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Revista Observaciones Filosóficas


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art of articleart of articleLa Posmodernidad; A 30 Años de la Condición Postmoderna de Lyotard

Dr. Adolfo Vásquez Rocca - PUCV - Universidad Andrés Bello
Resumen
He aquí una breves notas en torno a la noción de posmodernidad. Un texto introductorio que intenta dar luz sobre algunas tópicos que se entrecruzan y problematizan a un poco más de 30 años de la publicación de La condición posmoderna1 de Jean-François Lyotard. Esta condición es –según el decir del propio Lyotard– condición del saber en las sociedades más desarrolladas, particularmente en el continente americano, en pluma de sociólogos y críticos. Designa el estado de la cultura después de las transformaciones que han afectado a las reglas de juego de la ciencia, de la literatura y de las artes a partir del siglo XIX. Aquí se situarán esas transformaciones con relación a la crisis de los grandes relatos. Se tiene por “posmoderna” la incredulidad con respecto a los metarrelatos. Ésta es, sin duda, un efecto del progreso de las ciencias; pero ese progreso, a su vez, la presupone. Al desuso del dispositivo metanarrativo de legitimación corresponde especialmente la crisis de la filosofía metafísica, y la de la institución universitaria que dependía de ella.

Abstract
Here is a brief notes about the notion of postmodernity. An introductory text that attempts to shed light on some topics that are intertwined and problematize a little over 30 years since the publication of La Condition posmoderna of Jean-François Lyotard. This condition is, according to Lyotard's own say-condition of knowledge in more developed societies, particularly in the Americas, in pen and critical sociologists. Designates the status of the culture after the changes that have affected the rules of the game of science, literature and art from the nineteenth century. Here we place these transformations in relation to the crisis of the great stories. It is "postmodern" incredulity about metanarratives. This is undoubtedly an effect of scientific progress but that progress in turn presupposes it. With disuse metanarrative legitimation device responds particularly the crisis of metaphysical philosophy, and of the university depended on it.

Palabras clave
Posmodernidad, relato, razón, fragmento, narración, momento, totalidad, proyecto, estética, dialéctica, discurso, postmodernidad, simulacro, ética.

Keywords
Postmodern narrative reason, fragment, narrative, time, completeness, design, aesthetic, dialectical, speech, simulation, ethics.



1.- De la destotalización del mundo a la obsesión epistemológica por los fragmentos.

Lo que se denomina "posmodernidad" aparece como una conjunción ecléctica de teorías. Esa amalgama va desde algunos planteamientos nietzscheanos e instintivistas hasta conceptos tomados del Pragmatismo anglosajón hasta pasar por retazos terminológicos heideggerianos, nietszcheanos y existencialistas. Se trata, pues, de un tipo de pensamiento en el que caben temáticas dispersas y, a menudo, conjuntadas sin un hilo teórico claro.

El término posmodernidad nace en el domino del arte y es introducido en el campo filosófico hace tres décadas por Jean Lyotard con su trabajo La condición moderna (1983). La noción se ha difundido ampliamente pero en general su uso indiscriminado conduce a confusión, ya que en realidad pueden distinguirse tres actitudes posmodernas.

Finalmente, la tercera actitud es la de aquellos pensadores como R. Steuckers, G. Fernández de la Mora, M. Tarchi, P. Ricoeur, G. Locchi y otros que, someten a crítica la modernidad con un rechazo de la misma. No sucede en este caso como en el denominado “pensiero debole”2, que es un hijo desencantado de la modernidad, sino que aquí la oposición es frontal y además ofrece propuestas de superación.

2.- La condición postmoderna.

El término posmodernidad puede ser identificado, como lo hace Habermas, con las coordenadas de la corriente francesa contemporánea de Bataille a Derrida, pasando por Foucault, con particular atención al movimiento de la deconstrucción de indudable actualidad y notoria resonancia en la intelectualidad local.

La era moderna nació con el establecimiento de la subjetividad3 como principio constructivo de la totalidad. No obstante, la subjetividad es un efecto de los discursos o textos en los que estamos situados4. Al hacerse cargo de lo anterior, se puede entender por qué el mundo postmoderno se caracteriza por una multiplicidad de juegos de lenguaje que compiten entre sí, pero tal que ninguno puede reclamar la legitimidad definitiva de su forma de mostrar el mundo.

Con la deslegitimación de la racionalidad totalizadora procede lo que ha venido en llamarse el fin de la historia. La posmodernidad revela que la razón ha sido sólo una narrativa entre otras en la historia; una gran narrativa, sin duda, pero una de tantas. Estamos en presencia de la muerte de los metarrelatos, en la que la razón y su sujeto –como detentador de la unidad y la totalidad– vuelan en pedazos. Si se mira con más detenimiento, se trata de un movimiento de deconstrucción del cogito y de las utopías de unidad. Aquí debe subrayarse el irreductible carácter local de todo discurso, acuerdo y legitimación. Esto nos instala al margen del discurso de la tradición literaria (estética) occidental. Tal vez de ahí provenga la vitalidad de los engendros del discurso periférico.

