel. De su intervención en el Jovencuentro y de otras manifestaciones suyas damos cuenta en este informe.

Hoja de ruta de un pacifista israelí

            Somos un puñado de hombres y mujeres que nos definimos, ante todo y sobre todo, como seres humanos; o sea, no como israelíes, no como judíos, no como hebreos: ante todo, seres humanos. En consecuencia, el ser humano está en el centro de nuestra concepción de la vida y del mundo, y la vida está por encima de todo. Y por eso sostenemos que no hay nada más importante que el ser humano y la vida. Y, por supuesto, que la tierra, los territorios, no valen el que una sola persona sea herida. Nos aferramos a la vida, nos aferramos a la moral, nos aferramos a la justicia, y rechazamos todo tipo de idolatría, y en particular la idolatría nacionalista derechista, aquella que transforma a la tierra en un ídolo que es digno de sacrificar por él una vida. Creemos por encima de todo en las personas y en su capacidad de convivir en paz. Estamos convencidos de que cada cual, cada uno de nosotros, al final del día, lo que quiere es, en síntesis, que sus hijos crezcan en paz.

            Y tal como he dicho, no somos muchos, pero, en forma paradójica, estamos pasando uno de nuestros mejores momentos en la historia del Estado de Israel. Es paradójico porque somos pocos, pero nuestro discurso hoy es el discurso dominante. Más y más israelíes han llegado a la conclusión de que la ocupación es insostenible, y que no se puede seguir conquistando y oprimiendo a un pueblo hasta el fin de los días. Algo que nosotros venimos diciendo desde hace veinte o treinta años. Pero es cierto que todavía no podemos convencer a la sociedad israelí para que dé este vuelco, este salto, a una política pacifista. Israel, hoy por hoy, está dispuesto a hacer la paz –a diferencia de años anteriores, que ni siquiera quería hablar de ello–, pero no está dispuesto a pagar el precio por la paz, que significa devolver los territorios conquistados. Pero ahí estamos nosotros, para tratar de convencer al pueblo de Israel de que el precio vale la pena, porque si no pagamos este precio, entonces el futuro será terrible, tanto para los palestinos como para los israelíes.

            El proceso de degeneración, de bestialización de Israel, comienza el 6 de junio de 1967, el día que estalla la Guerra de los Seis Días, cuando Israel ocupa los territorios de Jordania, Siria y Egipto, y en particular lo que se llama Cisjordania o, en terminología israelí, Judea y Samaria. A partir de ese momento comienza el proceso de degeneración de la sociedad israelí, porque la ocupación, se quiera o no, corrompe.

            A partir de ese momento, Israel entra en un círculo vicioso, en el cual la violencia genera rebelión y la rebelión genera más violencia, y así sucesivamente. A partir de ese momento estamos todos atrapados en este círculo vicioso y no sabemos cómo salir. Los factores que llevan a ello tienen raíces psicológicas muy profundas. El motivo principal por el cual Israel entra dentro de este círculo vicioso es el miedo; un temor que puede tener raíces ancestrales, un miedo que viene de siglos, de la vida producida por la diáspora, en la cual el pueblo judío fue constantemente humillado, constantemente perseguido.

            Cuando uno vive en una atmósfera de miedo, y de pronto se convierte en dueño de su destino, en 1948, con la creación del Estado de Israel, pierde la proporción de las cosas y no puede acomodar su estructura psicológica a la nueva realidad geopolítica. Y el miedo les llevó a adoptar aptitudes militaristas: si su posición era que el pueblo judío fue aniquilado en el Holocausto porque no tenía fuerza para poder replegarse frente al ataque de los alemanes, entonces la solución es un gran Ejército. Un gran Ejército para que no haya un nuevo Holocausto, para que no quieran volver a aniquilarlo. Y en el momento que tienes un gran Ejército, en el momento en que el Ejército toma la dirección de las cosas, tú comienzas este proceso de degeneración. Porque el Ejército como tal no sabe solucionar conflictos sino por la fuerza de las armas. No es que sea gente mala, sino que es gente con una mentalidad sumamente estrecha, y no pueden buscar una solución distinta ante un conflicto. Lo único que saben hacer es luchar, y cuando comienza este círculo de lucha y de ocupación ya estás adentro y en una avalancha de la cual es casi imposible escaparse.

            A partir de ese momento, Israel perdió su rumbo inevitablemente y perdió también la sensatez. Demasiado territorio para un pueblo tan pequeño. A partir de junio de 1967, Israel entra en un empacho territorial, una comilona territorial que acabó con indigestión nacional. Los territorios se convirtieron en una espina que Israel no puede ni digerir ni tampoco vomitar. Es algo así como un eclipse moral que oscurece el porvenir, tanto el de Israel como el de Palestina. Lamentablemente, gran parte del pueblo israelí llegó a la conclusión de que el conflicto carece de solución, que el conflicto es inevitable, que es parte del destino del pueblo judío: “así como durante siglos los antisemitas nos perseguían en la diáspora, así los palestinos intentarán aniquilarnos para toda la vida”.

