Fernando Fernández-Llébrez

Jóvenes y democracia
(Jovencuentro, diciembre de 2008)
(Página Abierta, 199-200, enero-febrero de 2009).

            De forma general se puede decir que entre los jóvenes las cuestiones de carácter político ocupan una posición secundaria dentro de sus preocupaciones vitales. Hay otras que ocupan un lugar prioritario frente a la política. La preocupación por los problemas de la política es menor, en términos generales, entre los jóvenes de entre 15 y 29 años. Esto es característico de estos jóvenes, pero también es característico del tipo de sociedad democrática avanzada, del siglo XXI, de nuestro entorno. Es decir, esta posición secundaria de la política está acorde con los tiempos que nos ha tocado vivir.

            Sobre la democracia y los jóvenes, yo voy a señalar cuatro aspectos. Uno, el tema de la legitimidad de la democracia, qué piensan de la legitimidad de la democracia. Dos, qué piensan del voto. Tres, qué piensan de la participación. Y cuatro, qué piensan de la ciudadanía.

Legitimidad de la democracia e interés por la política

            En España hay una altísima legitimidad de la democracia entre los jóvenes. El 80%, ocho de cada diez jóvenes, considera preferible la democracia frente a cualquier otro régimen político. Solamente hay un 5% de jóvenes que piensan que es mejor un Gobierno autoritario, y sólo hay un 10% que piensa que le da igual un sistema político autoritario o democrático. Este dato ha evolucionado con el paso del tiempo. En 1997 había un 75% que a la pregunta de “¿La democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno?”, decían que sí; y en 2005, contestaba afirmativamente un 80%. Los que prefieren un Gobierno autoritario eran entonces un 7% y han bajado a un 5%. Y los que opinan que da lo mismo un régimen que otro han pasado del 13% al 11%.

            Del mismo modo, en cuanto a la función que cumplen los partidos dentro del sistema democrático, es decir, a la pregunta “¿Son centrales los partidos para la vida en democracia?”, los jóvenes, mayoritariamente, responden que sí; hay, por tanto, una altísima aceptación de los partidos en cuanto a su función institucional dentro del sistema político. Están de acuerdo en que los partidos son fundamentales para el sistema democrático en torno a un 70%, y están en desacuerdo un 20%. Y no saben o no contestan, el 6%. Si le preguntamos, por ejemplo, a los jóvenes “¿Gracias a los partidos la gente puede participar en la vida política?”, de nuevo están de acuerdo con esta idea un 65%, no están de acuerdo un 30% y no saben o no contestan un 6%.

            Ahora bien, si le preguntamos a los jóvenes “¿Qué grado de satisfacción hay con la democracia en España, con el funcionamiento de la democracia en España tal cual?”, aquí ya empiezan a ser más críticos. Y lo que sale es que no es tan alta la satisfacción. Hay cerca de un 50% que dicen estar muy o bastante satisfechos con ella y un 45% que están poco o nada satisfechos. De hecho, la valoración media de la democracia en España, en una escala de 1 a 10, es de 5,6 puntos. 

            Del mismo modo, si les preguntamos por la insatisfacción con los partidos como instrumentos reales de participación, es decir, si ayudan de verdad a que la gente participe en la vida pública, de nuevo aquí el grado de confianza baja más aún que en la cuestión de la satisfacción con la democracia: en una escala de 1 a 10, el 81,5% de los jóvenes se sitúan entre el 1 (no confían nada) y el 5 (confianza a medias).

            Asimismo, un 70% de los jóvenes piensan que todos los partidos son iguales. Con esa concepción no diferencian entre un partido y otro. Un 30% piensa que ningún partido defiende los intereses de los jóvenes, y un 45% piensa que las peleas entre los partidos llevan a la fractura y división de la sociedad. En definitiva, hay una valoración crítica de los partidos como instrumentos de participación política.

            Por otra parte, el interés por la política en los jóvenes españoles es bastante bajo. El porcentaje puede variar dos puntos arriba o dos puntos abajo, por lo que debemos tomarlo de modo indicativo, como un trazo grueso de la cuestión.  Según un estudio de Injuve de 2005, el 76% de los jóvenes dicen que tienen poco o ningún interés por la política. De hecho, los sentimientos hacia la política, mayoritariamente, son de aburrimiento, de desconfianza. En los últimos veinte años la desconfianza, el desinterés y la irritación hacia la política han aumentado.

