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Universum (Talca)

versión On-line ISSN 0718-2376

Universum v.22 n.1 Talca  2007

http://dx.doi.org/10.4067/S0718-23762007000100018 

 

Revista Universum Nº 22 Vol.1: 290-299 , 2007

TEMAS GENERALES

La construcción social de la región: globalización y prácticas culturales

 

Bernardo Subercaseaux (*)

(*) Doctor en Literatura, Universidad de Harvard. Vicedecano de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile.

Artículo recibido el 15 de noviembre de 2006. Aceptado por el Comité Editorial el 18 de enero de 2007.

Correo electrónico: besuberc@uchile.cl


RESUMEN

El artículo examina las distintas concepciones de la globalización y las perspectivas inertes o proactivas frente a lo que implica esta nueva oleada de modernización. Se centra en el concepto de "administrar la globalización", examinando la situación y las alternativas de las provincias o regiones en el caso chileno. Finalmente hace algunas proposiciones en términos de la construcción social de la región -vis a vis la globalización-  y el rol que ello conlleva en términos de reconfigurar lo nacional y profundizar la democracia.

Palabras claves:

Globalización - Región - Identidad - Modernidad - Prácticas culturales - Administración - Construcción social - Negociación intercultural - Democratización.


ABSTRACT

The article examines the social construction of the region or  province (focusing in Antofagasta as an example), in the context of an  overcentralized country, with the perspective of a reconfiguration of  the nation vis a vis globalization

Key words:

Region - Nature - Culture - Globalization - Social construction.


 

I

Demasiado se ha dicho ya sobre la globalización. Que es el reino de las oportunidades, que es el reino de la inequidad, que es el reino de Estados Unidos, y también una mezcla. Se ha dicho que hay países globalizados y países globalizadores, que es un orden asimétrico, pero también que es la democracia cósmica y el paraíso de los "emprendedores". Se ha dicho que produce uniformidad cultural y fenómenos de desterritorialización, en que lo nacional se ve menoscabado; pero se ha dicho también lo contrario: que ha provocado un renacer de la heterogeneidad, del multiculturalismo y del rescate de las diferencias. Se ha dicho que es todo y que es nada; que es un proceso inédito, que es la aceptación mundial del mercado y el fin de la historia. Se ha dicho, por el contrario, que llevamos cinco siglos de globalización occidental y que lo que estamos viviendo no es más que la continuación de una vocación expansiva del capitalismo.

Si bien como proceso tiene su eje en el ámbito económico,  la globalización afecta y deja su impronta en los más diversos órdenes, desde la comida, el ocio y la música, hasta la educación, la droga, los derechos humanos y los juegos infantiles. El que coexistan visiones pesimistas, utópicas y realistas de este proceso, y que estas visiones estén avaladas por indicadores y datos, señala, precisamente, que estamos ante un fenómeno  complejo y contradictorio, que ofrece múltiples aristas. Ello debe precavernos de miradas  simplistas, ya sea que se pronuncien obstinadamente a favor de la misma, fetichizándola como la nueva y gran panacea, o la critiquen en bloque, demonizándola y culpándola de todos los males. La globalización no puede concebirse como un manto epocal que nos cae encima, como un hecho ineludible ante el cual solo queda seguirle la corriente, como si el país no fuese más que un receptáculo inerte. Precisamente las variadas facetas del proceso, expectantes algunas y amenazadoras otras, indican que se trata de un fenómeno con el que se interactúa (como ha sucedido siempre, por lo demás, con las olas de modernidad que nos llegan) y que puede en consecuencia ser orientado -en la medida que es posible para un país pequeño-  en beneficio de sus habitantes. El mercado-mundo y sus facetas indican también que hay intereses en juego, y que la cuestión del poder y de la asimetría sigue presente. Se trata, en este contexto, de vislumbrar una inserción no subordinada.