Debe insistirse en el carácter local de todo discurso, acuerdo y legitimación. Aquí se podría hablar de un concepto de razón pluralista, lo que remite a la autonomía de los múltiples e intraducibles juegos de lenguaje del segundo Wittgenstein, enredados entre sí, no reductibles unos a otros; por formularlo como regla: “juega... y déjanos jugar en paz”.

El problema hoy no viene presentado por un exceso de proyectos de unificación, sino por la desintegración de legalidades autónomas que, como sustitutivos de la totalidad, exigen para sí el monopolio de un ámbito teórico o práctico específico.

La destotalización del mundo moderno exige eliminar la nostalgia del todo y la unidad. Como características de lo que Foucault ha denominado la episteme5 posmoderna podrían mencionarse las siguientes: deconstrucción, descentración, diseminación, discontinuidad, dispersión. Estos términos expresan el rechazo del cogito que se había convertido en algo propio y característico de la filosofía occidental, con lo cual surge una “obsesión epistemológica” por los fragmentos.

La ruptura con la razón totalizadora supone el abandono de los grands récits, es decir, de las grandes narraciones, del discurso con pretensiones de universalidad y el retorno de las petites histoires. Tras el fin de los grandes proyectos aparece una diversidad de pequeños proyectos que alientan modestas pretensiones. Aquí se insiste en el irreductible pluralismo de los juegos de lenguaje, acentuando el carácter local de todo discurso, y la imposibilidad de un comienzo absoluto en la historia de la razón. Ya no existe un lenguaje general, sino multiplicidad de discursos. Y ha perdido credibilidad la idea de un discurso, consenso, historia o progreso en singular: en su lugar aparece una pluralidad de ámbitos de discurso y narraciones.

Cabe llamar la atención sobre este cambio en el ámbito de la producción y disponibilidad del saber. El análisis del saber en las sociedades informatizadas –dominadas por la lógica de las bases de datos– nos lleva a decir adiós al “proyecto de la modernidad”, que consistía en aferrarse a las conquistas de la Ilustración (unidad de la razón, emancipación de los seres humanos, etc.). La modernidad, caracterizada por la pretensión de validez universal del discurso racional y científico, está enredada en un discurso de legitimación cuyas aspiraciones no puede satisfacer.

Además de señalar que la desmitologización de los grandes relatos es lo característico de la posmodernidad, es necesario aclarar que estos metarrelatos no son propiamente mitos, en el sentido de fábulas. Ciertamente tienen por fin legitimar las instituciones y prácticas sociales y políticas, las legislaciones, las éticas. Pero, a diferencia de los mitos, no buscan esta legitimación en un acto fundador original, sino en un futuro por conseguir, en una idea por realizar. De ahí que la modernidad sea un proyecto.

El postmodernismo aparece, pues, como resultado de un gran movimiento de des-legitimación llevado a cabo por la modernidad europea, del cual la filosofía de Nietzsche sería un documento temprano y fundamental.

La posmodernidad puede ser así entendida como una crítica de la razón ilustrada tenida lugar a manos del cinismo contemporáneo. Baste pensar en Sloterdijk y su Crítica de la razón cínica6, donde se reconoce como uno de los rasgos reveladores de la Posmodernidad la nostalgia por los momentos de gran densidad crítica, aquellos en que los principios lógicos se difuminan, la razón se emancipa y lo apócrifo se hermana con lo oficial, como acontece según Sloterdijk con el nihilismo desde Nietzsche, y aun desde los griegos de la Escuela Cínica.

La ruptura con la razón totalizadora aparece, por un lado como abandono de los grandes relatos –emancipación de la humanidad–, y del fundamentalismo de las legitimaciones definitivas y como crítica de la “totalizadora” ideología sustitutiva que sería la Teoría de Sistemas.

La posmodernidad ha impulsado –al amparo de esta crítica– “un nuevo eclecticismo en la arquitectura, un nuevo realismo y subjetivismo en la pintura y la literatura, y un nuevo tradicionalismo en la música”7. La repercusión de este cambio cultural en la filosofía ha conducido a una manera de pensar que se define a sí misma, según he anticipado, como fragmentaria y pluralista, que se ampara en la destrucción de la unidad del lenguaje operada a través de la filosofía de Nietzsche y Wittgenstein.