            Esto contrasta, por ejemplo, con los datos de los países europeos de nuestro entorno. La media nuestra de interés por la política está en torno a un 24%, mientras que la media europea está en un 37%. Por ejemplo, en Gran Bretaña el interés de los jóvenes por la política se sitúa en un 30%; en Alemania, en el 51%; en Francia, en el 36%, y en Italia, en el 43%. Aquí sí hay un salto entre el caso español y el caso europeo. Sobre todo, el salto claro es con respecto a Alemania y  Francia. Y sobre todo con la media europea.

            Esta opinión negativa de la política se refleja también, por ejemplo, en la idea de que los políticos buscan su interés personal. Quienes así opinan no bajan del 70%, y oscilan entre el 70% y el 77% las personas que dicen que los políticos se preocupan sólo de su interés personal. El 65% de los consultados consideran que los políticos no se preocupan de los problemas de los jóvenes. 

            En definitiva, en este primer apartado, se puede decir que hay una alta valoración de la democracia y del Estado de partidos. Hay una satisfacción media con la democracia, pero menor en relación con la valoración de la democracia. Hay una crítica muy clara a la función de los partidos como agentes de participación. Y, por último, hay un bajo interés por la política, un bajo interés progresivo, aunque es menor en comparación con otros países europeos.

La cuestión del voto

            El voto es la forma por antonomasia de participación política en este país y en el resto de las democracias que nos rodean. Y la más normalizada en nuestro contexto y en nuestra sociedad. La mejor forma de ver este dato, por señalar algunos elementos, es el contraste con su ausencia. Como veíamos antes, es abrumadora la contraposición entre democracia y autoritarismo. Voy a intentar señalar algunos de estos matices en este trazo grueso de aceptación del voto como forma de participación normalizada en nuestra sociedad democrática.

            ¿Qué importancia le da la gente joven a su voto a la hora de participar políticamente? Hay un reconocimiento alto de la influencia del voto. Por ejemplo, a la pregunta de “¿A través del voto la gente como yo puede influir en política?”, están de acuerdo con ello el 75%. Incluso hay un 68% que está en desacuerdo con la idea de que “Vota tanta gente que mi voto no influye en los resultados”. Los jóvenes son muy críticos con esa idea. De hecho, hay cerca de un 80% de jóvenes que dicen que votan, según las encuestas. Este dato es menor que el de los adultos: entre los adultos aseguran que votan entre el 85% y el 90%.

            Esta influencia y condicionalidad del voto es a veces incluso muy significativa desde el punto de vista electoral. Voy a poner dos ejemplos: el caso de España y el caso de las últimas elecciones en EE UU que dieron la victoria a Obama. En el caso español voy a dar unos datos que se refieren a chavales de entre 18 y 29 años, menos en las elecciones de 2008, que se refieren a jóvenes de entre 18 y 24 años. En las tres elecciones en las que ha habido cambio de Gobierno –1982, 1996 y 2004–, la importancia del voto joven no ha sido el único factor explicativo, pero sí ha sido un factor importante para el cambio de Gobierno. En 1982, año en que ganó el PSOE por mayoría absoluta, el voto joven, mayoritariamente, fue al PSOE: el 59%. En 1996, que es cuando gana por primera vez el PP, ya hay un cambio: 28% el PSOE (por primera vez pierde el voto joven) y 31% el PP. No es tan grande la diferencia, como de hecho no fue tan grande la diferencia en el resultado electoral general, pues fue muy ajustada la victoria del PP en esas elecciones. De nuevo se vuelven a mantener, más o menos, estos porcentajes en 2000: el PSOE 24%, el PP 38%, y este último consolida su mayoría absoluta en esa época. Y en 2004, cuando gana Zapatero, de nuevo se invierte la tendencia: el 50% del voto joven va para el PSOE y el 19% para el PP. Es decir, que el voto joven, aun siendo menor que el voto de los adultos, tiene cierta repercusión sobre los resultados electorales. Luego hay correspondencia entre lo que los jóvenes perciben de la importancia de su voto y lo que ocurre realmente en la sociedad en la que vivimos. El caso de los votos de la gente joven a IU se explica por otros factores, sobre todo por el liderazgo de Anguita.

