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Las relaciones España-Argelia, una mirada desde España

  • Autores: Rafael Bustos García de Castro
  • Localización: Anuario internacional CIDOB, ISSN 1133-2743, Nº 1, 2006, págs. 499-506
  • Idioma: español
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  • Resumen
    • Puede parecer un tópico pero en este caso no lo es; qué cerca está Argelia de España y qué poco presente está en el subconsciente español. Tanto que la mayoría de españoles encontrarían difícil evocar algún elemento de las relaciones entre Argelia y nuestro país, excepción hecha quizá del gas. Lo curioso es que con Marruecos afluirían enseguida las ideas sobre hechos compartidos o disputados de la geografía y la historia. En cambio, si mencionamos Argelia, país primo-hermano de Marruecos y casi tan cercano de España como aquél, desaparecen las referencias colectivas. Fenómeno curioso éste de la memoria y del olvido. A lo sumo, alguien recordaría a Cervantes y su cautiverio en Argelia o más recientemente a ETA y las negociaciones de Argel. Significativamente, existe un hilo continuo en la memoria histórica de los españoles sobre Marruecos que no existe en el caso de Argelia. Aquí sólo aparecen recuerdos aislados en el tiempo y desconectados unos de otros por el propio cambio histórico y la distancia temporal. ¿Qué tendrían sino que ver Cervantes, el gas natural y ETA entre sí? Aparentemente nada. De ahí que el recuerdo de esas relaciones no sea fuerte ni persistente. Y sin embargo, no es menos cierto que han existido fenómenos históricos e intercambios humanos de gran continuidad entre los dos países; fenómenos borrados del subconsciente colectivo español. O acaso, ¿no fue durante siglos Sharq al-Andalus (el sudeste español, alicantino, murciano y almeriense) y las costas argelinas un corredor privilegiado entre Oriente y la Península? ¿No prefirieron muchos viajeros, comerciantes y autoridades el tránsito desde Argelia por el mar de Alborán hasta el Levante español que el recorrido más largo y montañoso por Marruecos hasta el Estrecho de Gibraltar? ¿Por qué entonces no se asocia Argelia a la historia de al-Andalus, y por consiguiente, a la historia de España? La citada era la misma puerta o pasaje que utilizarían, primero, miles de andalusíes tras la expulsión ordenada por los Reyes católicos, y después, miles de moriscos, con la segunda expulsión decretada por Felipe III en 1609. Luego, Argelia se convertiría, con Marruecos y Túnez, en lugar de refugio y asentamiento de importantes comunidades españolas de cultura andalusí, principalmente musulmanes pero también judíos. Es bien sabido que esos desterrados se llevaron con ellos importantes cualidades que aportaron a los territorios de acogida, como el refinamiento en las artes y las ciencias, la habilidad para el comercio y la artesanía y su buen hacer en la agricultura. Esa huella andalusí espera sobre todo en Argelia a que los españoles la descubran. Pero coincidiendo con las primeras expulsiones comienza la larga ocupación española de Orán (fundada anteriormente por marinos andalusíes) y Mers el-Kébir (Mazalquivir), dos plazas, que permanecerán, con un breve paréntesis, en poder español durante tres siglos (1505/1509-1792). Es fácil imaginar que entre dicha dominación y la llegada de musulmanes y moriscos procedentes de la Península, la región noroccidental de Argelia, el Oranesado, se impregnó hondamente del elemento humano y cultural español (hábitos, gastronomía, idioma). El abandono de estas "Ceuta y Melilla" argelinas, tras el terremoto oranés de 1790, muy controvertido entre los círculos españoles, sólo abrió un pequeño impasse, si es que jamás se interrumpieron los flujos, en las relaciones entre Argelia y España. Efectivamente, el inicio de la colonización francesa de Argelia en 1830 iba a tener poderosas consecuencias sobre España. De un lado, quizá poco conocido, desató el afán de conquistar nuevos territorios en Marruecos comenzando por la guerra de África de 1859-1860 (Castillo Cáceres, 1998). Significó igualmente el final de los ataques piratas y expediciones de corso que habían intercambiado los dos países durante más de dos siglos de hostilidades. Del otro, puso en marcha una emigración primero de temporada (agrícola) y luego estable de pequeños colonos levantinos que se instalaron especialmente aunque no exclusivamente en el Oranesado de la Argelia francesa. No sólo levantinos (alicantinos, valencianos y murcianos), sino también habitantes del archipiélago balear buscaron estas nuevas tierras llegando a fundar ciudades coloniales en las inmediaciones de Argel. El historiador y gran especialista Juan Bautista Vilar nos ha desvelado estos tránsitos y también el hecho sorprendente de la publicación de una activa prensa española en Argelia hacia los años 30 del siglo