Lo específicamente postmoderno son los nuevos contextualismos o eclecticismos. La concepción dominante de la posmodernidad acentúa los procesos de desintegración. Subyace igualmente un rechazo del racionalismo de la modernidad a favor de un juego de signos y fragmentos, de una síntesis de lo dispar, de dobles codificaciones; la sensibilidad característica de la Ilustración se transforma en el cinismo contemporáneo: pluralidad, multiplicidad y contradicción, duplicidad de sentidos y tensión en lugar de franqueza directa, “así y también asa” en lugar del univoco “o lo uno o lo otro”, elementos con doble funcionalidad, cruces en lugar de unicidad clara8. Así, con la posmodernidad se dice adiós a la idea de un progreso unilineal, surgiendo una nueva consideración de la simultaneidad, se hace evidente también la imposibilidad de sintetizar formas de vida diferentes, correspondientes a diversos patrones de racionalidad.

La posmodernidad, como proceso de descubrimiento, supone un giro de la conciencia, la cual debe adoptar otro modo de ver, de sentir, de constituirse, ya no de ser, sino de sentir, de hacer. Descubrir la dimensión de la pluralidad supone descubrir también la propia inmersión en lo múltiple.

3.- Posmodernismo y Epistemología: Azar e incertidumbre.

La cuestión del posmodernismo incluye a veces referencias a problemas y conceptos epistemológicos9, tales como la crisis del determinismo, el lugar del azar y el desorden en los procesos naturales, el principio de indeterminación de Heisenberg – también conocido como “principio de incertidumbre”– la cuestión del tiempo y particularmente del tiempo irreversible (cuyo reconocimiento ha expandido el poderoso modelo del universo como un reloj), la visión de las teorías de Karl Popper en términos de “falsabilidad” más que en mera “verificabilidad”. No hace falta decir que estas ideas pueden fácilmente incomprendidas y distorsionadas por los críticos literarios y los artistas. Incluso así, el nuevo interés del crítico en cuestiones epistemológicas-teóricas viene de una auténtica sensación de que han ocurrido cambios importantes en el modo en el que la ciencia se ve a sí misma y en la legitimidad de sus procedimientos de inferencias. Y este interés aumenta con la creencia de que tales cambios en los paradigmas científicos no pueden ocurrir sin analogías al nivel de la conciencia artística. Significativamente, esta creencia parece recibir su reconocimiento y estímulo cuando un filosofo de la ciencia, tomando prestada la polémica etiqueta cultural de posmodernismo, habla de una “ciencia posmoderna” casi como una cuestión de hecho. Pero incluso una cuestión más precavida, como la que toma Ilya Prigogine e Isabelle Stengers cuando elaboran su distinción entre “una ciencia moderna” y una “ciencia nueva”, puede resultar relevante para el prolongado debate acerca de la posmodernidad.

Por razones similares, el azar se veía negativamente, como un obstáculo al total dominio del hombre de las leyes naturales: el azar realmente no existía, era el resultado de nuestra ignorancia, tal como lo implicó Laplace cuando formuló la famosa ficción de su “demonio” omnisciente; el azar era, en última instancia, el reflejo de las limitaciones de nuestra inteligencia. Característicamente, Einstein dijo: “Dios no juega a los dados”. Incluso en la biología moderna, donde el reconocimiento del papel del azar ha hecho posible la teoría de la selección natural, una figura importante como Jacques Monod, por ejemplo, no pudo evitar establecer unas conclusiones filosóficamente pesimistas de la existencia de la casualidad. Monod da con una nota casi pascaliana cuando (como señalan Prigogine y Stenger) escribe “El hombre sabe, por fin, que está solo en la inmensidad indiferente del universo a partir del cual él ha surgido sólo por casualidad”.

Una interesante polémica que comenzó en 1980 cuando Jürgen Habermas, al recibir el premio T.W. Adorno de la ciudad de Francfort, pronunció un discurso acerca de “Dios Moderne: Ein unvollendetes Projekt”, traducido al inglés como “Modernity versus Postmodernity”10. En este discurso el neomarxista Habermas identifica la noción de posmodernidad con la posición (neo)conservadora de quienes creen que la modernidad ha fracasado y que los impulsos utópicos a que dio lugar deben ser, por tanto, suprimidos. Pero la modernidad o e “proyecto de la Ilustración”, argumenta Habermas desde la posición de su propia filosofía emancipadora, no es un proyecto fracasado, sólo inacabado. Lo que hay que rechazar no es la modernidad, cuya herencia crítica reafirmada por la Escuela de Francfort de Adorno, Horkheimer o Benjamin es todavía una fuente de “emulación para los intelectuales”; lo que debe rechazarse es la ideología (neo)conservadora de la modernidad.