            Y esta visión determinista y fatalista de la Historia es exactamente lo que nosotros, desde el movimiento pacifista, estamos tratando de cambiar.

La alternativa pacifista

            Nosotros estamos ahí para presentar una alternativa, para demostrarle al pueblo de Israel que, primero, hay con quién hablar, y segundo, que no hay otra alternativa más que hablar, porque si no todos nosotros vamos a terminar reventados. La función nuestra es, ante todo, no permitir que la apatía domine a los pueblos; quebrar el conformismo y hacer que la gente sienta malestar por los agravios que ocurren a pocos kilómetros de sus casas. Perturbar la tranquilidad del que no quiere saber y del que sabe pero no quiere entender. Nuestra función es no permitir que la gente se esconda tras esa frase impune de “no sabíamos lo que estaba sucediendo”.

            No podemos tolerar que la voz oficial del Gobierno sea la única que prevalezca. No podemos consentir que la gente se evada de responsabilidad por las atrocidades que su Ejército está realizando en su nombre. Nuestra misión es poner un gran espejo frente a los ojos del pueblo para que vea adónde ha llegado; para que vea la ocupación, cómo la ocupación los va deformando, y mostrarles constantemente que hay alternativas. Y frente a la excusa o el pretexto de que no hay paz, nuestras organizaciones son la prueba contundente de que hay con quién hablar y de que hay de qué hablar también.

            Nuestra misión es demostrar que la teoría derechista, aquella que sostiene que sólo por la fuerza se solucionarán los problemas, es una farsa. Tratamos de romper el círculo vicioso y estéril de esa política nacionalista, destrozar la dialéctica perversa del nacionalismo y rescatar al ser humano. Queremos, en síntesis, salvar a Israel de sí mismo. Desactivar el mecanismo de alta destrucción que funciona en Israel desde 1967 o tal vez antes.

            La ocupación necesita silencio, pasividad, estabilidad, para poder gobernar impunemente. Por eso, queremos estar constantemente recordando que esta situación es insostenible, que desde un punto de vista ético es inconcebible. Que los territorios hay que devolverlos incondicionalmente, no como parte de un proceso de paz. Hemos conquistado algo por la fuerza, y lo conquistado hay que devolverlo. Después hablaremos de paz. Y no me cabe duda de que después la paz llegará. Pero lo que hemos tomado por la fuerza tendrá que ser devuelto.
No es fácil ser un pacifista en Israel, y en Jerusalén lo es menos todavía. Pero nuestra fuerza, nuestra energía, la extraemos del convencimiento de que estamos haciendo algo justo, algo que quiere, en última instancia, tratar de construir un futuro mejor para nuestros hijos. Estamos, también, inspirados por un proverbio del Talmud –uno de los libros hebreos más importantes– sumamente interesante que dice, más o menos, algo así: “Es probable que tú no puedas acabar con la labor, pero eso no te da permiso para dejar de hacerlo”. Es una idea, un leitmotiv, que nos guía a lo largo de todo el camino (*).

Los grupos pacifistas israelíes y palestinos

            Parto de que es más fácil ser pacifista cuando se es el ocupador que cuando se es la víctima. Pero, dentro de la sociedad israelí, existe una amplia gama de organizaciones con esa impronta, desde organizaciones de derechos humanos, en forma específica, hasta organizaciones de corte político, que están, obviamente, en contra de la ocupación. Ahora no tengo la posibilidad de nombrar a todas. Podría, solamente, hablar de dos que, tal vez, sean las que más admiro; ambas son organizaciones de mujeres, organizaciones feministas y pacifistas.

            Una de ellas, de la que ustedes pueden haber oído hablar, es Mujeres de Negro. Las Mujeres de Negro es una organización que, desde hace más de 15 años, todos los días, a la misma hora, se plantan en una plaza central de la ciudad de Jerusalén con carteles, y se manifiestan vestidas de negro contra la ocupación, haga frío o calor, llueva o granice. Yo estoy absolutamente admirado por la perseverancia que tienen estas mujeres que, después de 15 años, han logrado tener un gran peso en la sociedad israelí.

            La otra organización femenina es la llamada Machsom Watch, Check Point Watch. Son mujeres que todos los días, entre las 6 y las 8 de la mañana, van en grupo a los check point más importantes que separan los territorios con Israel, se plantan ahí, bajo las narices de los soldados, para intentar velar por que el trato de los soldados a los palestinos que entran a trabajar sea lo más decente posible, hasta donde puede ser decente el trato de un soldado, o para ayudar a los palestinos que tienen problemas con su documentación. Luego, vuelven al check point, entre las 4 y la 6 de la tarde, cuando los palestinos regresan a sus territorios después de trabajar.