            En cuanto a la victoria electoral de Obama en EE UU, vemos que obtiene el 66,32% de los votos de los jóvenes; el 68,31% de los primeros votantes; el 56,43 de las mujeres; el 95,5% de afroamericanos –esto es demoledor–; el 66,31% de los hispanos. Y entre los blancos, el 43%, que es el sector en donde, de entre los votantes, gana MacCain. De nuevo aparece el voto joven como factor destacado en la victoria de Obama, aunque no es el principal factor. El voto de los afroamericanos, en este caso, es más importante. 

            Otra cuestión es el voto como obligación moral. Hay un 85% de los jóvenes que dicen que están de acuerdo con la idea de que “En democracia todos los votos son importantes”. Es decir, que todos los votos, vote quien vote y se vote a quien se vote, son igual de importantes. En ese sentido, el voto tiene una labor legitimadora muy notable. Por ejemplo, hay un 80% que dice que “Votar contribuye a sostener la democracia”. Por consiguiente, hay una clara identificación entre democracia y voto.

            Hay un 53% de los jóvenes que está de acuerdo con la idea de que “Hay que votar siempre, pues es una obligación moral hacerlo”. No obstante, esta idea de obligación moral no es tan clara como la que se reflejaría en ese 53%, tiene muchos matices. Voy a señalar algunos. Por ejemplo, hay un 67% de los jóvenes que dicen que “No votar es una postura tan legítima como votar”. Si hay un 53% que dice que siempre hay que votar y un 67% que dice que tan legítimo es votar como no votar, tiene que haber algunos que piensen las dos cosas al mismo tiempo, porque si no, no cuadran los datos. De hecho, entre los jóvenes que dicen que hay que votar siempre, hay un 50% que dicen que tan legítimo es votar como no votar. Al mismo tiempo que dicen que siempre hay que votar, también están de acuerdo con que votar y no votar es igual de legítimo. 

            Cuando se habla de obligación de votar o de que el voto es algo obligatorio, realmente lo que se está diciendo es que hay una preferencia moral por el voto, pero no hay una consideración de obligar a otro a que vote. La única forma de cuadrar estos datos tan contradictorios es señalar que esa idea de la obligación moral es más una preferencia moral que una obligación en el sentido fuerte de la palabra. Es una forma de identificarte con la democracia. Eso genera contradicciones entre los jóvenes votantes y no votantes. Hay que tener en cuenta que en este país, y es un factor que no se puede olvidar, votar es un derecho, no un deber.
 
Jóvenes y abstención electoral

            Ya hemos indicado que los jóvenes votan menos que los adultos: hay una diferencia entre 8 y 15 puntos. En cuanto a los rasgos mayoritarios de un abstencionista son: persona joven, con estudios medios, urbano, no tiene una clara preferencia ideológica, con cierta indefinición ideológica, pero más de centro izquierda; y si vota, por su ubicación ideológica, lo hace prioritariamente por el PSOE.

            Entre los motivos alegados para no votar los hay generales y sustantivos. Los generales son de dos tipos: motivos involuntarios y voluntarios. Los involuntarios, por ejemplo, pueden ser los casos de aquellos jóvenes que no estén apuntados en el censo, que estén fuera o estén enfermos. Los  voluntarios son los de quienes dicen: “sabía quién iba a ganar ya, luego para qué voy a votar”, “no sirve para nada mi voto”...  El porcentaje de jóvenes que no votan por estos motivos generales llega a un 30%. Y en los motivos sustantivos, la razón principal es
el desinterés por la política: hay un 40% de abstencionistas que dicen que no votan por desinterés por la política. También hay otras razones: por ejemplo, que no exista una alternativa que les convenza, la indiferencia, etc.

            La mayoría de los jóvenes, en general, votan opciones de centro izquierda (PSOE). La autoubicación ideológica de los jóvenes es también de centro-izquierda (ver cuadro). Y las razones del por qué votan son plurales y variadas. Varían en función de las elecciones, de los partidos a los que se vota y de los contextos. Por ejemplo, en los votantes del PP el liderazgo, hasta 1993, influyó muy poco. Era la época de Manuel Fraga. En cambio, en IU la función del líder es muy importante, como ocurría en la etapa de Julio Anguita. Simplificando, podríamos citar tres grandes razones por las que votan los jóvenes. Una, el caso de los jóvenes que votan por convicción: es el de la mayoría –un 68%–, porque están de acuerdo con el partido político al que votan. Dos, los jóvenes que votan, no porque estén convencidos, sino que lo hacen con ciertas dudas, y se identifican con la opción elegida sólo someramente (un 19%). Y luego hay un 10% –porcentaje que cada vez está creciendo más– de jóvenes  que votan para evitar un mal mayor, que lo hacen para que no gane otro partido.