Lo que realmente disparó la polémica fue el ataque de Habermas contra el “posestructuralismo” francés, definido como un rechazo conservador de la modernidad y de sus valores centrales de racionalidad y universidad. Surgiendo que Michel Foucault y Jacques Derrida se parecen mucho al grupo de pensadores conocido durante la República de Weimar como los Jungkonsrvativen (jóvenes conservadores), Habermas quería subrayar su descendencia común, no sólo de Heidegger, sino, en última instancia, del más antimoderno de los filósofos modernos, Friedrich Nietzsche. Aunque no se le nombraba en el discurso del Premio Adorno, probablemente un tercer francés, Jean-François Lyotard, era el blanco de la crítica de Habermas.

4.- El crepúsculo del deber o la ética indolora de los nuevos tiempos democráticos.

En la cultura posmoderna se acentúa un individualismo extremo, un "proceso de personalización" que abarca todos los aspectos de la vida social y que significa, según Gilles Lipovetsky, por un lado, la fractura de la socialización disciplinaria y, por el otro, la elaboración de una sociedad flexible basada en la información y en la estimulación de necesidades11.

Al individualismo lo acompaña la ausencia de trascendencia, ya no sólo en sentido religioso, producto del proceso de secularización y desacralización de la modernidad, sino que también desaparece la trascendencia laica de una vida consagrada a un ideal, cualquiera que éste sea.

La exaltación del cuerpo se acompaña de una exaltación de los sentidos y de un hedonismo que, en general, conspira contra la salud. Se exalta el cuerpo a través de una variedad de dietas, gimnasias de distinto tipo, tratamientos revitalizantes y cirugías estéticas12.

Este individuo, aunque establezca vínculos con otros semejantes, se halla fundamentalmente solo, entre otros individuos que persiguen su propia satisfacción. Aislado, vive su existencia como un perpetuo presente, con un pasado que es un tenue recuerdo de satisfacciones y frustraciones y un futuro que es concebido como un juego de nuevos deseos y satisfacciones.

Lipovetsky proporciona un buen resumen de la sociedad posmoderna: "... es aquella en que reina la indiferencia de masas, donde predomina el sentimiento de reiteración y estancamiento, en que la autonomía privada no se discute, donde lo nuevo se acoge como lo antiguo, donde se banaliza la innovación, en la que el futuro no se asimila ya a un progreso ineluctable”13.

La condición postmoderna es, sin embargo, tan extraña al desencanto, como a la positividad ciega de la deslegitimación. ¿Dónde puede residir la legitimación después de los metarrelatos? El criterio de operatividad es tecnológico, no es pertinente para juzgar lo verdadero y lo justo. ¿El consenso obtenido por discusión, como piensa Habermas? Violenta la heterogeneidad de los juegos de lenguaje. Y la invención siempre se hace en el disentimiento. El saber postmoderno no es solamente el instrumento de los poderes. Hace más útil nuestra sensibilidad ante las diferencias, y fortalece nuestra capacidad de soportar lo inconmensurable. No encuentra su razón en la homología de los expertos, sino en la paralogía de los inventores14.

5.- De la Estética del Simulacro a la Transparencia del Mal.

El "ser" ya no cuenta, el valor deviene en "parecer"15, lo que se conoce como la "cultura del simulacro"16.

Los escritos de Baudrillard17, otro de los profetas de la posmodernidad, tributan a una obsesión por el signo y sus espejos, el signo y su producción febril en la sociedad de consumo, la virtualidad del mundo y La transparencia del mal18. La mercancía y la sociedad contemporánea están consumidas por el signo, por un artefacto que suplanta y devora poco a poco lo real, hasta hacerlo subsidiario. Lo real existe por voluntad del signo, el referente existe porque hay un signo que lo invoca. Vivimos en un universo extrañamente parecido al original las cosas aparecen replicadas por su propia escenificaciónseñala Baudrillard.

No existe ya la posibilidad de una mirada, de una mirada de aquello que suscita la mirada, porque, en todos los sentidos del término, aquello otro ha dejado de mirarnos. El mundo ya no nos piensa, Tokio ya no nos quiere19. Si ya no nos mira, nos deja completamente indiferentes. De igual forma el arte se ha vuelto por completo indiferente a sí mismo en cuanto pintura, en cuanto creación, en cuanto ilusión más poderosa que lo real. No cree en su propia ilusión, y cae irremediablemente en el absurdo de la simulación de sí mismo.

Baudrillard intuye la evolución de fin de milenio como una anticipación desesperada y nostálgica de los efectos de desrealización producidos por las tecnologías de comunicación. Anticipa el despliegue progresivo de un mundo en el que toda posibilidad de imaginar ha sido abolida. El feroz dominio integral del imaginario sofoca, absorbe, anula la fuerza de imaginación singular.