pasado (Vilar y Vilar, 1999). El fenómeno de la marcha a Argelia no fue sólo de tipo económico, aunque numéricamente fuera el más importante. También hubo un éxodo político como señalan Castillo Cáceres y el propio Vilar, formado por carlistas, republicanos (de la Primera República) y anarquistas. Un exilio acrecentado evidentemente ya en pleno siglo XX por los republicanos que huyeron de la represión franquista. Republicanos, anarquistas y comunistas como Marcelino Camacho, partieron de Valencia o de Alicante y fueron a parar a la ciudad más hispanófila de Argelia, Orán, en la que los españoles eran el 65% de la predominante población europea (Stora, 2004). Y como es verdad que los flujos humanos nunca se han interrumpido entre los dos países, hubo al acabar la guerra de independencia argelina, un pequeño retorno de colonos oriundos de España, que llevaban generaciones asentados en Argelia (unos 55.000 en total), y que volvieron para instalarse en su Levante de origen. Otros muchos volvieron a Francia, con el grueso de los "pieds-noirs" y entre ellos muchos republicanos (Cembrero, 2004). Hoy en día, en otra "marejada de la historia", una pequeña comunidad argelina vuelve a asentarse en España y precisamente en la región de Alicante; comunidad que gracias a la tradicional línea marítima Orán- Alicante, servida por Transmediterránea (Cencillo, 1958), constituye el núcleo más importante en nuestro país (López García y Sempere, 2005). Si hemos hecho este obligado recorrido es para ilustrar cómo una parte de esa historia común hispano- argelina ha desaparecido injustamente de nuestro recuerdo salvo quizá en el de ciertas zonas del país (Levante) y sectores de la población (descendientes de colonos y exiliados). E igualmente para mostrar que aunque nuestra memoria de Argelia sea hoy pobre y discontinua, en realidad, no se corresponde con un pasado de relaciones persistentes de todo signo, principalmente aunque no exclusivamente centradas en el Levante y en el Oranesado. La visión que los políticos españoles tienen de Argelia en la actualidad es más bien tributaria de la historia política reciente de este país y está exenta en la mayoría de los casos de la debida consideración a ese poso humano compartido que hemos esbozado más arriba. Las ambigüedades del franquismo hacia los países árabes han sido tratadas por María Dolores Algora Weber, quien explica que más allá de intentar granjearse el apoyo de estos países para romper el aislamiento español, la política árabe de Franco fue fundamentalmente retórica y no dirigida a los problemas esenciales de esos países (Algora Weber, 1993). El caso de Argelia, lo ilustra perfectamente. La España franquista comenzaba a salir del aislamiento cuando se desarrollaba la guerra de independencia argelina (1954-1962). Argelia no era pues, ni siquiera como eventual Estado independiente, crucial para España. No obstante, Franco sentía cierto ánimo de revancha frente a Francia, uno de los países que habían propiciado el aislamiento del régimen. Por eso, ayudó al Frente de Liberación Nacional (FLN) enviando en diferentes ocasiones armamento a los rebeldes argelinos. Pero al mismo tiempo, contradicción flagrante que I. Cembrero ha puesto bien de relieve, Franco y Serrano Suñer sentían afinidad por los ultras franceses opuestos a la independencia. Esto explica la cobertura institucional a la paramilitar Organización del Ejército Secreto (OAS) creada en Madrid en 1961 y el apoyo logístico a algunas de sus misiones más importantes (Cembrero, 2004). De fondo subyacía el fascismo como ideología compartida y sobre todo, la paranoica intuición que detrás de cada movimiento nacionalista se escondía un comunista, muy arraigada en la derecha española. Elocuentemente, el presidente de la Asociación Española de Prensa, Manuel Aznar, veía inequívocamente en la guerra de Ifni con Marruecos "otra agresión soviética en la espalda de Europa" (Cencillo, 1958). Posteriormente, el franquismo se dejó llevar por el pragmatismo y sin llegar a tener nunca buenas relaciones con Argelia (entre otras cosas, siguió cobijando a la OAS), se interesó por desarrollar una colaboración de tipo industrial y energético. Un interés del que resultó la firma en agosto de 1975 del famoso acuerdo de suministro de gas por 20 años. Este acuerdo habría de empantanar las relaciones entre los dos países durante la siguiente década. Firmado en una época de crisis energética y precios altos (tras el embargo de 1973), el acuerdo refleja a la vez la presión española por asegurar el suministro y ponerlo a salvo de los vaivenes políticos así como la posición de fuerza desde la que negociaban los argelinos convencidos del poder que les daba el recurso y preocupados por contar con una financiación estable para el desarrollo de su economía. Los términos del acuerdo acabaron siendo demasiado