La participación y asociación

            Ahora voy a señalar algunos factores que no sólo tienen que ver con el voto, porque la participación social y política no solamente afecta al voto, sino también a otros  aspectos de la vida. Me detendré en los temas de la participación política y del asociacionismo.

            Junto a la participación electoral, también hay entre los jóvenes otras formas de participación política no convencional (manifestaciones, recogida de firmas...). Según los datos de 2006, la mayor participación se ha dado en manifestaciones (un 58%), seguida de recogida de firmas (45%) o boicot a productos (21%) (ver cuadro).

            De forma general, ¿qué significa esta participación no convencional en relación con Europa y en relación con la participación convencional (el voto)? Estos datos suponen un leve ascenso respecto al pasado. Pero no es tan fuerte como el que se ha dado, por ejemplo, entre 1980 y 2000, en Europa, donde ha habido un ascenso muy grande de esa participación no convencional. Pero hay que ser conscientes también de una cuestión que señala muy bien Antonio Jaime en un texto comparativo con el entorno europeo, y es la cantidad de movilizaciones que se han producido en dos contextos coyunturales muy específicos. Uno ha sido la guerra de Iraq, y el otro las movilizaciones por parte de la Iglesia y de la derecha en relación con el tema del aborto. La tesis de Antonio Jaime, que yo comparto, es que, seguramente, hasta que no pasen más años y no se mantengan estos grados, será más razonable explicar la participación no convencional por factores coyunturales, del contexto político, de la polarización política vivida en estos años, más que porque haya habido un ascenso de esa participación política no convencional.

            Aun así, sí es un poco llamativo lo que señala el propio Antonio Jaime, que en manifestaciones y en firmas de peticiones, España supera a Francia e Italia, algo inusual hasta la fecha. Con todo, también hay que ser conscientes de que en esta forma de participación, si exceptuamos las manifestaciones, que además tienen una dimensión más coyuntural, por el contexto que hemos señalado, muchas de las experiencias que he indicado son más de carácter esporádico, no son continuadas en el tiempo y están más sujetas a la dimensión individual que a la dimensión colectiva de esa participación. Luego hay que contextualizarla en esa realidad, porque se habla de participación política no convencional como si fuese la panacea.  
         
            Para conocer un tipo de participación más sostenida conviene ver esta  cuestión de la participación juvenil fuera del ámbito electoral, en el campo del asociacionismo. La participación de los jóvenes en este tipo de asociaciones está en torno a un 37%, no ha variado mucho. Ese porcentaje es similar al que se registra en los países europeos de nuestro entorno. ¿Cuáles son los tipos de asociaciones en las que la gente joven participa? Ante todo, muy diversas. Según los datos de 2006, la lista está encabezada por las deportivas (50%), seguidas de las culturales (20%), recreativas o club social (15%), estudiantiles (15%), religiosas (13%), excursionistas (11%), asistenciales (9%), derechos humanos (5,3%), sindicales (4,5%), asociaciones de vecinos y consumidores (4%), partidos (3,6%), pacifistas (2,5%) y feministas (0,8%).

            Entre las razones por las que se asocian los jóvenes, la principal sigue siendo la de hacer actividades de su agrado (38%); es decir, que se asocian porque se lo pasan bien, porque se sienten a gusto. Las razones altruistas están presentes, pero en menor medida (16%). Si nos detenemos en la participación en las ONG, vemos que queda reducida a un 5%. Este porcentaje no ha cambiado mucho, y se mantiene similar a años anteriores. ¿Cuáles son los rasgos sociodemográficos de los jóvenes que participan en las ONG? Participan, o están dispuestos a participar, jóvenes de entre 25 y 29 años que viven de forma independiente, que compatibilizan el trabajo y el estudio, con mayores niveles de formación, y que residen en núcleos urbanos. No participan, o no tienen intención de participar, los más jóvenes, los que viven en domicilio paterno, estudian o trabajan, poseen menores niveles de estudios, y viven en entornos rurales o intermedios.