Baudrillard localiza precisamente en el exceso expresivo el núcleo esencial de la sobredosis de realidad. Ya no son la ilusión, el sueño, la locura, la droga ni el artificio los depredadores naturales de la realidad. Todos ellos han perdido gran parte de su energía, como si hubieran sido golpeados por una enfermedad incurable y solapada20. Lo que anula y absorbe la ficción no es la verdad, así como tampoco lo que deroga el espectáculo no es la intimidad; aquello que fagocita la realidad no es otra cosa que la simulación, la cual secreta el mundo real como producto suyo.

Baudrillard exhausto de la esperanza del fin certifica que el mundo ha incorporado su propia inconclusibilidad. La eternidad inextinguible del código generativo, la insuperabilidad del dispositivo de la réplica automática, la metáfora viral21. La extinción de la lógica histórica ha dejado el sitio a la logística del simulacro y ésta es, según parece, interminable.

6.- El momento posmoderno.

El momento postmoderno es un momento antinómico, en el que se expresa una voluntad de desmantelamiento, una obsesión epistemológica con los fragmentos o las fracturas, y el correspondiente compromiso ideológico con las minorías políticas, sexuales o lingüísticas.

Es necesario, a este respecto, tener presente que en la expresión “momento postmoderno” la palabra momento ha de tomarse literalmente22; y, por decirlo paradójicamente, como categoría fundamental de una conciencia de época, claramente posthistórica.

La complejidad del momento postmoderno no es sólo una cuestión de perspectiva histórica –o más bien de falta de ella–, sino que viene dada por el propio movimiento de repliegue sobre sí mismo característico de la posmodernidad (frente a los desarrollos lineales de la periodización moderna o clásica) lo que la dota de un espacio histórico informe y desestructurado donde han caído los ejes de coordenadas, a partir de los cuales se establecía el sentido y el discurso de la escena histórico-cultural de una época.

La caída de los discursos de legitimación que vertebraban los diferentes meta-relatos de carácter local y dependiente, ha producido –como se ha señalado – una nivelación en las jerarquías de los niveles de significación y la adopción de prácticas inclusivistas e integradoras de discursos adyacentes, paralelos e incluso antagónicos.

La posmodernidad es aquel momento en que las dicotomías se difuminan y lo apócrifo se asimila con lo oficial.

Desde un determinado punto de vista, la “revolución de la posmodernidad” aparece como un gigantesco proceso de pérdida de sentido que ha llevado a la destrucción de todas las historias, referencias y finalidades. En el momento postmoderno el futuro ya ha llegado, todo ha llegado ya, todo está ya ahí. No tenemos que esperar ni la realización de una utopía ni un final apocalíptico. La fuerza explosiva ya ha irrumpido en las cosas. Ya no hay nada que esperar. Lo peor, el soñado final sobre el que se construía toda utopía, el esfuerzo metafísico de la historia, el punto final, está ya entre nosotros. Según esto, la posmodernidad sería una realidad histórica–posthistórica ya cumplida, y la muerte de la modernidad ya habría hecho su aparición.

En este sentido, el artista postmoderno se encuentra en la misma situación de un filósofo: el texto que escribe, la obra que compone, no se rigen en lo fundamental por reglas ya establecidas, no pueden ser juzgadas según un canon valorativo, esto es, según categorías ya conocidas. Antes bien, son tales reglas y categorías lo que el texto o la obra buscan. De modo que artista y escritor trabajan sin reglas, trabajan para establecer las reglas de lo que habrá llegado a ser. La negación progresiva de la representación se vuelve aquí sinónimo de la negación de las reglas establecidas por las anteriores obras de arte, que cada nueva obra ha de llevar a cabo de nuevo.

Todo esto ya se encuentra prefigurado en las vanguardias históricas, o al menos en algunas de ellas.

Estas vanguardias –que pueden ser denominadas constructivas– proceden, principalmente, de la tradición nietzscheana. Sus raíces decimonónicas conectan con las formas más libertinas del postimpresionismo, un Toulouse-Lautrec, por ejemplo, y los pre-expresionistas, Munch, Ensor, así como el Modernismo. Ya en las vanguardias del siglo XX, los movimientos que se adscriben a esta línea son el Fauvismo, el Expresionismo y el Dadaísmo. Frente a la constitución de un corpus lingüístico, los deconstructivismos opondrán el impulso a la metáfora, que introduce nuevas extrapolaciones semánticas en la rígida estructura del lenguaje, y no sólo en el ámbito artístico, que será el primero.

7.- Del metarelato a la Posmodernidad estética; discurso y producción.

Ahora bien, el postmodernismo como ideología puede ser entendido como un síntoma de los cambios estructurales más profundos que tienen lugar en nuestra sociedad y su cultura como un todo o, dicho de otra manera, en el modo de producción.

