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Pervivencia del juramento
sobre piedra: A propósito de pfg
650-658 y sus precedentes antiguos
José Antonio Molina Gómez
(Universidad de
Murcia)
Abstract:
Aim of
this paper is to explain the passage of Poema
de Fernán González (PFG) 650-658
consisting in the oath on a roughly-carved stone which substituted the missing
leader Fernán González. It will be useful to compare others oaths on stone in
Icelandic, Irish and classical literature.
Keywords:
Oaths,
vows on holy stones, spanish epic, irish literature, icelandic literature,
Resumen:
El propósito
de este trabajo es explicar el pasaje del Poema de Fernán González (PFG)
650-658 consistente en un juramento sobre la piedra toscamente labrada con
la que sustituyó al desaparecido conde Fernán González. Será muy útil la comparación
con otros juramentos sobre piedra documentados en la antigua literatura islandesa
e irlandesa, así como en las fuentes clásicas.
Palabras clave:
Juramentos, votos sobre piedra sagrada, épica hispánica,
literatura islandesa, literatura irlandesa, Grecia, Roma.
Un llamativo ritual en el Poema de Fernán González
En
los versos objetos de nuestra atención los valientes castellanos, seguidores
del conde Fernán González, viven sus momentos más difíciles: el conde se hallaba
ausente, prisionero. La ausencia del líder provoca una verdadera situación de
pánico y emergencia. Las tensiones internas pueden liberarse, otros nobles
pueden señalarse para ocupar el vacío de poder que ha dejado la desaparición
del conde. La discordia interna es una amenaza real. En ese momento crítico,
toma solemnemente la palabra Nuño Laýnez. El noble castellano toma posición
abiertamente por Fernán González, aunque se encuentre ausente, y pretende
reforzar la lealtad al conde mediante un juramento de fidelidad. Ante la
ausencia forzada de Fernán González, se opta por tomar una dura piedra, apenas
labrada, que simbolice la imagen del conde y jurar sobre ella, primero los
nobles guerreros, después todo el pueblo en medio de una solemne procesión en que
la roca es colocada sobre un carro y exhibida ante las gentes de toda edad y
condición para que puedan prestar juramento.
El texto es el siguiente:
650
b Fagamos nós señor de una pyedra
dura,
c Semejable al conde, d’essa mesma fechura:
d a aquella ymajen
fagamos todos jura.
651 a Ansý como al conde, las manos le vesemos,
b
pongámosla en carro, ante nós la llevemos;
c
por amor del buen conde por señor la tendremos.
652
a Sy ella non fueyere,
nós nunca fuyamos,
b syn el cond’ a Castyella,
jamás nunca vengamos,
c el que antes tornare, por traydor le tengamos;
d la seña de Castyella
en mano le pongamos.
657
a Fyzieron su ymagen com’ antes dicho era,
b a
fygura del conde, d’essa misma
manera;
c
pusyéronla en carro de muy fuerte
madera,
d
sobyda en el carro entraron en
carrera.
658
a Todos, chycos e grandes, a la pyedra juraron,
b
commo a su señor ansý la aguardaron;
c pora yr a Navarra el camino tomaron,
d en
el primero día a Arlançón llegaron[1].
Este
pasaje plantea una serie de cuestiones[2].
En una primera interpretación, y teniendo en cuenta la influencia notable de
Quizá
el tema merezca más atención, no tanto desde el punto de vista de la historia
de la literatura, sino desde la historia de la cultura y de la dinámica ritual.
Juramentos sobre piedras como motivo
recurrente y su presencia
en la elección real
En
primer lugar, cabe destacar que la presencia de la piedra en diversos rituales,
también de juramento, no es ninguna excepción en el cuento, ni tampoco en la
épica, ni en la hagiografía. S. Thompson sitúa el juramento sobre piedra entre
los motivos del relato popular[5].
El ritual del juramento sobre una dura piedra se encuentra en la tradición
popular europea. Dentro de la tradición irlandesa Tom Peete Cross ha señalado
numerosos casos donde se citan piedras empleadas para juramento, o piedras con
cualidades mágicas que detectan al perjuro. Se trata de piedras sobre las
cuales se jura, o en presencia de las cuales uno está obligado siempre a decir
la verdad. En este sentido, la piedra detecta a quien comete perjurio, o bien
no puede ser movida por el perjuro y permanece fija e inamovible, o bien exuda
agua frente aquel que la ha profanado con sus mentiras. El motivo, claramente
arcaico, y con toda probabilidad de origen pagano, puede eventualmente
cristianizarse, haciendo que la piedra se vuelve sagrada al contacto con un
santo, por ejemplo durante el momento de su nacimiento[6].