¿Qué quiere decir "orientar" o "administrar" la globalización? ¿Quiénes son estos posibles administradores? ¿Existen acaso márgenes de maniobra ante un fenómeno de tal magnitud y fuerza? ¿Con qué y cuáles parámetros debe enfrentarse el proceso? El dato duro de la globalización, lo que está para quedarse y permanecer, no es Bush ni  los EEUU; la globalización no necesita de un gendarme del bien y del mal. Tampoco son los flujos financieros y sus efectos dominó, ni la hiperinflación de la cultura de masas (todo lo cual mañana podría regularse). El dato duro es la posibilidad de que en este preciso momento alguien en Chile pueda extraer del bolsillo una cajita metálica y comunicarse, por ejemplo, con  Katmandu, en  Nepal, doblándole así la mano al tiempo y al espacio, cambiando la percepción (y el precio) de la distancia, de lo que está lejos y de lo que está cerca. El globo al alcance de la mano, eso es lo nuevo. El envío e intercambio de información, voz, imágenes, y traspaso de capitales casi gratis. Las tecnologías que han posibilitado estos cambios no son, por sí mismas, ni buenas ni malas, ellas se instalan en relaciones asimétricas preexistentes, propias del sistema. Gran parte de lo que ocurra dependerá entonces de la administración y uso que se haga de ellas.

II

Administrar la globalización quiere decir interactuar  con ella, desde lo que se es y hacia lo que se pretende ser. Se da así un proceso dialógico en que la globalización no es algo dado y finito  sino un campo de negociación, un espacio en construcción. El Estado-nación  es a  través de sus distintas políticas públicas una de las principales instancias que interactúa con la globalización, por medio de marcos regulatorios, de políticas que pueden o no resguardar los efectos perniciosos de la liberación de los mercados y flujos financieros;  políticas que pueden o no resguardar el medio ambiente y un crecimiento sustentable; políticas que pueden o no establecer una red de protección social para los sectores más débiles o perjudicados.  Pero también  administran e interactúan con ella los gobiernos regionales y locales, las corporaciones sin fines de lucro, las escuelas y el sistema educacional, las familias, en definitiva, la sociedad civil entera, además de los medios de comunicación y muy especialmente las Universidades, por su rol en una sociedad que ha sido llamada del conocimiento y porque son instituciones mas neutras con respecto a los intereses en juego. Todas estas son instancias que en una sociedad  que se quiere democrática y participativa desempeñan un papel en el manejo de las distintas facetas de la globalización.  Un aspecto fundamental  será entonces  la calidad de la democracia, pues si ella no es participativa y si no hay un ejercicio de la ciudadanía en todos los niveles, se corre el riesgo de que la globalización opere sin contrapeso en su tinte más neoliberal, y de que sean las elites del centro las que tomen las decisiones.

III

Uno de los fenómenos que ha acarreado la globalización es el reforzamiento de las identidades culturales como uno de los principios básicos de organización social, sentido de pertenencia y movilización política. De hecho se ha producido una verdadera explosión identitaria, con muchas caras. Se trata de identidades o dignidades que conviven y se dan superpuestas en la sociedad, y que no son excluyentes entre sí. La identidad de género, la identidad etaria, la identidad nacional, la identidad regional, la identidad étnica, la identidad religiosa, la identidad deportiva, la identidad local, la identidad de clase. Todas ellas operan como principios de autodefinición a nivel de individuos y de colectivos, y por ende conforman ópticas de valorización y rescate identitario y patrimonial. Todas ellas conllevan símbolos, gestos y rituales, formas de reconocimiento y socialización. Aunque algunas están de baja, como la identidad nacional, que se suele reactivar solo con el fútbol o con el tenis, y la identidad de clase, otrora importante y hoy dormida. Otras, en cambio, como la identidad étnica, la identidad de género y la identidad territorial están en alza, y lo están porque son revitalizaciones del particularismo cultural en tiempos globales. Lo que indica que las identidades y su cotización en la  trama social no son eternas, sino cambiantes e históricas.

Si bien es centralmente económica, la globalización conlleva también otras dimensiones: de partida, comunicativa y cultural; pero también informática, demográfica y ecológica. Incide, por ende, en los estilos de vida de niños, jóvenes y adultos, en los imaginarios e identidades tanto personales como colectivos. De allí la importancia del tema de las identidades regionales o locales y los problemas y  desafíos que este ámbito presenta vis a vis la globalización. Asumir la globalización en relación a las identidades y prácticas culturales regionales o locales, no debe concebirse como una suerte de ingeniería social, ni como una especie de manipulación genética de las identidades, ni menos desde un fundamentalismo regionalista que apunta en contra de la nación. Se trata, sencillamente, de un campo de negociación, de la toma de decisiones y de prácticas culturales ante opciones posibles, pero decisiones que pueden favorecer estilos y valores desterritorializados, en algunos casos atentatorios contra el sentimiento de comunidad; o favorecer, por el contrario, valores vinculados a los lazos primordiales, a la tradición, a la geografía y a la memoria histórica. En este último caso, la identidad puede asumirse desde  perspectivas diferentes: ya sea  con criterio purista, como si  fuese un refugio inmóvil, o por el contrario, como una instancia abierta, cambiante  y porosa.