            Son dos ejemplos nada más de organizaciones que yo admiro. Pero hay otras de distinta índole. Por ejemplo, una organización de corte religioso llamada Rabinos por los Derechos Humanos. Suena raro, pero es un grupo de rabinos que sostiene que el judaísmo no puede darse el lujo de tener estas actitudes para con los palestinos,  que los profetas de Israel están en estos momentos sufriendo cuando leen los diarios y ven lo que está pasando en Israel. O sea, para devolverle a Israel su carácter bíblico-judío-profético, es imprescindible devolver los territorios.

            También cabe mencionar a organizaciones como Doctores por los Derechos Humanos, e incluso, de asistentes sociales por los derechos humanos. Hay organizaciones de corte más radical, como el Centro de  Información Alternativo, y otras más tibias, como el Centro Peres por la Paz. Pero esta gente existe.

            Luego hay muchas organizaciones pequeñitas, como la mía. Nosotros somos entre 10 y 15 personas en lo cotidiano. Cuando llevamos a cabo manifestaciones, como trabajamos con estudiantes, depende. Si es en época de exámenes vendrán menos. Y si no hay presión en la Universidad, seremos unas cuantas centenas. Somos organizaciones pequeñas, pero trabajamos muy pegados porque nos necesitamos mutuamente.

            En cuanto a los grupos palestinos que luchan por la paz, lo primero que debo decir es que nos conocemos desde hace mucho. Muchos años trabajando juntos, prácticamente luchando juntos contra la ocupación. En su gran mayoría nos respetan. Aunque puede haber grupos que, de alguna forma, preferirían que no existiésemos. Hay grupos islámicos extremistas que rechazan nuestra existencia.

            También hay momentos de crisis. Por ejemplo cuando, tras el ascenso electoral de Hamás, no sólo en la franja de Gaza, sino incluso en Cisjordania, nuestro movimiento fue a felicitar a la gente de Hamás y a proponerles un trabajo en común. Entonces, nuestros amigos de Al Fatah nos plantearon el dilema de que o trabajábamos sólo con ellos o sólo con Hamás.

            Nosotros tratamos de mantener las mejores relaciones con todos. Pero hay momentos en los que la realidad política nos pone frente a un dilema nada simple.

Palestinos e israelíes, condenados a entenderse

            No tenemos más remedio, palestinos e israelíes, que vivir conjuntamente. El destino o Dios, o como cada cual lo quiera llamar, nos ha puesto en el mismo pedazo de tierra y tendremos que convivir queramos o no. ¿Por qué el israelí no comprende algo que ustedes comprenden con tanta naturalidad? Vuelvo a lo que he dicho al principio en mi charla: el miedo. El miedo que paraliza, el miedo que da siempre la sensación de que tienes que estar constantemente defendiéndote, y que el otro lado no quiere vivir en paz, sino que está usando esta estrategia de hablar lindo para buscar la oportunidad de clavarte un cuchillo en la espalda, de echarte al mar. Lo más fácil en Israel es tener miedo. Es mucho más difícil tener esperanza, porque la esperanza te exige un proceso de racionalización. El miedo te surge en forma casi instintiva. Y el israelí está constantemente teniendo miedo. Y de tanto en tanto también los árabes le dan motivos para tener miedo.

            Ahora bien, ¿existe alguna perspectiva de que esto cambie? Mi sensación es de que sí, de que esto podría llegar a cambiar. Claro, lo que estoy diciendo se puede revertir de hoy para mañana. No sé, bastaría con leer “revientan dos ómnibus en el centro de Jerusalén” para que lo que yo ahora te estoy diciendo ya sea absolutamente irrelevante. Pero la sensación que tengo es de que por debajo de la tierra, en forma muy subterránea, se están produciendo procesos interesantes de desgaste; que la ocupación se está desgastando sola.

            Puedo dar dos hitos en la historia de los últimos años que tal vez pueden servir de indicador de que algo está pasando. Uno es la evacuación de la franja de Gaza, hace tres años atrás más o menos. Todos creíamos que era imposible evacuar los territorios ocupados en Gaza. Pensábamos que se iba a derramar sangre, que cientos de miles de personas tratarían con su cuerpo de evitar que el Ejército evacuase la franja de Gaza. Bueno, pues la evacuación de la franja de Gaza pasó de forma casi desapercibida. Más allá del ruido y barullo que han armado los colonos, nada.

