El cristianismo conceptualizó y previó un lugar postrero de condena eterna para quienes se apartaran de su preceptiva moral. El discurso eclesiástico intensificó deliberadamente la doctrina condenatoria a través de la predicación monacal, la homilética secular y la promoción de representaciones plásticas. En los albores del siglo XI, los iluminadores crearon una original imagen punitiva: la Boca del Infierno, la cual permitió visualizar el horror de la condena como devoración animal y llegó a transformarse en un muy eficaz medio persuasivo y moralizante para advertir a los espectadores acerca de las consecuencias de una vida pecaminosa. La Boca del Infierno llegó a ser el motivo iconográfico casi obligado de la representación del concepto cristiano de la condena eterna.
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