IV

Pelarco y Tierra Amarilla son dos comunas de alrededor de 15 mil habitantes. Pelarco es una comuna rural ubicada en Chile central, cerca de Talca, en la VII Región. Sus habitantes son, en su mayoría,  campesinos que viven en  casas de adobe, en un entorno de tierras de riego y de rulo, en un paisaje en que predominan la vid, el maíz y los potreros cuadriculados por hileras de álamos. Tierra Amarilla, en cambio, está ubicada en las proximidades de Copiapó, en la III Región, en el Chile semidesértico y minero. La alcaldesa de Pelarco, una (ex) diva de la Televisión, casada entonces con un agricultor de la zona, puso gran parte de sus esfuerzos edilicios en la realización de un evento que concitó la atención massmediática del país: la elección de Miss Pelarco. Con el apoyo de distintos sectores, el evento se realizó en un gimnasio imitando el formato audiovisual de uno de los programas de mayor audiencia en la industria del entretenimiento: la elección de Miss Universo.  Un locutor de smoking, con jóvenes campesinas  que se esforzaban por disimular su timidez, paseándose en bikini o con vestidos forrados en glamour.  Cámaras, las preguntas de rigor a las concursantes y el consabido llanto de la coronación. El evento consiguió lo que Raquel Argandoña se proponía, instalar en el imaginario de las muchachas de Pelarco el sueño de una noche globalizada. En la base de su afán subyacía un supuesto: la idea de que todas las culturas por efecto de la comunicación y de la TV estarían compartiendo elementos comunes. (La alcaldesa de marras, fue, recuérdese,  una gran promotora de la fiesta de halloween). La ganadora del evento, una chica de 18 años, recibió como premio un curso de modelo en una academia de Santiago. En términos individuales lo más probable es que María Magdalena Arenas, que así se llamaba la reina, haya regresado desilusionada a su pueblo después de la estadía en la capital. El asunto, sin embargo, no es un problema de destino individual, se trata más bien de un tema colectivo y social. El evento consiguió poner en el mapa a Pelarco, le otorgó notoriedad.  Sin embargo, la cultura local campesina de por sí debilitada por la creciente urbanización de los medios audiovisuales, después de la parafernalia que concitó el evento, resultó probablemente más erosionada aún.  El evento por su naturaleza implicó cierto menoscabo de la identidad local, y el riesgo de una pérdida de contacto con los valores y tradiciones que le otorgan anclaje a la comunidad.

En la comuna de Tierra Amarilla, en febrero o marzo de cada año se realiza la fiesta de Toro Pullay, con  apoyo del municipio y de la comunidad. Se trata de un carnaval andino  que festeja el cambio de estación siguiendo las tradiciones agrícolas de los valles cordilleranos, una celebración con bailes, disfraces, carros alegóricos, murga, cueca andina y diabladas, con elementos del sur de Bolivia y del noroeste argentino. Un toro de madera que representa la fuerza bruta, recorre las calles y al final es quemado en la plaza pública del pueblo mientras los participantes toman Ponche Pullay, vino blanco con plátano pasado. Desde la década de los noventa la fiesta es convocada por el municipio, con el objeto de preservar el patrimonio cultural de la comuna, contrarrestando el exceso de oferta de la cultura de masas globalizada. Se genera así una instancia  de producción de localismo y fortalecimiento de la sociedad civil. La fiesta recoge antiguas tradiciones carnavalescas, pero es una tradición viva y abierta que acepta transformaciones. Trasvestis y homosexuales de la comuna participan disfrazados. En Pelarco, sintonizando con la cultura de masas, se favorece, entonces, la desterritorialización y la carencia de anclaje de la expresividad cultural; en Tierra Amarilla,  en cambio, se fomenta la reterritorialización y la promoción de valores e identidades con base en la comunidad... son formas distintas de administrar y navegar en la globalización.