            Y lo que es más importante, de lo que aún muchos no se han dado cuenta: paralelamente a la evacuación de la franja de Gaza, fueron evacuados cuatro asentamientos pequeños en Cisjordania, en la zona de Samaria. Y digo que son más importantes porque, en tanto que en la franja de Gaza no hay raíces hebreas, nadie puede decir que ahí nació el pueblo judío, etc., en Cisjordania sí. Y, a pesar de todo, fueron evacuados cuatro asentamientos sin mayor movilización por parte del pueblo. Están, eso sí, los colonos, dispuestos a crear situaciones caóticas. Pero el grueso del pueblo de Israel no parece estar dispuesto ni siquiera a hacer el esfuerzo de ir a una manifestación contra la devolución de los territorios.

            Cuando Olmert, en noviembre de 2007, fue a Annápolis, al famoso congreso por la paz, los colonos llamaron a una manifestación multitudinaria contra esta conferencia, y sólo  llegaron 5.000 personas. Años atrás no hubiera habido menos de 100.000. Esto es un indicio de que algo interesante está sucediendo.

            Y esta línea se ve reforzada por el segundo hito que quiero señalar ahora. Lo sucedido en la última confrontación de Israel con las fuerzas libanesas: el fracaso del Ejército más poderoso del Medio Oriente. Fue traumático y abrió de alguna manera los ojos del israelí, que empezó a entender que por la fuerza no se puede lograr todo.

            Estos dos indicios me dan a mí la sensación de que hoy el pueblo israelí está un poco más preparado para poder aceptar una negociación de paz que incluya la devolución de los territorios. Y me da, vuelvo a repetir, la sensación de que la ocupación se está desgastando sola.

            Hace tres o cuatro días atrás tal vez ustedes leyeran en los diarios los problemas que hubo en Hebrón, cuando el Ejército intentó evacuar una casa, una sola casa. Miles de colonos lucharon contra los soldados. Pues bien, sucedió algo interesante para nosotros: por primera vez la gente en la calle decía: “parece que los colonos de Hebrón están locos”. Precisamente lo que nosotros decíamos hace treinta años, que son gente extremista, peligrosa, enloquecida. Nos llevó treinta años convencer a la gente, pero bastó con que los colonos se hayan puesto a tirar piedras a sus soldados para que los israelíes empiecen a comprender que algo ahí no está funcionando bien.

            Ahora bien, repito que todo lo que estoy diciendo ahora –Dios no lo permita– puede cambiar mañana por un atentado que haga que la gente vuelva a ponerse intransigente.

La sociedad israelí y los soldados

            Es cierto que el israelí medio, el israelí de la calle, siente que somos un país odiado por el mundo exterior. Cuando un Gobierno como el español critica la política de Israel, enseguida el israelí lo traduce como un ataque de corte antisemita. El problema es que más de un político internacional, cuando le acusan de antisemita, se calla la boca. Cuida de no criticar para que no le vuelvan a tildar de antisemita. Los políticos europeos deberían decir “no señor, no tengo nada que ver con el antisemitismo. No critico al pueblo judío, critico la política específica en los territorios ocupados”.

            En cuanto a los jóvenes y su relación con el Ejército es bueno saber que no todo soldado, de forma automática, es cómplice de lo que está sucediendo ahora en los territorios ocupados. En primer lugar, hay decenas de objetores de conciencia. En estos momentos hay cuatro jóvenes que están purgando penas de prisión por haberse negado a enrolarse en el Ejército. Pero, más allá de estas decenas de objetores, hay miles de soldados que se niegan a estar en los territorios ocupados; que dicen “yo haré el servicio militar, porque no tengo más remedio que hacerlo, pero dentro de Israel y no en esos territorios, porque no quiero entrar en conflicto con palestinos, no quiero entrar en una situación en la cual tenga que humillarlos, o tenga tal vez que castigarlos”. Y son, como digo, miles.

            En abril de 2008 hubo una gran conscripción, las más grande del año. De esta generación de jóvenes de 18 años que tenían que enrolarse en el Ejército por ley, el 25% buscó excusas de distinta índole para no entrar en el Ejército. Excusas de las más creativas, no es que todos fueran objetores de conciencia. Uno porque “mi abuelita está enferma”, otro porque “se me murió el gato”, otro “porque tengo un callo”, pero no importa. Por primera vez en la historia del Estado de Israel, un 25% de los jóvenes no querían entrar en el Ejército. Pero, más allá de este porcentaje, todavía no sabemos cuántos serán los que, una vez enrolados en el Ejército, lo abandonarán en el curso del servicio militar, y no sabemos cuántos son los que se enrolaron y condicionaron su enrolamiento al hecho de no estar en los territorios ocupados. Y ésa también es una actitud moral digna.