Ciudadanía y cultura cívica

            Ahora vamos a ver desde qué cultura política se construye esa participación –que yo creo que es el punto más delicado–, que es el tema de la ciudadanía.

            De forma general se puede decir que hay una concepción de la ciudadanía entre los jóvenes bastante despolitizada, o poco politizada, es decir, poco atenta a la dimensión cívica y general de la acción pública, a la dimensión cívica y a la dimensión general de la ciudadanía. Poco preocupada por los problemas generales del país; no por sus problemas o los problemas de su ONG, sino del conjunto del país. A eso me refiero con lo de dimensión pública y política. Voy a dar algunos indicadores para mostrar esto. 

            Hay un indicador muy característico que se usa para medir la base de la cultura política, que es el referido al grado de confianza social, es decir, el grado de confianza en las personas que nos rodean. El grado de confianza social es bastante bajo entre los jóvenes. Así, hay un 61,4% de jóvenes que dicen que “Todas las preocupaciones son pocas a la hora de tratar con la gente”. Es un porcentaje muy alto, de los más altos de Europa. Se les pregunta, por ejemplo: “¿Creéis que la sociedad en la que vivimos necesita cambios?”, y un 43% dice que nuestra sociedad “puede mejorarse con pequeños cambios”, y un 45% opina que nuestra sociedad “necesita de reformas profundas”. Los porcentajes de los lados extremos, el de “no necesita cambios” y “se necesita hacer una revolución” son muy pequeños. Pero hay un problema que supone un callejón de difícil salida, en mi opinión. Si no tengo confianza en los demás, y yo quiero cambiar la sociedad, ¿desde dónde hago el cambio y con quién hago el cambio? Aquí hay una contradicción que habrá que resolver de alguna forma.

            Existe entre los jóvenes una consideración bastante privada e individual de la cosa pública. Por ejemplo, y es otro indicador, de esta frágil cultura política se desprende la frecuencia con la que se habla de la política, en torno al 30%. El ámbito en el que más se habla de política es el de la familia (12%). La frecuencia con la que se intenta convencer a los amigos y compañeros de las ideas políticas es también baja, pues hay un 72% que nunca o raramente lo intenta. Esto concuerda bien con el concepto de tolerancia en la sociedad; pero es un problema si en la sociedad en la que vivo no intento convencer a los otros de que lo que yo digo está bien y hay que ir para adelante con los faroles. No hay capacidad de incidencia sobre la sociedad en la que vivimos.

            Hay en torno a un 50%-55% de jóvenes que están bastante y muy en desacuerdo con la afirmación de que “La gente como yo no puede entender lo que pasa”. Es decir, la gente joven sí cree que entiende de política, lo que no quiere es intervenir en política. Esto supone un salto muy grande en relación con los adultos. Puede ser que haya un problema de información, pero lo que no hay es un problema de capacitación a la hora de hablar sobre política. Más bien hay una consideración privada e individual de esta cuestión.

            De hecho, cuando se pregunta en las encuestas sobre lo que es ser un “buen ciudadano”, nos damos cuenta de lo siguiente. Esto que vamos a ver contrasta mucho con la población adulta. Se le da muy poca importancia a los aspectos públicos y socio-políticos, y sí ocupa un lugar muy destacado la solidaridad. Por ejemplo, los jóvenes opinan, en una escala de 1 a 7, que para ser un buen ciudadano hay que ayudar a la gente de nuestro país (un 6,2%); ayudar a la gente de otra parte (6,0%); votar siempre en las elecciones (5,3%); estar informados de la acción del Gobierno (4,6%); participar en asociaciones (4%)...