V

Estudiosos como José Joaquín Brunner o Jesús Martín Barbero tienden, desde ángulos diferentes, a negar o diluir la existencia de un específico cultural latinoamericano o chileno. Son autores que con una mirada posmoderna perciben a la modernización como parte central de la tradición y de la identidad latinoamericana, y, por ende, para ellos, Miss Pelarco tendría una calidad identitaria no menor que Toro Pullay; autores para quienes no hay argumentos válidos para sostener que el dúo Pimpinela o Shakira sean menos expresivas de la latinoamericanidad que Violeta Parra o Atahualpa Yupanqui. Para  otros,  como Néstor García Canclini,  Shakira sería una expresión híbrida, con presencia de elementos de ascendencia árabe y colombiana, pero proyectada como producto a la globalización. Hablar hoy en día de cultura campesina con respecto a una comuna rural sería según Canclini un forzamiento, puesto que las culturas en un mundo interconectado no son monolíticas, sino híbridas y complejas,  con zonas de tradición y de cambio. Si bien podemos analíticamente compartir lo que piensa García Canclini, en términos de políticas y prioridades  la toma de decisiones exige inclinarse por una u otra opción. De Shakira se encarga el mercado, hoy día canta en inglés, mañana tal vez lo haga en chino. Pero de Violeta y Atahualpa no. El mercado probablemente se haría cargo de Miss Pelarco pero no de Toro Pullay (a pesar  de que para el imaginario  global la cultura que expresa diferencia representa, hoy por hoy, en función del turismo, un recurso económico y un valor agregado).

VI

Chile como nación, históricamente, ha sido construida por y desde el Estado. De allí la larga tradición centralista y estatal,  tradición que se remonta a la Independencia, e incluso, según algunos autores, a la Colonia. Ese centralismo, sin embargo, que fue reafirmado por el liberalismo decimonónico, tiene su contraparte en una larga tradición de pensamiento republicano y comunalista, una tradición que abogaba por la soberanía local y por el ser social por sobre el concepto de individuo. Esta tradición, tal como lo reseñan Gabriel Salazar y Julio Pinto, ha sido sistemáticamente cercenada por el poder central1, y tiene desde el siglo diecinueve varios hitos y momentos de confrontación. Si bien es efectivo, como señalan los autores, que los distintos gobiernos y proyectos desde el Estado Portaliano y Liberal hasta el Estado Benefactor y Desarrollista han cercenado o desatendido el concepto comunal de ciudadanía, la tradición está allí, y al menos en los gobiernos de Frei Montalva y de la Unidad Popular se hizo patente en el incentivo a la participación  social, vestigios que todavía operan, al menos en la memoria colectiva.

Durante la época de Pinochet hubo una descentralización administrativa desde arriba, un proceso que sin embargo desincentivó la participación, aunque le otorgó a los más de 350 municipios que hay en el país responsabilidades en el campo de la educación y de la salud. Salazar y Pinto sostienen  que la descentralización de las 14 regiones y de los municipios ocurrida por decreto durante la dictadura, fue diseñada por el poder central como una descentralización administrativa y burocrática del Estado, y no como una descentralización en pro de una comuna autónoma,  ni como un proceso de empoderamiento ciudadano. Fue, sugieren, un perfeccionamiento administrativo en pro de la racionalidad del mercado. Durante la Concertación el déficit de participación ciudadana,  que es también un déficit de democracia, persiste; incluso nos atreveríamos a decir  persiste como diseño institucional (aun cuando se den algunas excepciones que responden a características particulares de ciertos alcaldes y concejales). La construcción social de las regiones y del poder local, se vería, sin duda, beneficiada con una democracia más participativa, que enfatizara dimensiones de ciudadanía y del ser social, más allá de la simple participación en las elecciones. La globalización y el rol que tiene en ella el mercado (que incentiva el individualismo en desmedro del ser social), no apunta en esa dirección. Hay, por ende, en ese plano, un desafío en términos de administración del proceso.

VII

En  las últimas décadas, se ha experimentado cierto menoscabo y crisis de la identidad nacional, principio identitario dominante en los siglos XIX y XX. Se está viviendo, en cambio, un renacer de las identidades regionales y étnicas. Las identidades regionales encuentran su anclaje en lazos primordiales: en primer lugar, como su nombre lo indica, en la región, en un cierto territorio, en la geografía, en la naturaleza con sus relieves su flora y su fauna. En segundo lugar en sus  habitantes, en los modos de ser, en las costumbres y cultura de las comunidades y de todos los que viven en la región; y por último, en la memoria histórica, ya sea escrita u oral, en el pasado, en los cementerios, en los libros, en los ancianos, en las leyendas y en el patrimonio. Naturaleza, cultura e historia, son las tres fuentes fundamentales de la identidad y de la dignidad local y regional. Las tres se enfrentan a amenazas, desafíos y oportunidades en la globalización, y ponen por ende en cuestión la interacción o toma de decisiones ante opciones posibles por parte de los múltiples agentes que tienen la posibilidad de incidir en el proceso.

