Hugo Morán
La Cumbre de Copenhague.

La estrategia de los poderes económicos: ganar tiempo

Entrevista realizada por A. Laguna
Página Abierta, 207, marzo-abril de 2010.
Un mes después de la finalización de la Cumbre de Copenhague charlamos con Hugo Morán, secretario de Medio Ambiente del PSOE, sobre el alcance de lo acordado en esa cumbre y el juego de intereses que en ella se han movido.

            Lo primero que nos señala es que todo lo que se mueve antes, durante y después de una cumbre como la de Copenhague se podría resumir en una lucha de intereses entre grandes poderes económicos y que se traduce en un conjunto de actuaciones que históricamente se repiten, con independencia de cuáles sean las cuestiones de las que se esté tratando.

            Para precisar más su análisis de este proceso, cuya última escenificación ha sido la Cumbre de diciembre pasado, identificó cuatro problemas generales: territoriales, políticos, científicos y económicos.

            El primer bloque, para Hugo Morán, gira en torno a la sostenibilidad. «Copenhague va a significar un antes y un después en muchas cosas, y el concepto de sostenibilidad es una de ellas. Hasta llegar a Copenhague, la sostenibilidad ambiental se medía, habitualmente, en términos locales. La sostenibilidad, a la hora de plantear estrategias de intervención, siempre se reducía al ámbito de lo local», entendiéndolo como un país, una región o incluso un continente. «Y esto ha condicionado históricamente el crecimiento del planeta, no el crecimiento físico, sino el crecimiento de ocupación vinculado al desarrollo. En el momento en el que los países –los territorios concretos– con más capacidad de desarrollo empezaban a generar, con su crecimiento, problemas en su espacio inmediato y agotamiento de recursos en él, exploraban nuevos territorios para surtirse de esos recursos que necesitaban para mantener un crecimiento sostenido (que no sostenible); espacios hacia los cuales, además, poder derivar los peores efectos que ese desarrollo generaba. Pero, cuando el planeta se ocupa en su totalidad, ya no es posible buscar espacios alternativos para los efectos indeseables del crecimiento. Y, por lo tanto, pasamos de la sostenibilidad local a la sostenibilidad global».

            El problema que surge, en su opinión, es que no tenemos una cultura asentada que permita hacer un tránsito pacífico del modelo actual de la gestión del territorio, desde los intereses locales a costa de los intereses de los demás, hacia un concepto en el cual se genere un cierto equilibrio entre las sociedades y en los territorios; y eso provoca evidentes tensiones. Países subdesarrollados, históricamente receptores de las peores consecuencias de lo que ocurre en los países desarrollados, empiezan a rebelarse contra esa situación y aspiran a un crecimiento también sostenido –equivocado, asevera–, pretendiendo hacer lo mismo que se hizo en el mundo desarrollado; y, lógicamente, se produce un choque.

            Ése es el primer problema, concluye Morán, que revela Copenhague: un problema de tensiones territoriales, soterradas durante mucho tiempo, en una materia tan concreta como es la ambiental.

            Además de los territoriales, están los problemas políticos. Y es en este campo donde él parece encontrar la peor de las conclusiones que se pueden sacar de lo que sucedió en Copenhague: «Una ruptura más del concepto de multilateralismo, en el que se venía trabajando en los últimos años. Y, además, una ruptura probablemente interesada». Según apreciaba, se había definido una nueva forma de entender las relaciones planetarias a través del multilateralismo, que sucedía al unilateralismo previo, cuando la cultura de los imperios era la que primaba. «Pero era un multilateralismo dirigido, el de la caridad. Y hay una diferencia entre la caridad y el reconocimiento de los derechos». Se trataba de un multilateralismo dirigido por un club de países privilegiados que dictaba las normas de cómo debía funcionar ese modelo de relación entre “iguales”.