rígidos, no sólo por la duración, sino también por las cantidades pactadas y la cláusula gravosa para España de tener que pagar el gas que no se pudiera canalizar pero que se hubiera contratado (Portillo, 2000). De esa época y la del primer gobierno democrático de Unión de Centro Democrático (UCD), tenemos el testimonio de algunos negociadores españoles. Al parecer las negociaciones resultaron durísimas. Sin descartar un cierto malentendido cultural e incomprensión recíprocas, es verdad que la diplomacia argelina ha tenido siempre una bien ganada reputación de rocosa y persuasiva. No en balde, es uno de los servicios del Estado más experimentados. Esta percepción de extremada firmeza en las negociaciones, aunque más matizada, sigue existiendo hoy en día entre los responsables de la diplomacia y la cooperación españolas. El peor momento por el que atravesaron las relaciones hispano-argelinas fue en 1977-78. Fue a raíz de la crisis del Sáhara Occidental, una crisis que como bien dice M. Hernando de Larramendi es el "(tras)fondo de la transición española" (Hernando de Larramendi, 1992). Argelia, indignada por haber quedado al margen de los acuerdos secretos de Madrid (dic. 1975) -que daban la administración del Sáhara a Marruecos y Mauritania y sobre todo, traicionaban la promesa española de descolonizar el territorio- se sintió legitimada para espolear a un grupúsculo nacionalista canario, el Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC) contra la integridad territorial española. Pretendía que la España democrática denunciara el Acuerdo Tripartito de Madrid y reconociera a la República Árabe Saharaui Democratica (RASD). España reaccionó rapidísimamente en Naciones Unidas para anular la iniciativa argelina y evitar que el territorio fuera incluido en la comisión de descolonización (op. cit). La crisis desembocó en la retirada mutua de embajadores y en el oscuro intento de asesinato en Argel del líder de MPAIAC, Antonio Cubillo (Thieux, 2007). Salvada la crisis, sobre todo porque la estratagema argelina era inviable y podía ser más contraproducente que productiva, los dos países volvieron a enviar a sus embajadores y la situación entró en vías de normalización. Al margen de otras crisis esporádicas como la de los presos de ETA de finales de los años ochenta, los gobiernos socialistas tuvieron el acierto de concebir y poner en funcionamiento una política global para el Magreb que superara los vaivenes y gestos de equilibrio de otras épocas. Las relaciones tendieron a normalizarse desde mediados de los ochenta, dando paso al terreno de la cooperación, primero económica, luego política y finalmente multidimensional. En 1991, España y Argelia firmaron el contrato del gaseoducto Euro-magrebí, que entraría en funcionamiento en 1996. A los pocos meses, se reunía en Argel la primera "cumbre 4+5" de países del Mediterráneo occidental. Aunque la crisis política iniciada en 1992 enfrió evidentemente el acercamiento español a este país, lo cierto es que la cooperación económica en materia energética estuvo siempre a buen recaudo y que España mantuvo en todo momento abierto el Consulado de Orán, mostrando así un interés permanente en Argelia más allá de la difícil coyuntura interna y del cierre de otras legaciones diplomáticas extranjeras. Un hecho que Argelia siempre agradeció. A lo largo de la llamada "década negra" argelina (1992-2001), la posición española fue de preocupación, traducida en una buena dosis de prudencia y repliegue tras el "paraguas" de la Unión Europea. El entonces ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Fernández Ordóñez, declaró haber obtenido garantías de altos responsables del Frente Islámico de Salvación (FIS) sobre el abastecimiento de gas a España en caso de que ese partido alcanzara el poder. Esas garantías y la valiente calificación por el ministro de los hechos posteriores, como "golpe de Estado"1, no impedirían que expresara también que con el golpe "se evitaba un mal seguro"2 y que España junto con Francia había defendido en Bruselas que sería un error sancionar o cortar la cooperación con el régimen que había anulado los comicios3. En realidad, esta postura reflejaba una serie de contradicciones de toda la clase política europea, que se harían patentes tanto en ese momento -en el Comunicado conjunto de Washington en el que los Doce llamaban a retomar el proceso democrático pero sin adoptar ninguna medida de acompañamiento4- como posteriormente. La principal prensa española del momento (El País y ABC) a tenor de sus editoriales y líneas informativas, había considerado previamente que el golpe era una solución buena o al menos aceptable para Argelia, a pesar de la inconsistencia de sus análisis (Abid, 2000). Con el tiempo y el agravamiento del conflicto, España se limitó a repetir las posiciones de la UE y sólo en alguna