En cada región la naturaleza es un sustento identitario de primera importancia. Si tomamos como ejemplo a Antofagasta, encontramos un desierto que asciende, paulatinamente, desde la costa hasta la meseta altiplánica y volcanes, una atmósfera seca y limpia de cielo azulado, en conjugación con mar y sol, con cerros de colores que van desde el rojizo hasta el amarillo ocre o café con vetas oscuras; se conforma así un paisaje único que identifica a la primera, a la segunda y parte de la tercera región, un paisaje árido que penetra incluso a las ciudades costeras y a los pequeños caseríos y valles del interior. Un paisaje poblado de restos arqueológicos, con lagunas y salares altiplánicos en que anidan los flamencos, con noches estrelladas que convierten a cada paseante en aprendiz de astrónomo. En el interior de esa cáscara seca hay riquezas inconmensurables: cobre, oro, litio, salitre, plata, minerales que constituyen bienes  de inversión atractivos en un mundo globalizado, también una zona desértica de 250 mil kilómetros cuadrados y un sector septentrional -el desierto de Atacama- que es uno de los más áridos del mundo, espacios que sin duda pueden ser enormemente apetecibles como basureros nucleares. El desafío, entonces, de cuidar la naturaleza, de preservar su valor, de equilibrar las inversiones transnacionales con un desarrollo minero y pesquero sustentable, de evitar que los relaves y residuos contaminen los escasos cursos de agua, son todos factores relevantes en términos de preservar la identidad regional. La defensa y el cuidado medioambiental contribuyen a movilizar a la comunidad local, fortaleciendo los sentidos de pertenencia y ciudadanía, como ocurrió, por ejemplo, con Celulosa Celco y los cisnes de cuello negro en las proximidades de Valdivia. No se trata, empero, de adoptar una concepción fundamentalista o de ecología profunda; si el día de mañana fuera posible cultivar las zonas desérticas y transformarlas en el vergel de Chile, sería insensato oponerse a ello solo por preservar la identidad desértica. El tema es la naturaleza y el medio ambiente en interacción con la comunidad, resguardar la contribución que hacen en conjunto a la identidad regional, sus rasgos emblemáticos y la diferencia geográfica como sentido de pertenencia que alberga un "nosotros", pero también como fuente de turismo y de desarrollo sustentable, de modo que posibilite el crecimiento, el empleo y que los beneficios se queden en la región.

VIII

Otro anclaje  de la identidad regional son sus habitantes, la cultura y las culturas de la región. Las regiones son divisiones burocráticas y administrativas, pero conllevan también una dimensión cultural que debe ser cultivada.  Se trata de un aspecto fundamental  para desbloquear el centralismo mental, que es el peor y el más persistente de todos. En un escenario global en que la cultura está mediatizada este desafío incide en el vínculo entre lo local y lo nacional, y también viceversa.  Canal 13, la  T.V. abierta, hizo un programa completo sobre la elección de Miss Pelarco en el año 2001, pero es más que probable que en Tierra Amarilla ni siquiera una radio de Copiapó haya hecho una nota sobre la fiesta de Toro Pullay. La cadena de periódicos de El Mercurio se publicita como "Redgionalización", vale decir una Red que tiene su eje en el diario de Santiago. La existencia de medios de comunicación con una mirada desde la región, medios con los ojos puesto en lo propio más que en lo mediático global, constituye un aspecto medular para administrar el proceso de globalización y fomentar la autoconciencia local.