            Para Hugo Morán, lo que aflora en Copenhague es el multilateralismo que podíamos definir como imperfecto, en el cual aparecen nuevos agentes: las economías emergentes. Algunos de ellos con bastante más capacidad y potencia que parte de los que históricamente se habían considerado como grandes potencias mundiales: es el caso de China y quizá –aunque no a ese nivel– India y Brasil. Estos países entran en juego e intentan conseguir reequilibrios territoriales de carácter planetario en busca de lo que ellos dicen que debe ser el multilateralismo perfecto; pero que tampoco lo es. En realidad tratan de ocupar un papel similar, solo que regional, al de las grandes potencias mundiales. Ya que ese nuevo escenario no significa que el resto de los países que se encuentran en estos entornos adquieran de facto una posición de igualdad de condiciones.

Del debate científico al interés económico

            La tercera lucha de intereses en la que se detiene este experto en medio ambiente es la que se da en el campo científico. Lo primero que nos advierte es de que no se trata de una lucha científica pura, detrás de ella se encuentran otros intereses. Es algo que está presente a lo largo de la historia. Como ejemplo de ello nos recuerda el uso, incluso hoy día, de las teorías del creacionismo enfrentadas a las del evolucionismo. «Pues bien, antes, durante y después de Copenhague surge una pugna científica sustentada en acreditar o desacreditar unas determinadas teorías, o parte de ellas, sobre el cambio climático».

            Y según él, estamos ante un caso parecido al del debate sobre la desaparición de la capa de ozono. El científico de la Universidad de México que empezó a avanzar las teorías del riesgo de desaparición de la capa de ozono, cuya solvencia científica o académica estuvo en cuestión incluso en determinados momentos, obtuvo al cabo de 30 años un reconocimiento merecido. «Llegó un momento en el que la lucha contra los CFC [clorofluorocarbonados] se consideró como un objetivo irrenunciable para todos los países. Y en estos momentos se puede decir que científicamente se obtuvo un éxito, y está, por lo menos, reconducida esa situación».

            Y Hugo Morán añadía que él había  buscado, en ese tránsito de 30 años, una referencia respecto al calentamiento del planeta, y no la encontraba más atrás de la Cumbre de Río, en 1992. De entonces acá, en todo ese proceso que pasa por Kyoto en 1997, Bali en 2007 y Copenhague en 2009 se ha producido probablemente, nos señala, el mismo recorrido histórico: un primer momento de alerta previa; un enganche del movimiento ecologista, conservacionista, intentando traducir al lenguaje social aquel lenguaje científico, y, en último término, la constitución en la ONU del Panel Intergubernamental para el Estudio de las Consecuencias del Cambio Climático. «Y parecería –concluye– que en estos momentos estamos, por lo menos, en un proceso de reconducción de esta situación. Pero Copenhague escenifica con una cierta claridad este proceso de lucha científica tantas veces interesada».

            Sobre esos intereses territoriales, políticos y científicos, avanza que con los científicos es como mejor se puede visualizar la lucha de los intereses económicos. Para ilustrar su posición, compara lo sucedido con Al Baradei, responsable del control de la industria nuclear y del armamento nuclear a nivel mundial, respecto de su investigación en Irak, con el reciente ataque recibido por Pachauri (*) y el Panel Intergubernamental de Estudio de las Consecuencias del Cambio Climático. En ambos casos son alabados como argumentos de autoridad los expuestos por esos expertos, hasta que resultan incómodos y es necesario desacreditarlos.

            Piensa que, probablemente, estemos asistiendo a un proceso de descrédito de la comunidad científica internacional, que no cree que sea inocente. «Me da la impresión de que responde perfectamente a criterios muy bien diseñados y preconcebidos. Y en este proceso es donde entra en juego el papel de los lobbies, algunos abiertamente declarados por sus intereses y otros no tanto, y que apadrinan multitud de estudios, contraestudios; campañas de información, contrainformación, desinformación, y, en algunos casos, constituidos en torno a instituciones académicas de cierta solvencia y con suficientes recursos económicos como para sostener esas campañas de investigación. Con lo cual, los errores de unos y los aciertos de otros, y la capacidad de intervenir en todo este proceso, acaban contaminando absolutamente todo, hasta que llega un momento en el que la sociedad es incapaz de interpretar con una cierta claridad quién tiene razón y hasta dónde llega la razón de cada cual».

