Victoria Prilutsky. Universidad Hebrea de Jerusalén
El propósito de la presente comunicación no es el de ofrecer respuestas novedosas, ni el de replantear las ya conocidas. Lo que pretendo hacer es exponer una serie de interrogantes que he ido formulando a tenor del análisis comparativo que efectué entre dos obras contemporáneas, que sin dejar de ser muy diferentes, comparten, sin embargo, una amplia base común. Las obras en cuestión son el Libro de buen amor de Juan Ruiz y los Proverbios morales de Santob de Carrión2. Veamos pues aquellos rasgos y características que comparten esos textos.
El denominador común más apreciable es el hecho de que las dos obras corresponden a un mismo espacio geográfico, político y cronológico: el LBA y los PM fueron compuestos no sólo en la misma época, sino que, probablemente, con una diferencia de apenas una década. Las dos obras surgen de una misma realidad histórico-política: se componen en el reino cristiano de Castilla en el siglo xiv. Compuestas las dos en castellano, ambas son de marcado carácter didáctico. Pero, además existen otros aspectos menos evidentes que amplifican y profundizan la base común que comparten estas obras y sus autores.
Así, la identidad y las circunstancias de ambos poetas siguen presentando hasta hoy día un enigma histórico. Lo poco que se ha podido dilucidar sobre la realidad personal, social y cultural que vivieron —incluso sus nombres— se desprende de las propias obras; es decir, de los mismos textos que les causaron a esos autores pervivir en la conciencia histórica. Más aún, cabe destacar que ambas obras están narradas desde la conciencia de un yo ¿seudo?-autobiográfico: un procedimiento literario tan innovador como convincente para su época y aun para el lector moderno. La incorporación de una perspectiva subjetiva en estos textos les permite a los lectores e investigadores modernos no sólo reconstruir el cuadro de la realidad socio-política de la época, sino aun intentar asomarse al universo individual de dos hombres unidos por la época y separados por las circunstancias.
En efecto, la relación intrínseca que existe en la Edad Media entre la identidad religiosa y la experiencia social, cultural y aun personal de uno nos obliga a destacar el hecho de que se trata de dos autores pertenecientes a comunidades religiosas diferentes. Uno es cristiano, como atestiguan, entre otras, estas palabras:
por ende yo; Joan Royz,
Açipreste de Fita […](est. 19)3
mientras que el judaísmo del autor de los Proverbios se hace patente ya en la primera estrofa:
[…] oí este sermón
que viene dezir Santo, judío de Carrión(est. 1)4
Según los versos citados, el autor del Libro sería posiblemente clérigo. Sin embargo, hasta ahora no se ha encontrado ningún testimonio concluyente que compruebe o descarte la afirmación de que el poeta, en efecto, desempeñara cargo religioso alguno. La misma incertidumbre rodea a su homólogo judío, quien sigue siendo considerado rabino por muchos investigadores, pese al hecho de que a favor de tal estimación sólo disponemos del apelativo «rabí» antepuesto al nombre de Santob en algunas referencias históricas posteriores a su época, como es, por ejemplo, el caso de la Carta-Proemio del Marqués de Santillana5.
Tuvieran o no esos poetas oficio religioso alguno en sus respectivas comunidades, no cabe duda de que los dos fueron hombres extraordinariamente cultos, hecho que destaca al considerar las ricas y complejas relaciones de intertextualidad que ambos textos guardan con una serie de obras sapienciales de distintos orígenes y procedencias. Teniendo en cuenta que se trata de obras didácticas, no es de sorprender que el Antiguo Testamento sea una de las fuentes más recurrentes de las relaciones intertextuales tanto en el LBA como en los Proverbios. No obstante, al efectuar un análisis comparativo entre estas dos obras descubrí que la relación que establece cada una de ellas con las fuentes bíblicas es sustancialmente diferente.
Fueron estas diferencias las que me impulsaron a plantear las siguientes preguntas: ¿qué tipo de relación se establece en cada una de las obras entre el intertexto bíblico y el yo autobiográfico del narrador con respecto al propósito explícitamente didáctico del texto? En otras palabras, cuando el narrador profiere sentencias sapienciales o consejos, ¿es la Biblia (en este caso, el AT) la que se plantea como la raíz y el fundamento esencial de la sabiduría enseñada? Si no, ¿qué otra autoridad avala el conocimiento y las amonestaciones que se pretende transmitir al destinatario de la obra? Y, en efecto, ¿quién es este destinatario? ¿qué es lo que pretende compartir con él el narrador?
No son preguntas gratuitas. Aunque el hecho de recurrir al Antiguo Testamento es más que común en la Edad Media, en el modo de su empleo varía. Esas diferencias en la actitud frente a las fuentes bíblicas podrían esclarecer el tipo de la relación que se plantearía el autor con su público destinatario. Es decir, que la actitud que el narrador asume con respecto a las referencias bíblicas estaría condicionada no sólo por el ideario o la finalidad de la obra, sino también por las circunstancias sociales y religiosas de su autor. Indicaré algunas de las diferencias más notorias que demuestran lo dicho.