rara ocasión trató de adoptar una iniciativa por cuenta propia. Fue el caso del entonces ministro de Asuntos Exteriores Abel Matutes, que lanzó en 1997 la idea de una comisión internacional de seguimiento y reflexión sobre la crisis argelina. La propuesta fue rápidamente desechada por Argelia. El propio Matutes, persuadido más bien de lo contrario, declaraba meses después que con respecto al terrorismo "la mejor forma de vencerlo es con una política eficaz de represión, y al propio tiempo, con una política de aislamiento político de los terroristas"5. La posibilidad de internacionalizar el conflicto de Argelia o al menos darle cierta transparencia se esfumó rápidamente. Como la propia postura de la UE, la posición española va a evolucionar desde el recordatorio constante a Argelia de la necesidad de dialogar con otras fuerzas políticas para poner fin de forma pacífica al enfrentamiento, a mencionar el diálogo político no ya entre fuerzas internas sino entre Argelia y la UE. Al acercarse el final de los noventa y el principio de siglo XXI, los países europeos convienen que es hora de sacar a Argelia de su aislamiento. En este sentido, la llegada al poder de Abdelaziz Bouteflika marca un cambio de tendencia. Su programa de concordia va a ser bien recibido en las capitales occidentales. Fruto de ello, es que comienzan a oirse las invitaciones para que Argelia inicie el diálogo y negocie un acuerdo de asociación euromediterráneo como el que sus vecinos habían firmado cinco años antes. España será el primer país en visitar Argelia tras las elecciones de 1999 y un actor importante en dinamizar sus relaciones con las instancias comunitarias. De hecho, será bajo el gobierno de José María Aznar, en 2002, cuando se firme en Valencia el Acuerdo de asociación entre la UE y Argelia, poniendo así fin al largo aislamiento argelino. Pocos meses después, los dos países rubrican el Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación con Argelia, que equipara prácticamente el nivel de contactos institucionales entre los dos países, al que España mantiene desde 1991 con Marruecos. Si 501 LAS RELACIONES ESPAÑA-ARGELIA, UNA MIRADA DESDE ESPAÑA bien es cierto que estos acuerdos intervienen cuando la violencia aún no ha desaparecido y en una coyuntura especialmente convulsa con Marruecos (crisis del islote Perejil), también lo es que han tenido un efecto beneficioso en la mejora de la situación política y de seguridad del país magrebí. Bajo el gobierno socialista actual, que defiende perseverantemente una política global en el Magreb, las relaciones con Argelia no han sido del todo cómodas. La necesidad de restablecer relaciones cordiales con Marruecos, y sobre todo, el empeño asumido por España para la resolución del conflicto en el Sáhara han causado algunos malentendidos en Argel, que no obstante la diplomacia española ha logrado disipar en los últimos viajes. Oficialmente, las relaciones son buenas y los encuentros de alto nivel tienen lugar regularmente. En este sentido, el ministro de Asuntos Exteriores Moratinos defendió fervientemente los resultados del último viaje a Argelia del presidente del gobierno J. M. Rodríguez Zapatero en diciembre de 20066. Pero también es cierto que las cumbres bilaterales más recientes han pasado casi desapercibidas en la prensa, síntoma quizá de que hay que avanzar aún en el terreno de la consolidación de dichas relaciones, expuestas a vaivenes triangulares (Thieux, 2007). En cuanto a la cooperación, marcha por buenos derroteros, si bien parte de niveles muy bajos. Continúan los trabajos para el segundo gaseoducto Med-gaz que entrará en funcionamiento en 2009 entre Beni Saf y Almería. La cooperación policial y judicial es avanzada así como en materia de flujos migratorios y en cultura (Instituto Cervantes). En cuanto a la cooperación al desarrollo, ha conocido un impulso notable tras la inauguración en 2003 de la Oficina Técnica de Cooperación en Argel, acorde con el estatus de país prioritario. De esta manera, se pretende desde Madrid hacer despegar una cooperación que lleva años de retraso con respecto a Marruecos, en gran parte debido al largo conflicto argelino y a su aislamiento internacional. Los sectores más punteros de esa cooperación al desarollo son el agrícola, el hidráulico, la pesca y las Pequeñas y Medianas Empresas (PYMES), si bien durante esta legislatura se quiere poner un énfasis especial en la línea de buen gobierno y el desarrollo de género. La zona preferente es el Norte, más desarrollada pero también más accesible. Con todo, se está aún lejos de los objetivos de gasto perseguidos, de forma que la ayuda oficial al desarrollo no rembolsable para Argelia sigue siendo muy inferior al gasto destinado a la población saharaui e incluso menor que la que recibe Túnez7.


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