Francisco Castejón
El valor de las medidas domésticas para proteger
el medio ambiente. ¿Vota el mercado todos los días?

(Página Abierta, 201, marzo-abril de 2009)

            El combate contra el cambio climático implica nada menos que prescindir de los combustibles fósiles a medio plazo. Pero éstos suponen en la actualidad aproximadamente el 80% de la energía que se consume en el mundo. Queremos prescindir de esta fuente de energía, además, sin recurrir a las impactantes centrales nucleares y sin generar profundas crisis sociales y económicas. Y hay que tener en cuenta que muchos usos de los combustibles fósiles son de difícil sustitución. En conjunto, el prescindir del petróleo, el carbón y el gas, y de sus derivados, implica profundos cambios en la sociedad y en el funcionamiento de la economía.

            Los cambios sociales necesarios conllevan la incorporación de la austeridad como uno de nuestros valores claves, lo que ha de dar lugar a una contención del consumo. Hay que pensar que la energía y los combustibles fósiles están detrás de muchos de los objetos que usamos cada día, lo que descubriremos si examinamos lo que consumimos cotidianamente. Y, desde luego, los bienes y servicios que usamos debemos obtenerlos con la mayor eficiencia en los diferentes ámbitos de la vida. Está muy claro que la austeridad está lejos de ser popular en las sociedades de los países ricos y de los emergentes. Más bien, las aspiraciones de la población a vivir mejor se suelen materializar en unos mayores deseos de consumir.

            Los cambios necesarios son de gran calado. En particular es imprescindible ir cambiando nuestras costumbres, y las medidas de ahorro y eficiencia que podemos tomar en nuestra vida diaria son un importante paso en esta dirección. De hecho, serían pasos imprescindibles en esa transformación social de la que hablaba más arriba.
           
            Existen numerosas medidas que se pueden tomar personalmente en el ámbito doméstico, en nuestra vida diaria. Por ejemplo, existe una guía editada por el IDEA (Instituto para la diversificación y el Ahorro Energético, que depende del Ministerio de Industria, y cuya página web es http://www.idae.es), con millones de ejemplares, donde se dan una serie de medidas útiles. En estas páginas se sugieren también algunas medidas de ahorro que se pueden tomar en el hogar, en el transporte, etc.

            A la hora de definir una sociedad sostenible, una primera pregunta de muy difícil contestación es ¿cuál es el mínimo que es necesario consumir para vivir bien? La respuesta implica ponerse de acuerdo en nada menos que lo que se entiende por “vivir bien”. Y esto engloba elementos tan complejos como las necesidades que han de satisfacerse y las influencias sobre éstas de las diferentes culturas y formas de vida. Sin aspirar aquí a responder a tan difícil pregunta, al menos sí podemos decir que, por encima de unos mínimos, el aumento del consumo no implica una mejora de las condiciones de la vida. Esto se ilustra en la figura donde se muestra el índice de desarrollo humano (IDH) de diferentes países obtenido por el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) en el año 2004, representado frente al consumo de electricidad por persona. Este índice es una medida razonable de la calidad de vida en diferentes países. En él intervienen tres variables diferentes: la calidad de la sanidad, medida mediante la esperanza de vida al nacer; la educación, que se evalúa por la tasa de alfabetización de adultos combinada con la matriculación en los niveles primario, secundario y superior; y el nivel de vida económico medido por la renta per cápita en dólares, corregida por la paridad del poder adquisitivo, que tiene en cuenta el diferente coste de la vida en cada país. Se trata, pues, de un indicador heterogéneo que tiene en cuenta diferentes aspectos de la vida de las personas.

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            La cantidad de electricidad consumida para obtener los servicios generales de la población dependerá de la eficiencia con que se use la energía y de lo bien distribuidos que estén los servicios. A mayor eficiencia y mejor distribución, mejores resultados cabrá esperar para el mismo consumo de energía.

            La línea punteada de la figura se ha dibujado como guía para el ojo para marcar las tendencias. Viendo la figura se aprecian claramente tres grupos de países con diferentes tendencias. Un primer grupo, que va desde Etiopía hasta China, en que el IDH está por debajo de 0,8. En este grupo de países se ve que un ligero aumento del consumo de energía se traduce en un incremento notable del IDH. Se calcula que en este grupo de países unos 2.500 millones de personas no tienen siquiera acceso a la electricidad y se ve que un modesto gasto energético puede mejorar mucho las condiciones de vida de la población.

            Un segundo grupo de países, desde China a Portugal, en que el aumento del consumo de electricidad da lugar a un aumento más discreto del IDH. Y un tercer grupo de países, desde España a Canadá, en la figura, en que el aumento del consumo de electricidad no produce necesariamente una mejora de la calidad de vida medida por el IDH.