La acción palestina y la manipulación del Gobierno israelí

            Más de una vez he dicho que si los palestinos quieren realmente acabar con la ocupación, deben, por ejemplo, parar durante un periodo toda actitud violenta, tanto física como simbólica, tanto de palabra como en la acción. Si así lo hicieran, entonces, después de un periodo determinado de incubación, el israelí cambiaría su estructura mental. Es más fácil acabar con la ocupación con seis meses de tranquilidad que con seis meses de tirar bombas desde la franja de Gaza.

            La discusión que yo tengo con los palestinos es sobre que ellos nunca nos han preguntado a nosotros qué es lo que proponemos para acabar con la ocupación, convencidos de que tienen la fórmula correcta. Si ellos conocieran un poco mejor la idiosincrasia israelí y fueran más conscientes de la historia y de los temores israelíes, tal vez cambiarían también su estrategia.

            Por otro lado, ciertamente, el Gobierno manipula estos temores de la población israelí. Porque es la esencia de todo Gobierno. Quiere mantener el poder, y para mantener el poder necesita que la gente sea sumisa, y no hay mejor forma de manejar a la sociedad israelí que a través de estos temores. Y más de una vez Israel los agiganta. Basta con que un payaso en Irán diga que quiere exterminar a Israel para que el Gobierno se encargue de que esto figure en la primera página de todos los diarios con letras enormes. Más aún: hoy sabemos, cuando se están abriendo los archivos de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, que existe más de un documento en el cual el Ejército en particular ha dicho, en forma clara, que había que tratar de estimular un poco, acrecentar los temores, para que Israel pueda, de esa manera, unificarse...

            Para entender esto debo explicar antes que Israel es un crisol de inmigrantes que vinieron de todo el mundo, un país donde hay mucha tensión entre esas distintas poblaciones de inmigrantes. Hay dirigentes en los años cuarenta, cincuenta y sesenta que dijeron que la mejor manera de cohesionar a la sociedad israelí era a través de un enemigo común. Generar ese miedo, generar ese temor para que la sociedad estuviese unificada. Esto es terrible. Hay quien ha dicho que, si hubiese paz, nos mataríamos los unos a los otros, los que vinieron de Rusia a los que lo hicieron de Marruecos, y por eso necesitamos un poco de tensión para que la sociedad israelí esté más unificada. Esto es la manipulación criminal manejada por dirigentes del Estado de Israel, plenamente conscientes de lo que significa. Es un crimen contra la humanidad, y hoy se sabe porque se abrieron los archivos de años atrás. Vete a saber lo que encontraremos dentro de cuarenta años cuando se abran los archivos de 2008.

El factor religioso

            Yo he hablado, a propósito de las organizaciones pacifistas israelíes, de la existencia de una protagonizada por judíos religiosos, Rabinos por los Derechos Humanos, que están luchando cotidianamente contra la ocupación. Éste es tal vez el ejemplo de que la religión no tiene por qué ser, automáticamente, un elemento negativo. Es cierto que cumple hoy un factor negativo; es cierto que la religión hoy tiene una característica derechista, que la religión ve los territorios ocupados como propiedad del pueblo judío: “los territorios fueron otorgados por el mismísimo Dios al pueblo judío”. Pero igual que no hay que generalizar y decir que todos los israelíes son así o asá, tampoco hay que hacerlo con los religiosos.

            Otro ejemplo podemos encontrarlo en el campo ortodoxo, en los religiosos más fundamentalistas. Hay, dentro del área fundamentalista, grupos religiosos a los que no les interesa para nada quién sea el soberano en los territorios ocupados. Un buen amigo religioso de este grupo me decía: “me da lo mismo qué bandera haya en el Muro de los Lamentos, lo que yo quiero es que me permitan rezar allí. Qué me importa a mí quién es el soberano”. Ésa también es gente muy interesante, y la traigo a colación para no generalizar y decir que todos son extremistas.

            Estos grupos ortodoxos son grupos muy interesantes porque desde muchos aspectos tienen mucho en común con nosotros, por distintos motivos. Por ejemplo, a mí no me interesa la bandera para nada, pero por motivos anarquistas. Y a ellos no les interesa la bandera por motivos religiosos. Ellos no quieren que sus hijos vayan al Ejército, se niegan, no reconocen el Ejército. Yo tampoco quiero que mis hijos vayan, por otros motivos. Pero es interesante que, en distintos espacios de la sociedad israelí, puedas encontrar a este tipo de gente que, por motivaciones distintas, tienen algo en común.

La solución del conflicto

            La solución es, indudable e indefectiblemente, la devolución de todos los territorios ocupados, otra cosa es la estrategia para llegar a ella. Ésa es la única solución viable y la única solución factible. Estoy dispuesto a considerar algunos, por así decirlo, arreglos cosméticos. Si en algún lugar determinado ocupado por Israel hubiese una fuerte dificultad para devolverlo, y si Israel estuviese dispuesto a darle a los palestinos la misma cantidad de tierra ocupada, pero dentro del Estado de Israel, yo no vería ningún problema en ello siempre y cuando los palestinos lo aceptasen, y yo sé que están dispuestos a hacerlo.