Tanto en los Proverbios como en el LBA la enseñanza —sea por medio de una fábula, un refrán o unas máximas— viene siempre precedida por una intervención proferida por el hablante en primera persona, dándole así a la sabiduría transmitida un matiz personal. La sabiduría que viene a transmitir el texto no radica en los libros, sino que emana de la experiencia —ora personal, ora ajena— y apela ante todo al sentido común del oyente. Pero mientras en los Proverbios la del narrador es la única voz y el único punto de vista que hay en el texto, en el LBA hay varios hablantes y la prerrogativa de enseñar la sabiduría está repartida entre distintos personajes, que a menudo resultan ser mujeres6. No obstante, es el narrador, en ambas obras, el que establece la relación —directa o indirecta— entre el Libro por antonomasia y la sabiduría.
Varios son los modos de incorporación del intertexto bíblico que se pueden encontrar en el LBA. En ocasiones una fórmula tipo «como dice» seguida del nombre de una u otra autoridad bíblica precede a la sentencia sapiencial. Por ejemplo:
Como dize Salamón, e dize la verdat,
que las cosas el mundo todas son vanidad,
todas son pasaderas, vanse con la hedat,
salvo amor de Dios, todas son liviandat.(est. 105)7
Otras veces aparece tan sólo una alusión a algunos personajes o historias bíblicas (por ejemplo, Job: ll. 60, 86; o los profetas: est. 1060-62). Pero sea cual fuere la forma de introducir las fuentes bíblicas en el cuerpo de la obra, el uso de estas fuentes se hace siempre de una manera declarada. La referencia explícita y reiterada a la propia autoridad de las sagradas escrituras apoya y refuerza lo dicho por el Arcipreste, avalando sus sentencias.
No deja de llamar la atención el hecho de que el empleo de los textos veterotestamentarios como una autoridad irrefutable de la sabiduría no le impide al autor del LBA deleitarse con unos ambiguos juegos de palabras, perífrasis jocosas e, incluso, alteraciones del significado original de las citas bíblicas por medio de su inserción en un nuevo contexto. Así, por ejemplo, en la pelea con Don Amor, el Arcipreste respalda su fervoroso sermón sobre los daños del pecado de la gula diciendo:
Adán, el nuestro padre, por gula e tragonía,
porque comió del fruto que comer non devía,
echóle del paraíso Dios en aquesse día:
por ello en el infierno, deque morió, yazía.(est. 294)
Pero allí donde la intertextualidad bíblica queda abierta a una interpretación polivalente, varía la fuente de la sabiduría y su autoridad tanto para el narrador, como para los demás personajes del LBA. Esta autoridad es el saber popular, un riquísimo esbozo de fábulas y refranes que, sin abandonar el tono lúdico, transmite la experiencia de generaciones y viene a reforzar lo que la vida y la experiencia propia les haya enseñado tanto a los personajes masculinos, como a los femeninos de la obra. Es más, la autoridad más patente y convincente en la que se basa la sabiduría del LBA parece ser, en efecto, el saber popular y no la Biblia, pese a ser una constante importante en la obra8.
Sea como fuere, la situación es notoriamente distinta en el caso de los Proverbios morales. Llama la atención una ausencia absoluta de referencias bíblicas explícitas en esta obra. En efecto, la única vez que se evoca la autoridad de las Sagradas Escrituras en esta obra es en el prólogo en prosa, donde se dice «como quiera que dize Salamón —e dize verdat—» en el Libro de los Proverbios «quien acreçienta ciencia acresçienta dolor»9 (p. 245). Sin embargo, cabe destacar que este prólogo no pertenece a la pluma de Sem Tob, sino que debió de haber sido compuesto y añadido a la obra del autor judío por un copista10. De hecho, lo único que se dice en el propio texto de los Proverbios es que este sermón:
viene dezir Santo, judío de Carrión
comunalmente trobado, de glosas moralmente
de filosofía sacado, segunt aquí va siguiente.(est. 1-2)11
Sin embargo, más adelante el narrador se señala a sí mismo como la fuente principal de su enseñanza, explicando:
Las mis canas teñílas, non por las aborrecer
nin por desdecirlas, nin mançebo parecer:
Mas con miedo sobejo que hombres buscarían
en mi seso de viejo e non lo fallarían.
Pues trabajo me mengua donde puede aver
Pro, diré de mi lengua algo de mi saber.(est. 45-47)
Cabe destacar que la ausencia de declaraciones explícitas no radica de ningún modo en la falta de intertextualidad bíblica en la obra. Es más, a diferencia del LBA, tanto los planteamientos sapienciales, como el ideario que las sustenta están anclados ante todo en los libros sapienciales del Antiguo Testamento: Proverbios, Eclesiástico, Salmos, Job e, incluso, el libro de Eclesiastés, que desde el punto de vista del canon hebreo es una obra apócrifa.