            En la figura se ven también algunos casos de eficiencia energética especialmente baja con vistas a conseguir la mejora de la vida de los habitantes, como es el caso de Sudáfrica, Rusia o Kuwait, en los que sus consumos de electricidad son muy elevados para el resultado conseguido en términos del IDH. Se ve también que el consumo energético de los países nórdicos y Canadá es muy elevado y que, junto con Australia y EE UU, se destacan notablemente del consumo que se da en Europa y Japón, el cual ya es alto en comparación con el grupo de países intermedios.

            Viendo la tendencia del tercer grupo de países, con IDH alto, se puede apreciar claramente que, por encima de cierto consumo de electricidad, la calidad de vida no mejora o lo hace muy poco, aunque el consumo de energía aumente mucho. En algunos casos, tenemos incluso un IDH más bajo a pesar de que el consumo de electricidad por habitante es muy elevado. Según esto, está claro que, por encima de unos mínimos, un mayor consumo no se traduce en una mejor calidad de vida. Con cambios en las estructuras productivas económicas y sociales se podría reducir notablemente el consumo energético sin que se resintiera la calidad de vida de las poblaciones.

Los problemas y la potencia de las medidas domésticas

            Es indudable que la transformación paulatina de la producción energética y de las pautas de consumo tendría impacto sobre la economía. Por un lado, la contención del consumo significa ralentizamiento, que es lo contrario de lo que recomiendan los economistas al uso en la actual situación de crisis. Además, la suspensión de ciertas actividades implica la reconversión industrial y el cambio de trabajo y, quizá, la pérdida de empleos. En el lado opuesto, los cambios en la producción y el desarrollo de nuevas tecnologías energéticas también darían lugar a la creación de nuevos nichos de actividad. Sin aventurar cuál de estos factores pesa más, es claro que habría que prestar una atención especial a cómo se desarrollan estas transformaciones, para disminuir su impacto social.

            Tampoco se nos oculta la dificultad de que el tipo de valores necesarios avancen en las sociedades actuales. Como ya se ha dicho anteriormente, el valor de la austeridad es muy poco popular en nuestras sociedades, en las que el estatus personal se demuestra por el nivel de consumo.

            En la línea de problematizar más el valor de las medidas domésticas, se suele decir que las campañas para cambiar las pautas de consumo de las clases populares y para reducirlo tienden a culpabilizar a la población, cuando los verdaderos responsables serían las grandes empresas que, mediante la publicidad, son capaces de modificar las costumbres y de inventar nuevas necesidades. Los políticos también tendrían responsabilidad en este asunto, porque ellos son los que pueden regular nuestras vidas. Estas posturas implicarían que no han de proponerse medidas como las que aquí se discuten sino que habría que limitarse a presionar sobre los políticos y los empresarios para que “nos dejen consumir” de forma sostenible.

            Es indudable que cuanto más poder se tiene, también se tiene más responsabilidad. No es igual ser ministro de Industria, con capacidad para regular el mercado energético y operar sobre él, que un habitante de un barrio periférico de la ciudad.

            También está claro que la población tiene a veces una capacidad limitada para elegir sus formas de consumo. Podemos pensar, por ejemplo, en la dificultad para transportarse de forma ecológica. Lo ideal sería vivir cerca de donde se trabaja, pero esto dependerá de la situación del puesto de trabajo y de los precios de la vivienda, factores ambos que a menudo están fuera de la capacidad de decisión de los trabajadores, puesto que dependen más del urbanismo dominante y de la estructura de las ciudades. Asimismo, a la hora de elegir lo que se compra, no siempre están a nuestro alcance productos ecológicos. Así que es imprescindible una acción política para presionar sobre los poderes públicos y sobre los poderes económicos para que los primeros regulen y reconduzcan a los segundos.

            Sin embargo, es evidente que las poblaciones occidentales viven, en conjunto, mejor que la media mundial y que tienen cierta capacidad de maniobra para moverse paulatinamente hacia formas de consumo más sostenibles. Por tanto, a pesar de los problemas antedichos, las medidas cotidianas de ahorro energético tienen un gran valor.

            Por un lado sirven para educar y corresponsabilizar a la sociedad de los cambios necesarios para reconvertir nuestra civilización en una sostenible. Por otro lado, si la gente hace esfuerzos cotidianos para proteger el medio ambiente, se volverá mucho más exigente con los poderes públicos cuando éstos no respondan con políticas apropiadas. A menudo la política va detrás de la sociedad y los políticos toman medidas cuando están ya bien asumidas por las mentalidades.

            Además, éstos serían los primeros pasos para construir nuevas formas de vida. Si pensamos en las transformaciones hacia la sostenibilidad como algo gradual y queremos también minimizar los efectos traumáticos de los cambios, deberíamos apostar por una forma paulatina de modificar nuestras pautas de producción y consumo. Las transformaciones sociales del calado que se discuten aquí requieren algo más que voluntad política. De la noche a la mañana no se puede conseguir que millones de personas cambien de forma de vida, sólo porque se promulgue una ley determinada, porque se multen conductas lesivas para el medio o se  recompensen las encaminadas a protegerlo.