            Hoy, en las negociaciones que se están dando entre Israel y Palestina, Israel habla de que un 4% de la tierra palestina quedará bajo soberanía israelí, pero que se les dará a los palestinos un 4% de tierra israelí a cambio. Ésa es la solución. Eso no es nada del otro mundo, no es nada difícil de hacer. Se hace un poco más complicado cuando entramos en el tema de Jerusalén, porque Jerusalén se ha convertido en una ciudad indivisible. Está tan entrelazada la parte occidental con la parte oriental, que es prácticamente imposible dividir la ciudad.

            En consecuencia, lo que nosotros proponemos, y también los palestinos están dispuestos a considerarlo, es una solución un poco extraña a nuestros ojos, pero no hemos encontrado nada mejor: transformar Jerusalén en capital de dos naciones; o sea, mantenerla unida. Mantenerla unida, pero que sea capital de Israel y de Palestina, paralelamente. En los barrios israelíes donde hay mayoría israelí habrá bandera israelí, y el municipio tendrá un nombre hebreo. Y en los barrios palestinos habrá bandera palestina, y el municipio ostentará un apelativo en árabe. Y ambos trabajarán juntos bajo un mismo marco municipal.

            En esta alternativa hay, sin duda, serios problemas de viabilidad. Por ejemplo, qué pasa si un vehículo palestino comete un accidente de tráfico en la parte israelí, quién lo apresa, ¿la policía israelí o la palestina?; y dónde se hará el juicio, ¿acá o allá?; y qué seguro pagará, ¿este o el otro? Son muchas las cosas que todavía tenemos que elaborar. Pero no he encontrado hasta ahora nada mejor. Para ello, y ahí está el problema, deben cumplirse dos condiciones necesarias: la creatividad y la buena voluntad. Creatividad podemos encontrar, buena voluntad se hace más difícil. Pero tenemos confianza en que con el tiempo esto sucederá.

            Cuando me preguntan por el carácter democrático del Estado de Israel, insisto en que por mi parte estoy intentando transmitirle a la gente de Israel que éste no puede ser un país democrático en tanto siga ocupando territorios palestinos. Israel tiene que decidir si quiere ser un país democrático o si quiere seguir ocupando los territorios. Frente a todo el malabarismo que haga el israelí para tratar de conjugar ambos conceptos, nuestra función es demostrarle que esto no funciona, que es una mentira. O una cosa o la otra, decidan.

            Y en relación con la propuesta de una intervención internacional en el conflicto, vengo afirmando que quiero que haya un Ejército de intervención internacional en los territorios ocupados para de esa forma neutralizar el efecto negativo que tiene el Ejército de Israel en aquellos territorios. Si me dicen que no hace falta que sea un Ejército, sino una fuerza civil internacional, diré que perfecto, pero que tenga todos los elementos necesarios para poder imponerse frente al Ejército israelí.

            Estoy de acuerdo también en que la comunidad internacional tiene que forzar al Estado de Israel a cumplir con la ley internacional y por eso estoy a favor, por ejemplo, de las sanciones. Así como en Sudáfrica las sanciones parece que apresuraron el proceso del fin del apartheid, de la misma manera podría ocurrir con las sanciones al Estado de Israel. Tal vez, digamos, focalizadas hacia aquellos aspectos que tienen que ver con la ocupación.

El factor demográfico y la división territorial palestina

            El diferente desarrollo demográfico entre palestinos e israelíes es una cuestión central. Una parte de los temores israelíes es precisamente eso, qué va a pasar con Israel cuando los palestinos se conviertan en mayoría. La evacuación de la franja de Gaza hecha por Sharon hace unos años atrás no fue el producto de que, de pronto, se convirtiera en un humanista liberal o de que, de pronto, viese la luz. Calculó cuántos somos, cuántos son, cuántos años habrían de pasar hasta que ellos fuesen mayoría. Entonces dijo: “bueno, devuelvo la franja de Gaza y me quedo con un millón y medio menos de palestinos. Entonces, estoy postergando por otros 10 o 15 años el momento en el que los palestinos sean mayoría”.

            En Jerusalén es mucho más complejo, porque allí los palestinos serán mayoría entre el 2015 y el 2020. No estoy hablando del futuro, estoy hablando de pasado mañana. Con toda seguridad es uno de los asuntos que están aterrorizando al Gobierno de Israel, el hecho de que dentro de unos años el alcalde de la ciudad de Jerusalén pueda ser palestino. Y por eso están implementando una política que tiene como objetivo tratar de echar de la ciudad al mayor número posible de palestinos.