            ¿Qué concepto de solidaridad hay entre los jóvenes? Principalmente una solidaridad de tú a tú, o sea, de tener en cuenta a los demás (95%) y de repartir y compartir (91%). Ideas que expresan una concepción de la solidaridad poco institucionalizada y poco vinculada a la justicia social. De hecho, la gente joven piensa que la institución donde más solidaridad existe y donde mejor se valora la solidaridad es la familia.  Así, son la familia y las asociaciones las que, con un 89% y un 75%, respectivamente, encabezan la lista, seguidas de la enseñanza (73%), los amigos (65%)... En ella ocupan los últimos lugares el Estado (29%), los ayuntamientos (29%) y los partidos políticos (17,5%). Aquí no solamente hay una percepción determinada de qué es lo que piensan los jóvenes sobre quién son más o menos solidarios, sino una percepción de la realidad. Es indiscutible que la institución que más hace por la solidaridad en nuestro país es el Estado; también la sanidad, la educación... Lo que pasa es que hay una percepción de que la solidaridad y la política son dos cosas que no tienen nada que ver. Desde luego, la familia no es la que más fomenta la solidaridad, en el sentido de la justicia social. Lo que hay es una concepción de la solidaridad y, por tanto, de la ciudadanía, porque es el valor principal de la ciudadanía, de carácter más bien privado y no público, lo que va a propiciar un concepto de ciudadanía bastante débil desde el punto de vista público, desde el punto de vista cívico, para que nos entendamos.

            La segunda cuestión es que la realidad es ambivalente. Hay problemas en las instituciones, pero también hay problemas en la sociedad. Hay que tomar conciencia de las posibilidades tanto de unas como de la otra y de sus límites. La realidad en el mundo juvenil tiene, cuando menos, contradicciones, que se pueden resumir en esta que he señalado aquí: por un lado, el asentamiento de ciertas ideas y prácticas característicamente democráticas y, a la vez, un considerable desapego por parte de los jóvenes de los asuntos políticos y públicos. Lo que conlleva una idea de ciudadanía en la que prima más la dimensión privada e individual que la pública y colectiva.

Algunas conclusiones

            En primer lugar, yo creo que conviene ser conscientes de los problemas que existen en el ámbito político y en la sociedad y de las posibilidades.

            Por otra parte –yo he sido, además, uno de los que ha escrito mucho sobre ello–, creo que la hiperpolitización es un problema; ahora bien, su contraria, es decir, la despolitización también lo es. Hay contradicciones y falta de profundidad, falta de calado, en algunas ideas que se tienen sobre la ciudadanía y en algunas prácticas. No vendría mal profundizar en estas ideas de carácter ciudadano. Y hay dos explicaciones que yo creo que merece la pena tener en cuenta.

            Una, Javier Elzo, en un texto sobre los valores de los jóvenes, escribía sobre la contradicción que hay entre los valores finalistas (la libertad, la igualdad, la justicia, la solidaridad…), muy apreciados por los jóvenes, y yo creo que eso es tremendamente positivo (sin ese sustento moral no es posible otros cambios); pero eso va acompañado de una debilidad de lo que Elzo llama los valores instrumentales, es decir, aquellos valores referidos al compromiso, al esfuerzo, a la dedicación, el tiempo..., que capacitan de forma real y llevan a la práctica esos valores de carácter finalista. Ése puede ser un factor que explique el porqué de esas contradicciones que he citado antes.

            Y un segundo factor, que tiene que ver con los jóvenes, pero que trasciende a los jóvenes, y con la concepción general que se impone en nuestra sociedad de lo que es la ciudadanía, es qué tipo de relación hay entre lo social y lo político, es decir, entre la faceta privada e individual de las personas y la pública y colectiva. Normalmente hay una concepción de muy poca relación: por un lado va el debate de lo público y por otro el de lo privado. Es una concepción que, inevitablemente, lleva a un concepto de ciudadanía débil, porque no vincula lo que es la esfera pública con la esfera privada.

            Si hubiera otra concepción de la ciudadanía en la que aceptemos que para que tengamos nuestra libertad de carácter privado e individual, requerimos de que haya un espacio público, institucional y cívico determinado, la cosa sería distinta. Si se pensara que para poder yo ser libre en mi casa requiero de un Estado y de una sociedad civil que me ayude y me garantice esa libertad, mi libertad estaría vinculada a la libertad de los demás. No tengo el propósito de negar mi libertad –aquí habría un debate teórico muy bonito, pero no me voy a extender–, sino, fundamentalmente, el propósito de garantizar mi libertad. Pero para garantizar mi libertad tiene que existir la libertad de carácter público. Esta idea no está presente en el concepto de ciudadanía de los jóvenes hoy en día.