En cada región, sin embargo,  hay espacios globalizados: niños que van al negocio de Internet de la esquina y pasan horas y horas jugando a Spiderman, a Star Wars, o que están más al tanto de las diversas alternativas de Play Station que del pasado salitrero de su zona. Niños que vibran con unos monos japoneses en que la sangre y la  violencia corren a raudales; niños que se manejan mucho mejor con los bits que con la palabra, y que chatean con el compañero de curso o con alguien  que está a miles de kilómetros, utilizando un lenguaje -como dicen ellos- "bacan". Adolescentes y no tan adolescentes que andan con los pantalones a media asta, pintando con spray el mismo gesto indescifrable (grafitti) que se encuentra en las murallas de Berlín, en las de Valparaíso o en el metro y en los trenes de Nueva York. Hay incertidumbre y distintas posturas  respecto a estas actitudes e imaginarios globalizados.  Para algunos los monitos violentos son sólo los herederos de la pequeña Lulú, del Pájaro Loco y de Dick Tracy y no hay que alarmarse tanto; para otros, en cambio,  se trata de una zona oscura cuyas repercusiones desconocemos. Otros sostienen que no se puede hablar de mentes globalizadas sino sólo de momentos, de instantes  que bien pueden coexistir con otros anclados en lo local. Cualquiera que sea la postura, de lo que sí no cabe duda es que las madres y los padres, los profesores, la escuela y el sistema educacional tienen alguna responsabilidad en el modo como se administran estos compartimentos.

Frente a los espacios globalizados subsisten culturas o elementos tradicionales de espesor étnico. Se ha repetido hasta la saciedad la importancia que tiene su rescate, preservación y fomento y el rol que desempeñan como sustento de anclajes identitarios para la región. En algunas regiones la dimensión étnica ha potenciado relaciones subregionales en las que se aprovechan  las oportunidades de la globalización, pero al mismo tiempo se preservan y potencian los imaginarios de identidades transfronterizas que van más allá de los límites de la nación. Aunque se le ha acusado de neopopulista y caudillo,  la experiencia de la administración Soria en Iquique, tuvo, en su localismo exacerbado, algunas derivaciones interesantes. Aprovechando el polo globalizado de la Zofri, se promovieron vínculos de integración comercial, financiera y cultural, entre la zona de Iquique, el sur occidente boliviano y el noroeste argentino, fomentando una subregión andina. En esa perspectiva se estimuló una integración transfronteriza que aprovechó las migraciones, los flujos financieros de bienes y servicios, la paradiplomacia y un acervo cultural andino común, todo con el propósito de motivar el desarrollo regional. La vecindad dejó de ser conflictiva para transformarse en cooperativa. Perspectiva intercultural que tiene posibilidades en casi todas las regiones del país, y que contribuye, en una opción descentralizada a fortalecer la identidad regional,  pues rescata lo cultural a partir del hecho que las fronteras administrativo-burocráticas no coinciden con las fronteras culturales.

La administración Soria, por otra parte, en su estilo neopopulista, fue también  indicio de una concepción fundamentalista de la autonomía regional: La construcción social de la región no puede,  concebirse como anti nación ni como anti Estado, como parece haberla abordado el ex alcalde de Iquique y como ocurre en España.

IX

El tercer anclaje de la identidad está vinculado a la memoria, al patrimonio histórico, al pasado. La identidad minera es fundamental en la segunda región, pero se trata de una identidad que tiene un pasado, que está viva en la memoria, en la literatura, en el cine, en las leyendas de pirquineros, en los restos de las oficinas salitreras, en libros y en fechas conmemorativas. Pero más atrás de esa identidad minera está la identidad que proviene de los pueblos originarios de la zona altiplánica y de la costa, y los riquísimos vestigios arqueológicos que ese pasado acarrea, tanto en términos de patrimonio material como de patrimonio intangible. La puesta en valor de ese pasado es una cuestión que la  globalización estimula, puesto que implica valorar lo endógeno y la diferencia, además de representar una plusvalía en términos de turismo. El turismo es una actividad de negociación entre lo local y lo global de mutuo beneficio, en la medida que se aprovechan las oportunidades de la globalización y al mismo tiempo se fortalece la impronta local. Una actividad en que se dan la mano la lectura culturalista y la lectura pragmática e instrumental de la identidad y de la globalización.

En definitiva, se trata  de promover una actitud proactiva de todos los agentes involucrados en la administración de la globalización, desde los gobiernos locales y regionales hasta el sistema de educación, desde las universidades hasta los medios de comunicación; una actitud  proactiva y participativa en el sentido que hemos planteado con respecto a la naturaleza, la cultura y el pasado, lazos primordiales que conforman un patrimonio integral y que son fundamentales en la construcción social de la región y en la inserción no subordinada en lo global.


1 Gabriel Salazar y Julio Pinto dedican un capítulo al tema, en Historia contemporánea de Chile I, Santiago, Chile, 1999.

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