            Copenhague, para Hugo Morán, al igual que lo fue antes Bali, antes Kioto, y antes Río, es, sencillamente, «un instrumento dedicado a ganar tiempo».

            Para fundamentar esa afirmación reclama nuestra atención sobre un hecho: el de que toda la lucha en relación con lo que se debe hacer frente al cambio climático, al final nos conduce hacia el mundo de la energía; y la energía es un enorme poder económico.

            En su estrategia de futuro, todas las empresas eléctricas de este país –evidencia– invierten en energías renovables, todas. Todas, con los bancos que tienen detrás, intentan adquirir una posición de relevancia en el mercado eléctrico de las renovables. Todas ejercen su capacidad de presión al máximo para evitar que el proceso de renovación del modelo de producción energética se democratice. Porque eso sería tanto como perder el gran negocio de este mercado.

            Y vuelve a su premisa principal: «¿Qué es lo que necesitan estas empresas que han venido haciendo tantas inversiones? Necesitan tiempo. Primero, para intentar rentabilizar al máximo sus inversiones en los modelos de producción existentes, con capacidad aún para exprimirlos un poco más, sin apenas gastos, porque están todos amortizados. Y, por lo tanto, cuanto más tiempo tengan, más capacidad de plusvalía». Y en segundo lugar, conscientes de que más tarde o más temprano se va a dar un cambio en la producción energética, necesitan tiempo para irse situando.

            En definitiva, él concluye que, en realidad, lo que se estaba haciendo en Río, en Kioto, en Bali y ahora en Copenhague era, sencillamente, ganar tiempo: «No había ninguna voluntad de explicitar acuerdos de obligado cumplimiento en un calendario concreto».

Alianzas, bloques y estrategias

            Después de esta visión global que nos dio Hugo Morán nos interesó ahondar en algunos de los asuntos que había comentado. De ellos, elegimos los que tienen que ver con el juego de alianzas o la forma de practicar en Copenhague ese nuevo “multilateralismo” señalado por él, y en concreto la posición de la Unión Europea. 

            Tal y como sugiere, se produce una situación muy peculiar en la Cumbre de Copenhague, y es que normalmente a todas las cumbres se va siempre con las conclusiones previas escritas y pactadas, y a Copenhague no se llevó nada de eso. Sin embargo, nos comenta, ocurrió algo muy curioso: «En un momento determinado en el que se estaban produciendo una serie de conversaciones en las que participaba Estados Unidos y la Unión Europea, paralelamente se reúnen Brasil, China e India, y Estados Unidos tiene que colarse en la reunión a la que no había sido invitado. Y es en esa reunión donde se tratan los contenidos de mínimos que se van a discutir. Hace diez años era impensable que alguien pudiera tomar la iniciativa de intentar forzar una toma de decisiones sin contar con Estados Unidos. Pues en Copenhague sucedió».

            Le preguntamos entonces por China, su postura en la Cumbre, su estrategia, sus relaciones con EE UU…, la evolución de esa potencia emergente.

            «Lo que pueda suceder en China es una incógnita. Yo creo que en China puede haber un momento en el que se produzca una revolución social. Estamos hablando de un país que está alejado de los parámetros de normalidad social a los que el mundo desarrollado está acostumbrado. En esos parámetros, está bastante alejado de India y a años luz de Brasil, que son los otros dos grandes países emergentes. China se rige por criterios militaristas incluso en el mundo de la economía, y tiene una capacidad de toma de decisión no condicionada: cuando se toma una decisión política, no hay ningún otro contrapoder dentro del país que pueda modificarla o cambiarla. En Estados Unidos, sí.