He aquí dos ejemplos de ello. Al tratar el tema del pecado y el perdón, el autor emplea el término de «rebeldía» y lo compara con la misericordia de Dios, que siempre es superior al pecado del hombre (est. 27-31). No sólo el tema —muy recurrente en la Biblia— sino también el lenguaje evocan las palabras del profeta: «Y no quisieron oír, ni se acordaron de tus maravillas que habías hecho con ellos; antes endurecieron su cerviz, y en su rebelión pensaron poner caudillo para volverse a su servidumbre. Tú empero, eres Dios de perdones, clemente y piadoso, tardo para la ira, y de mucha misericordia» (Nah 9:17). Otro ejemplo se puede encontrar en la estrofa 104 de los Proverbios, donde se dice: «non cumple gran saber / a los que Dios non temen», un verso que evoca las palabras de Job: «He aquí que el temor del Señor es la sabiduría» (Job 28:28).
La esencia de la enseñanza de Sem Tob se podría resumir en una frase breve y muy actual para el lector moderno: todo es relativo (est. 110-11; 147). Todo, salvo algunas excepciones. Lo seguro y lo inalterable en su esencia es Dios (est. 108, 370), la sabiduría, que radica en el temor de Dios (est. 326-329, 338-341), la necesidad y el deber de hacer el bien a los demás (est. 261-67) y el perdón de Dios (est. 17-31). En otras palabras, la Biblia está presente en el texto de Sem Tob no sólo como una referencia intertextual. Su fundamento conceptual —Dios es la razón de todas las cosas y el único camino verdadero— forma una parte esencial de la enseñanza del poeta judío.
Pero, aunque la relación que los Proverbios guardan con las fuentes bíblicas es una relación tan constante y compleja como la que se puede observar en el LBA, la actitud lúdica, tan característica para Juan Ruiz no tiene cabida en la obra del poeta de Carrión. Es más, en vez de reclamar la autoridad que otorga la mención de las fuentes bíblicas, la única autoridad explícita que se ofrece para respaldar lo que vienen a enseñar los Proverbios es la experiencia personal del narrador: un hecho que se enfatiza con las interpolaciones de tono autobiográfico de Santo:
Cuando yo meto mientes, muy alegre sería
con lo que otros tristes veo de cada día.
Pues si çierto bien es aquel que cobdiçio,
¿por qué el que lo tien non toma con él viçio?(est. 105-6)
De modo que tenemos dos textos contemporáneos, uno de los cuales evoca continuamente la autoridad bíblica, pero es la sabiduría popular, anclada en la experiencia vital de los personajes lo que realmente nutre y transmite la sabiduría. Mientras que el otro no menciona ni una sola vez el hecho de recurrir constantemente a los textos veterotestamentarios, mas se sirve de ellos tanto para consolidar, como para formular su enseñanza. Ante tal situación, me siento impulsada a preguntar. ¿Por qué en una obra como los PM, tan profunda y consistentemente anclada en los textos bíblicos, elige el estilo autobiográfico para darle peso a su enseñanza, mientras que en el Libro de buen amor estos textos, tan reiteradamente mencionados y citados, quedan relegados al segundo plano en lo que a la enseñanza de la sabiduría se refiere?
Como había anunciado al comienzo de este artículo, no vengo a dar respuestas, tan sólo a formular algunos interrogantes que me han llamado la atención a la hora de contrastar estas dos obras. Sin embargo, a modo de conclusión me permitiré compartir algunas intuiciones —que por ahora sólo son eso, unas intuiciones que me guían en la investigación que estoy llevando al cabo— con respecto a lo que podría ser la razón de semejante situación. Posiblemente, habría que buscar las respuestas en el público destinatario de cada una de las obras por un lado, y en el propósito de esos textos por otro.
El hecho de que los Proverbios sean escritos por un autor judío para el público cristiano podría explicar la reticencia del poeta a anunciar su empleo de los textos bíblicos12. Por otra parte, el estilo autobiográfico que acredita la acumulación de la sabiduría que viene a enseñar el narrador de la obra corresponde a la tradición oriental de los espejos de príncipes —tan bien conocida por el autor judío— que aspira a enseñar no lo escrito en los textos sagrados, sino el saber y el entendimiento adquiridos con la experiencia y los años del que viene a enseñar al futuro gobernador13.
En cambio, Juan Ruiz comparte con su público destinatario tanto la conciencia religiosa, como la experiencia socio-cultural, lo que le permite jugar con los textos bíblicos a la vez que emplear con mayor seguridad y confianza la experiencia popular conocida por su audiencia. Pero, de todos modos, estas explicaciones quedan por ahora en calidad de una hipótesis pendiente de la consiguiente investigación.