Esta constatación del modo diferente de construcción de la realidad va seguida de la distinción entre una estetización "superficial" y una profunda: la primera refiere a fenómenos globales como el embellecimiento de la realidad, lo cosmético y el hedonismo como nueva matriz de la cultura y la estetización como estrategia económica; el segundo incluiría las transformaciones en el proceso productivo conducidas por la nuevas tecnologías y la constitución de la realidad por los medios de comunicación. Dentro de este escenario global es que debe analizarse lo que ha estado gestándose en los últimos doscientos años, nos referimos a la "estetización epistemológica" o como he querido llamarlo23 el giro estético de la epistemología24. Este se inicia con el establecimiento de la estética como disciplina epistemológica basal, que pasa por la configuración nietzscheana del carácter estético-ficcional del conocimiento y termina en el siglo XX con la estetización epistemológica que puede rastrearse en la teoría de la ciencia, la hermenéutica, la nueva filosofía analítica y la historia de la ciencia.

Es necesario, sin embargo, comenzar por explicar este particular modo de hacer referencia a la realidad: el productivo.

La ‘ficción’, como he señalado, no se refiere a la realidad de un modo reproductivo”25, sino más bien de un modo productivo, es decir, la establece. Sin embargo, no se trata meramente de la construcción de objetos, sino de algo más radical, de la construcción de hechos que tiene lugar en el “discurso público”, para dar cuenta de ello es necesario referirse al concepto de ideología.

Debe precisarse que el énfasis en el discurso está dado por la importancia que luego se asignará a la retórica, instrumento por el cual se articula la generación de discursos institucionales que, a su vez, dan lugar a la construcción de hechos e incluso de individuos. Centrarse en el discurso significa que el interés gira en torno al habla y a los textos como parte de prácticas sociales –como formas de vida– donde cabe incluir no sólo las prácticas consideradas “trascendentes” como, por ejemplo, el habitar, sino también las aparentemente frívolas y que, sin embargo, son capitales a la hora de comprender la sociedad postmoderna, entendida ésta, en palabras de Debord26, como una Sociedad del Espectáculo27, o como la llamará Lipovetsky28 un Imperio de lo Efímero29. Teniendo, pues, en perspectiva las relaciones entre estética y política, también se abordaran fenómenos como el cine, la moda, el diseño y la arquitectura, entendidos éstos como sistemas productores de signos, adheridos a determinadas “lógicas narrativas”, las que de acuerdo a su modo de constitución influyen de manera decisiva en el modo de ser, en el ethos postmoderno, el cual puede ser entendido desde dentro de su proceso de gestación sólo a partir de las claves hermenéuticas que nos proporciona el paradigma estético. De allí, por ejemplo, que Lyotard defina la posmodernidad como aquella condición donde se tiene una incredulidad con respecto a los metarelatos . Esa condición nos lleva a considerar al cine, por ejemplo, al menos una parte de él, como partículas independientes, sin un posible vínculo común. El metarelato narrativo e historicista del cine clásico y el metarelato autoral del cine moderno han ido poco a poco desapareciendo con respecto a las técnicas y los formatos.

Aquí cabe un paréntesis y una precisión hermenéutica fundamental–: los “metarrelatos” a que refiere La condición posmoderna son aquellos que han marcado la modernidad: emancipación progresiva de la razón y de la libertad, emancipación progresiva o catastrófica del trabajo (fuente de valor alienado en el capitalismo), enriquecimiento de toda la humanidad a través del progreso de la tecnociencia capitalista, e incluso, si se cuenta al cristianismo dentro de la modernidad (opuesto, por lo tanto, al clasicismo antiguo), salvación de las criaturas por medio de la conversión de las almas vía el relato crístico del amor mártir. Así Lyotard al utilizar los términos “relato”, “grandes relatos” y “metarrelato” se dirige a un mismo referente: los discursos legitimadores a nivel ideológico, social, político y científico. “Un metarrelato es, en la terminología de Lyotard, una gran narración con pretensiones justificatorias y explicativas de ciertas instituciones o creencias compartidas.”30 Es curioso que se haya preferido el término narración para un discurso que no es precisamente narrativo. El discurso legitimador se caracteriza no por ser prosa narrativa sino principalmente prosa argumentativa. En el campo de la literatura una narración alude tanto a un texto ficticio que da cuenta de una secuencia de acciones interrelacionadas, texto que por ser una creación artística tiene fines lúdicos. Las narraciones literarias no tienen la intención de dar cuenta de hechos verdaderos sino que su consistencia artística deriva de su verosimilitud o sea de la capacidad del texto para hacerse creíble dentro de su contexto y en relación con la creatividad del lenguaje. Una narración fuera de lo literario también da cuenta de múltiples hechos y acciones pero dentro de un marco de objetividad, la brevedad y la concisión. Igualmente la narración histórica da cuenta de hechos, batallas, guerras, y sucesos de trascendencia social los cuales son importantes conocer en detalle. No obstante, el texto histórico no es solo prosa narrativa sino también prosa expositiva y argumentativa. Hasta aquí la precisión hermenéutica.