            »China es una empresa, el Gobierno chino es la empresa que constituye empresas. Y está haciendo lo que están haciendo las grandes empresas vinculadas al problema del cambio climático con carácter general. Entonces, responde a los mismos criterios de Iberdrola o de Endesa, por simplificarlo. China está tomando posiciones, además a gran velocidad, en materia de energías renovables. Necesita mantener unos ritmos de crecimiento que no se los da esa llegada incipiente, pero potentísima, de las energías renovables que tiene. Y, entonces, necesita ganar tiempo. Es la misma estrategia. Y para ganar tiempo lo que tiene que hacer es, sencillamente, buscarse aliados, y buscarse aliados que estén en los antípodas de, por ejemplo, el planteamiento que tiene la Unión Europea. E incluso, en un momento determinado, diferentes de los que tiene Estados Unidos».

            Este marco en el que hemos centrado la conversación nos lleva por fin a hablar de la Unión Europea: del débil papel jugado en esta Cumbre, en comparación con otras anteriores; de sus dificultades para trenzar alianzas; de su fracaso en la propuesta de incrementar un 20% el uso de energías renovables, disminuir un 20% la emisión de gases de efecto invernadero y reducir el consumo de energía un 20% en 2020...

            «Ése es el sino de la Unión Europea. Primero, en la UE costó Dios y ayuda construir una posición común. Las reticencias de algunos de los países de reciente incorporación o de algunos de los clásicos, como puede ser el caso de Italia, generaron serias dificultades de confección de una posición como bloque. Con lo cual llega a Copenhague en una situación de debilidad. Aunque, en último término, estamos hablando de 500 millones de habitantes con cada vez más dependencia de determinados ámbitos estratégicos: lo somos desde hace mucho en materia energética y ahora en materia alimentaria y en algunas otras cosas más.

            »Yo creo que Europa todavía no ha sabido reencontrar su identidad,  todavía no nos hemos dado cuenta de que seguimos mirando a determinados países por encima del hombro. Y eso es un error garrafal. Ahora bien, evidentemente, la posición más razonable, que más se aproximaba a los parámetros de sostenibilidad deseables, que más solvencia científica arrastraba tras de sí, era la posición de la Unión Europea. Precisamente por eso se quedó sola».

            Insistimos entonces en qué políticas de relación y alianzas puede apoyarse la UE para ejercer una mayor influencia de su posición en el logro de compromisos concretos, partiendo incluso de que parece claro, al menos para el movimiento ecologista, que esas propuestas europeas son cortas, insuficientes…

            «Si Europa no tuviera que emplear tanto tiempo en construir sus alianzas interiores, podría dedicar más tiempo a buscar alianzas exteriores que, evidentemente, no van a ser con Estados Unidos, ni con China, y no sé si con Brasil. Pero el proceso de gestión de la búsqueda de un compromiso en la lucha contra el cambio climático ha de hacerse sin aislarlo de algunas otras políticas. Y una de las fundamentales son las políticas de cooperación y desarrollo. La Unión Europea debe establecer un mecanismo de vinculación de políticas de relación con terceros países, aquellos con los que hay compromisos más fuertes, que generan mayores situaciones de dependencia. Y, paralelamente, hacerlo con una apuesta muy potente por la implicación social. Evidentemente, yo creo que va a jugar un gran papel la capacidad de movilización social en la resultante final de todo este proceso. Lo que no puedan hacer las estrategias políticas, pueden hacerlo los movimientos ciudadanos.

            »Y si algo sigue manteniendo la Unión Europea es una capacidad de liderazgo de opinión. Europa sigue siendo el espejo, en términos sociales, de la inmensa mayoría de los países del mundo. Si la opinión pública europea comparte y explicita con claridad ese compromiso se avanzaría mucho. El hecho de que determinados lobbies de presión lleven años trabajando en estrategias de condicionamiento de la opinión ciudadana, trabajando dentro de las universidades con una gran capacidad de influencia, construyendo espacios de diseño de opiniones científicas, es precisamente porque ahí está una buena parte de la batalla que se va a librar en los próximos años».