            Uno de los instrumentos de esa política es precisamente la destrucción de casas levantadas por la población palestina en su propia tierra. Es eso contra lo que nosotros estamos luchando. ¿Por qué destruyen esas casas? Las destruyen basándose en que los palestinos construyen sin licencia. Y se ven obligados a construir sin licencia porque el Gobierno les niega la posibilidad de construir de forma legal, considerando que cuantas más casas más palestinos, y menos casas menos palestinos. Luego viene la orden de demolición, viene el bulldozer y ahí entramos nosotros como organización pacifista para luchar contra estas demoliciones. Y si no podemos salvar la casa, la reconstruimos aunque sólo sea en parte, como forma de desobediencia civil.

            En cuanto a la separación territorial palestino-israelí, es cierto que gran parte de Israel quisiera que la muralla, cifrada aproximadamente en un 12% de la tierra palestina, se convirtiese en una frontera entre Israel y Palestina. Quisiera, también, que los palestinos estén divididos, fragmentados en lo que habéis llamado, con acierto, bantustanes, porque es  la manera más fácil de poder dominar a esta población. Obviamente, esto no funciona; y no funcionará. Tarde o temprano Israel tendrá que devolver todos los territorios ocupados.

            En las negociaciones que se están ahora llevando a cabo entre Israel y Abu Mazen, o sea, con la parte oeste, no con Gaza, Israel quiere quedarse con el 6% de la tierra palestina. Y vuelvo a repetir: ahora las murallas está tragándose un 12%, pero estaría dispuesta a quedarse con un 6%. O sea, que ya está dispuesta a mover el tramo de la muralla. Y digo aún más: en el curso de los últimos meses, se dejó de construir la muralla. De los 740 kilómetros de longitud de la muralla, están construidos aproximadamente cuatrocientos y algo. Dejaron de construir la muralla porque entienden que habrá que moverla en algún momento.

            Claro, que puede que todo se venga abajo por el tema de la ciudad vieja de Jerusalén, por un kilómetro cuadrado, o tal vez simplemente por la ubicación de los diversos templos; que se llegue a un 98,9% de acuerdo, y sólo por eso todo esto se desmonte. Ciertamente, parece que es lo que quiere la derecha, desde la derecha hasta el laborismo. Pero creo que, poco a poco, Israel se está dando cuenta de que esto no funciona.                                      

            (*) Hasta aquí, la intervención primera de Meir Margalit. Lo que sigue forma parte de las respuestas del largo coloquio que se produjo después.

APÉNDICE 1
Meir Margalit

            Aunque desde el año 1972 vive en Israel, y más en concreto en Jerusalén, nació en Buenos Aires en el seno de una familia sionista. Su padre fue un superviviente del holocausto que escapó de la Polonia ocupada. Fue educado en Argentina en la convicción de que el Estado de Israel era el sueño más justo de este mundo. Así que a los 18 años, convencido del proyecto sionista, se alistó en la sección de infantería del Ejército israelí, para defender la creación y expansión del Estado de Israel. El cuerpo del Ejército en el que estaba alistado tenía una doble misión: como tropas de choque y como constructores de asentamientos israelíes en territorio ocupado. Él participó con sus propias manos en la construcción del asentamiento de Netzarim.

            En octubre de 1973, durante la guerra de Yom Kippur, siendo –según sus propias palabras– un “combatiente convencido”, resultó herido, y fue hospitalizado durante meses. Ese periodo de internamiento cambió su vida. En el hospital veía cada día madres que perdían hijos, hijos que perdían brazos, piernas, ojos... Y empezó a preguntarse si era necesario tanto sufrimiento por ambos lados sólo para llevar a cabo el delirio expansionista del gran Israel.

            Posteriormente se matriculó en la Universidad de Jerusalén y se doctoró en historia israelí, y lo hizo con Ilan Pappe, el motor de la nueva historia de Israel. Durante su periodo como estudiante fue activista de la organización Peace Now, que tenía como objetivo que se pusiese fin a la ocupación. Su causa es la democracia en Israel, para él una farsa hoy mientras continúe la ocupación. Por ello, contribuyó a la fundación del partido Meretz, una alternativa de izquierdas por la paz y la integración (*). Consiguió acceder al consejo municipal de la ciudad de Jerusalén, desde 1998 a 2002, con 3 concejales de los 21 que lo forman. En noviembre de 2008 volvió a resultar elegido en las elecciones locales por el partido Meretz. Tras su primer paso por el Ayuntamiento, contribuyó a fundar el Comité Israelí contra las Demoliciones, del que es coordinador. Actualmente Margalit es, además, coordinador israelí (hay otro palestino) de la Alianza israelí-palestina de ONG por la Paz (PICSA).

            (*) Actualmente, Meretz tiene 5 diputados –de los 120 que componen el Parlamento–, aunque ha llegado a tener 12. Parte de una corriente intelectual muy reconocida en Israel, crítica con el laborismo, podría apoyar a este partido en las próximas elecciones.