La situación del arte contemporáneo, por su parte, no puede ser explicada sólo bajo una óptica ideológica, sino también –y de modo más fundamental– como un entramado de sucesos histórico-culturales.

Es en este sentido que el Arte ya no puede ser entendido como un fenómeno específico, sino como algo que recorre de modo transversal los fenómenos más cotidianos de nuestra vida. Las obras de arte no son, pues, objetos específicos –aislados del mundo y de su acontecer–, sino más bien organizaciones imaginarias del mundo, las que para ser activadas requieren ser puestas en contacto con un modo de vida, con un fenómeno concerniente al ser humano,de modo tal que, como se hace evidente en la posmodernidad, arte y vida se codeterminan y se copertenecen.




Adolfo Vásquez Rocca PH. D.

Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Postgrado Universidad Complutense de Madrid. Profesor de Antropología y Estética en el Departamento de Artes y Humanidades de la Universidad Andrés Bello UNAB. Profesor visitante en la Maestría en Filosofía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. BUAP. Profesor visitante en la Florida Christian University USA y Profesor Asociado al Grupo Theoria –Proyecto europeo de Investigaciones de Postgrado– UCM. Académico Investigador de la Vicerrectoría de Investigación y Postgrado, Universidad Andrés Bello.







BIBLIOGRAFÍA:

Fecha de Recepción: 20 de diciembre de 2009

Fecha de Aprobación: 10 de enero de 2010


1 LYOTARD, Jean-François., La Condition Postmoderne. Paris: Minuit, 1979
2 El pensamiento débil / Il pensiero debole (1983); editado por G. VATTIMO y P. A. ROVATTI, Milán, FELTRINELLI
3 HABERMAS, Jürgen, El pensamiento postmetafisico, Editorial Taurus, Madrid, 1990, p. 85.
4 El dominio del sujeto se ve subvertido por el hecho de que siempre nos encontramos situados de antemano en lenguajes que no hemos inventado (donde la Razón es equiparada a una subjetividad dominante, a una voluntad de poder) y que necesitamos para poder hablar de nosotros mismos y del mundo.
5 “La épistémè no es una teoría general de toda ciencia posible o de todo enunciado científico posible, sino la normatividad interna de las diferentes actividades científicas tal como han sido practicadas y de lo que las ha hecho históricamente posibles”. Cf. FOUCAULT, Michel, “La vie: L’expèrience et la science”, en Revue de Métaphysique et de Morale, 1 enero-marzo de 1985, R. 10.
“En una cultura en un momento dado, nunca hay más que una sola épistémè, que define las condiciones de posibilidad de todo saber. Sea el que se manifiesta en una teoría o aquel que está silenciosamente envuelto en una práctica”. FOUCAULT, Michel, Las palabras y las cosas, Ed. Gallimard, París, 1966, p. 179.
6 SLOTERDIJK Peter, Critica de la razón cínica I y II, Ed. Siruela, Madrid, 2004.
7 INNERARITY, Daniel, Dialéctica de la Modernidad, Ediciones Rialp, Madrid, 1990, p. 114.
8 “Ni sí ni no, sino todo lo contrario. El último reducto posible para la filosofía” En Discurso de Guadalajara, en “Nicanor PARRA tiene la palabra”, Compilación de Jaime Quezada, Editorial Alfaguara, Santiago, 1999.
9 CALINESCU, Matei, Cinco caras de la modernidad, Editorial Tecnos, Madrid, 191, p. 261.
10 HABERMAS, Jürgen, Modernity versus Postmodernity; Seyla Ben-Habib. New German Critique, No. 22, Special Issue on Modernism. (Winter, 1981), pp. 3-14
11 LIPOVETSKY, Gilles. (1992), El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos, Anagrama. Colección Argumentos: Barcelona, 1996
12 Es el "crepúsculo del deber" –manifiesta LIPOVETSKY (1996)–, la declinación de la responsabilidad, la austeridad y de las grandes virtudes del pasado. Lo que prima en la nueva galaxia es el peso y el antienvejecimiento. Estas tendencias se observan claramente en la evolución del consumo de productos cosméticos y la popularidad de las dietas. La obsesión por la edad y las arrugas se manifiestan asimismo en el apogeo de la cirugía estética. La lucha contra las arrugas y los excedentes corporales indeseables son liderados por el afán remodelador del aspecto que buscan desafiarlos deterioros del tiempo y acomodarse a la estética de la juventud"
13 LIPOVETSKY, Gilles. (1992), El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos, Anagrama. Colección Argumentos: Barcelona, 1996
14 LYOTARD, Jean F. La condición postmoderna. Madrid: Cátedra S.A. 1987.
15 Jean BAUDRILLARD establece la diferencia entre disimular y simular. Lo primero es fingir no tener lo que se tiene. Quien disimula, intenta pasar desapercibido. Pero quien simula, aparenta ser quien no es, o poseer lo que no tiene; busca crear una imagen de algo inexistente. El disimulo no cambia la realidad, sólo la oculta o enmascara, en cambio la simulación muestra como verdadero algo que no lo es. Uno remite a una presencia, lo otro a una ausencia, a una nada. Ahora el problema actual es la simulación, concluye BAUDRILLARD. De este modo Ahora el simulacro produce una disociación entre lo que se muestra y la realidad, entre el ser y el parecer.
16 LIPOVETSKY, Gilles. (1992), El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos, Anagrama. Colección Argumentos: Barcelona, 1996
17 VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, "Baudrillard; de la metástasis de la imagen a la incautación de lo real", En EIKASIA. Revista de Filosofía, OVIEDO, ESPAÑA. ISSN 1885-5679, año II, Nº 11 (julio 2007) pp. 53-59.
http://www.revistadefilosofia.com/11-02.pdf