            Y finalmente, el ahorro en el consumo doméstico significaría en sí mismo un gran avance en la limitación del aumento del consumo energético de la sociedad. La adopción de una serie de sencillas medidas domésticas podría producir ahorros del 30% de la energía consumida.

Los cambios en las pautas de consumo

            Los cambios de las pautas de consumo de la sociedad no se producen en cortos lapsos de tiempo. Si bien el poder político puede introducir una serie de medidas acompañadas de subvenciones o penalizaciones para promover pautas de consumo ecológicas, cambiar los hábitos de la sociedad es algo más lento e implica profundos cambios de valores y convicciones. Está claro que no es suficiente la voluntad política y es necesario que la sociedad asuma esos nuevos valores.

            Se trata de actuar sobre la compleja estructura del consumo que es más que el vehículo para satisfacer nuestras necesidades. Hoy en día supone un medio de integración social, una manifestación del nivel económico y responde a unos deseos psicológicos de complicada construcción. A este respecto es muy interesante analizar el papel de la publicidad en nuestros hábitos. Deberíamos exigir de la publicidad que fuera meramente informativa sobre las ventajas de tal y cual producto y no nos hiciera falsas promesas ni fuera engañosa. Y sobre todo, deberíamos resistirnos a la creación de nuevas necesidades que nos llevan a comprar nuevos productos.

            «El mercado vota todos los días», suele decir el financiero George Soros. Aunque él se refiere al tan turbulento ámbito financiero, esta frase también tiene algo de aplicación al modelo de consumo que tenemos en la actualidad. Si la tomáramos tal cual, significaría que las pautas de consumo de nuestra sociedad responden exactamente a lo que la gente quiere. Y, de hecho, esa expresión se suele usar a veces para responder a las posiciones ecologistas cuando se propone la reducción del consumo o su reconversión a maneras más sostenibles, argumentando que el estado de cosas, en cuanto al consumo se refiere, responde a la voluntad de la población. Siguiendo con el símil de las elecciones, podemos pensar que las opciones a las que uno puede votar son limitadas y muchas veces no tienen por qué coincidir al 100% con nuestras ideas. Sin embargo, sería posible levantar opciones políticas que nos gusten más o transformar las existentes en un sentido más aceptable. Asimismo, se podría cambiar la dirección del voto de la gente mediante una buena campaña.

            Así pues, podemos pensar que mediante una adecuada presión política podemos conseguir que aparezcan opciones de compra ecológicas en los estantes de los mercados, incluida la opción de no compra.

            Y también se puede aspirar a cambiar las pautas de consumo de la sociedad. Éstas han pasado a ser en la actualidad mucho más que un medio para satisfacer las necesidades y constituyen, más bien, una forma de integración social, tanto para demostrar el estatus económico-social como para insertarse en grupos identitarios. No es, pues, descabellado que se puedan construir pautas y mecanismos que inviten a insertarse en un nuevo tipo de valores ecológicos y austeros: la faceta identitaria del consumo podría servir de palanca para cambiar sus pautas.

El modelo de ciudad compacta (frente a la extendida):

            Ahorra transporte.
            Ahorra territorio.
            Ahorra energía.
            Ahorra agua.
            Es más humana.
            Permite el transporte público, la bicicleta, el caminar.
            Ocio sin consumo energético (¡existe!).
            La compra: mejor mercados y tiendas de barrio que grandes superficies.
            Intentar vivir cerca del trabajo.

Medidas de ahorro en casa

            • Electrodomésticos eficientes, clase A.
            • El frigorífico: descongelar en la nevera. No introducir cosas calientes en la nevera. Aspirar la rejilla. Abrir lo menos posible. Descongelar con frecuencia.
            • La cocina: gas, inducción, vitro… Olla a presión.
            • Microondas: 70% de ahorro al calentar.
            • Llenar la lavadora y el lavavajillas al máximo.
            • Desconectar totalmente los electrodomésticos (no dejarlos en “stand-by”).
            • Las tres erres en la compra: reducir, reutilizar, reciclar.

Algunas pautas de consumo

En la compra

            Consumir menos.
            Huir de objetos desechables. Apostar por la durabilidad.
            No envases. Las tres erres.
            Productos de temporada.
            Productos locales.
            Productos ecológicos: sin pesticidas ni fertilizantes.

En el consumo indirecto

            La dieta: menos carne y más vegetales. Consumo: 1 caloría vaca = 3 de pollo = 10 vegetales.
            Más sana la dieta vegetal.
            No productos preparados.

En el transporte

            Uso del transporte público.
            El estilo de la conducción: más lento, conducción menos brusca, menos frenar y más reducir.
            Coches más eficientes.
            Los biocombustibles.

            En la figura se representa el índice de desarrollo humano frente al consumo de electricidad per cápita en varios países del mundo. La línea de puntos se ha dibujado para  guiar el ojo. Como se comenta en el texto, se aprecian claramente tres grupos de países con tendencias distintas.