APÉNDICE 2
El Comité Israelí contra las Demoliciones

            El Comité Israelí contra las Demoliciones fue creado en 1998, y recibe algo de ayuda de la UE (*). La labor de este organismo, como estrategia de desobediencia civil, consiste en tratar de impedir las demoliciones, y en reconstruir las edificaciones que son destruidas por las fuerzas israelíes, para evitar la expulsión de la población palestina de Jerusalén. Algunas han llegado a reconstruirlas hasta cinco veces, con lo que eso significa: cuatro demoliciones previas. Desde 1967, Israel ha demolido 12.000 casas palestinas en los territorios ocupados, incluido Jerusalén este; 5.000 de ellas desde el inicio de la segunda Intifada (octubre de 2000). Desde la construcción del muro se han ido acrecentando las demoliciones.

            El Comité contra las Demoliciones no escatima esfuerzos a la hora de evitar que destruyan una casa palestina. Lo mismo apelan a la Corte para tratar de congelar la orden legal de demolición, que se dirigen a fuentes diplomáticas, organizaciones de DD HH o periodistas para que les ayuden a presionar al Gobierno de Israel. Pero cuando nada de esto ha dado resultado, los miembros del Comité pasan a la resistencia, a la desobediencia civil. Se personan en la casa palestina que va a ser demolida y se encierran, encadenándose dentro para evitar que los buldócer la tiren. «Aunque vienen palestinos a encerrarse con nosotros –indica Margalit–, no les dejamos. Preferimos que no estén porque, aunque a nosotros nos trata mal la policía, sabemos que volveremos a casa esa noche. En cambio, el palestino puede terminar en prisión o en el hospital». Si aun así tiran la casa, el Comité Israelí contra las Demoliciones la reconstruye, lo que les supone actuar en contra de la ley.

            La ciudad de Jerusalén tiene unos 700.000 habitantes, un tercio de los cuales, aproximadamente, son palestinos. La municipalidad, de forma sistemática desde hace años, no da permisos a los palestinos para construir casas de forma legal. Como no tienen más remedio que construir de forma ilegal, la municipalidad hace dos cosas: en  la mayor parte de los casos los lleva a juicio y la gente tiene que pagar grandes multas; en el resto de los casos les demuele la casa. El hecho de que esto no suceda en la mayor parte de los casos se debe a que demoler una casa supone un problema logístico y un problema económico: es caro. Hay que movilizar a los buldóceres, a los inspectores, a la policía, a los soldados para cerrar el área... Hace dos o tres años, en Jerusalén había algo así como diez mil casas sin los permisos en regla. Cada año se construyen unas mil casas sin permisos y la municipalidad destruye unas cien por año.

            Una de las actividades que lleva a cabo el Comité es la de iniciar un proceso judicial contra las multas y, sobre todo, para detener una demolición. Algo que consiguen de vez en cuando alegando que no se han cumplido los trámites requeridos por parte de la autoridad municipal.

            En relación con la actuación de los jueces, Margalit suele señalar que los consideran en general autónomos y sensibles ante el drama planteado, y que se ven impedidos para actuar de otra manera en este asunto, debido a la legislación existente.

            Dentro de la política israelí de limpieza étnica en Jerusalén, la policía a menudo ha solido confiscar cédulas de identidad entre la población palestina. Mientras fue concejal, Margalit les restituía las cartas que acreditaban su vecindad. Entonces, la prensa le acusaba de amparar a terroristas.
 
(*) The Israeli Committee Against House Demolitions (ICAHD), http:/www.icahd.org. 

APÉNDICE 3
La pluralidad étnica israelí

            Durante las primeras tres décadas desde la creación del Estado israelí, la cuestión étnica fue uno de los asuntos más problemáticos que vivió la sociedad israelí. Había mucha tensión entre sefardíes y ashkenazíes, aunque también dentro de esos grupos étnicos había tensiones internas. Gracias al conflicto árabe-israelí estas tensiones pudieron ser manejadas. No estallaron, salvo en dos o tres oportunidades. En concreto, en Jerusalén se produjo un estallido muy importante en los años setenta, protagonizado por los llamados Panteras Negras. Quisieron  reivindicar la dignidad de los marroquíes [emigrantes norteafricanos].

            Después de sesenta años, esta tensión no es que haya desaparecido del todo, pero no es dominante, como lo era en el pasado. Hoy ya existe una generación mestiza y, en consecuencia, esa división ya no tiene el peso que tenía en su primer momento. Hay, no obstante, partidos políticos que tratan de reivindicar esa afirmación étnica, como, por ejemplo, Shas, un partido político sefardí que tiene doce escaños en el Parlamento.