18 BAUDRILLARD, Jean, La transparencia del mal, Ed. Anagrama, Barcelona, 2001
19 LORIGA, Ray, Tokio ya no nos quiere, Plaza & Janes. Colección Ave Fénix. Barcelona, 1999.
20 BAUDRILLARD, Jean, Cultura y simulacro, Ed. Kairós, Barcelona, 1993
21 VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, "W. Burroughs; La metáfora viral y sus mutaciones antropológicas" En Almiar MARGEN CERO, Revista Fundadora de la ASOCIACIÓN DE REVISTAS DIGITALES DE ESPAÑA - Nº 46 – 2009. http://www.margencero.com/articulos/new03/burroughs.html

22 'Augenblick' puede traducirse como parpadeo, “abrir y cerrar de ojos”.
23 VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, “La ficción como conocimiento, subjetividad y texto”; de Duchamp a Feyerabend, En Psikeba Revista de Psicoanálisis y Estudios Culturales, Nº 1- 2006, Buenos Aires.
24 VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, “El Giro Estético de la Epistemología; La ficción como conocimiento, subjetividad y texto”, En Revista AISTHESIS, INSTITUTO DE ESTÉTICA, PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE, PUC, Nº. 40, 2006 , pp. 45-61.http://www.puc.cl/estetica/html/revista/pdf/Adolfo_Vssquez.pdf

25 RICOEUR, Paul, Historia y narratividad, Editorial Paidós, Barcelona, 1999, p. 138.
26 Escritor, pensador estratégico y cineasta francés nacido en París. En 1958 fundó la organización revolucionaria Internacional Situacionista y la revista del mismo nombre y carácter, que dirigió hasta su autodisolución en 1972. Entre sus libros destaca sin duda La sociedad del espectáculo (1967), 221 tesis dirigidas frontalmente contra el reinado autocrítico de la demencia económica y las nuevas técnicas de gobierno que lo refuerzan de varias formas (urbanismo, ideología, cultura, etc.). En este texto autobiográfico se impone la visión lúcida de un autor que se enfrenta a la voluntad imperialista de los criterios comerciales, dispuestos a invadir cualquier reducto de la intimidad o la inteligencia. Sus memorias escritas en 1989 con el nombre de Panegírico, son un autorretrato a la deriva y sin concesiones a lo que el buen tono de nuestra época admite como válido. DEBORD se quitó la vida en 1994, cuando estaba a punto de cumplir 63 años, disparándose un tiro en el corazón.
27 DEBORD, Guy, La sociedad del espectáculo, Editorial Pre-textos, Valencia 1999.
28 Filósofo francés, nacido en París (1944- ). Profesor en Grenoble, en 1983 desató la polémica con su obra La era del vacío. Ensayo sobre el individualismo contemporáneo, donde afirmaba la necesidad de estudiar con más detenimiento la cultura de masas y sus efímeros movimientos. En El imperio de lo efímero. La moda y su destino en las sociedades modernas (1987) insiste en ese despegue de la tradición filosófica para atender al relativismo que subyace en el individualismo contemporáneo.
29 LIPOVETSKY, Gilles, El imperio de lo efímero, Editorial Anagrama, Madrid, 1990.
30 DIÉGUEZ, Antonio (2006). “La ciencia desde una perspectiva postmoderna: Entre la legitimidad política y la validez epistemológica”. II Jornadas de Filosofía: Filosofía y política (Coín, Málaga 2004), Coín, Málaga: Procure, 2006, pp. 177-205.
Revista Observaciones Filosóficas - Nº 9 / 2009


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