Dicha función ritual de la piedra en los
juramentos, como el acto mencionado de descubrir al perjuro exudando agua, se
atribuye a la losa sobre la cual nació San Patricio, tal y como se cuenta en el
libro de Lismore:
“Y nació [San Patricio] en
Nemptor [antiguo Nemetoduron]; y cuando se presta un juramento falso sobre la
losa de piedra donde nació, ésta vierte agua como si se estuviera lamentando
del perjurio; pero si el juramento que se hace es cierto, la piedra permanece
firme en su propia naturaleza”[7].
En la hagiografía irlandesa la presencia de
la sacralidad de las piedras aparece con claridad, y probablemente tenga unos orígenes
muy antiguos que puedan remontarse a época prehistórica, aunque también sean
frecuentes los ejemplos en la vida de los santos irlandeses, en que aparece un
antiguo uso cultual de la piedra enmascarado por la hagiografía. Las piedras, a
menudo en conexión con las sepulturas de los mártires, son mágicas y propician
la adivinación o conservan las marcas de manos y pies de los santos, y por
supuesto, también se emplean en los juramentos porque tienen la facultad de
descubrir al perjuro y al traidor[8].
En la épica islandesa Inger M. Boberg ha
señalado la presencia de la piedra sagrada también en diversos contextos;
importante por su función cultual, sobre ella tienen lugar los sacrificios, y
otra vez aparece como un objeto adecuado sobre el cual prestar juramento[9]. De nuevo encontramos la
piedra como elemento clave para el ritual del juramento y, cosa que nos
interesa especialmente, la elección del monarca en un texto transmitido por el
historiador danés Saxo.
“Los
ancianos (veteres) que debían elegir
al rey solían sentarse en rocas fijadas en tierra y dar a conocer así sus
votos, para hacer constar la gravedad del hecho con la firmeza de las piedras (lapidorum firmitate) situadas bajo
ellos”.[10]
Lo interesante de esta modalidad del
juramento sobre piedra, es que no se trata de un juramento prestado con fines
privados, sino que es un verdadero ritual de consenso para elegir a un rey, de
entre guerreros que son –en principio- libres e iguales.
Olao
Magno también conoce semejante costumbre. De ella se hace eco en el libro VIII
de su Historia de Gentibus
Septentrionalibus, dedicado a las instituciones políticas y los deberes del
rey. Aquí se refiere como todos los nobles y señores poderosos de Suecia debían
congregarse en Upsala. La ceremonia de la elección del rey se hacía en un lugar
no muy lejano de la ciudad, donde se levanta una gran piedra “llamada desde
tiempo inmemorial Morasten”, dicha
piedra está rodeada por otras doce piedras de menor tamaño. Allí el noble más
ilustre exhorta a los presentes a elegir un rey que garantice el orden y las
libertades de todos, “como han prescrito sabiamente los antepasados, sobre aquella piedra, símbolo de
estabilidad”[11].
Ante
todo, en este tradición nórdica, subyace la pregunta clave de quién puede ser
rey y su corroboración mediante un ritual simbólico. De nuevo, si volvemos a la
épica irlandesa, en concreto a la historia de Conán y Congal, encontramos la
misma preocupación, es decir, la necesidad de legitimar al rey mediante un acto
simbólico. Vemos aquí el conocido motivo de
la piedra que no puede ser movida por aquel que habla falsamente, pero en esta
ocasión se trata de corroborar la identidad del hijo del rey, la cuestión de la
piedra aquí se ha convertido en una ordalía.
“Hay una
piedra en
Que vale su peso en dorado oro;
Ni se mueve con falsedad sin delatarla,
Ni el asesino la puede mover”.
Y mis propios caballos, de gran hermosura:
Nunca se moverán por una mentira;
Galopan con la brillante verdad,
Veloz y tremendo es su galopar.
Para saber si tú eres mi hijo,
Oh valiente campeón,
Marcharé temprano
A la fortaleza donde está mi piedra” [12].
El juramento de la piedra desde la
perspectiva de Grecia y Roma
La
presencia de piedras sagradas en Grecia también muestra notables señales de
arcaísmo. La mayoría de las piedras sagradas están, originariamente, en
relación con el culto a los dioses y no reciben ellas misma culto directo,
aunque los meteoritos se consideran divinos y sí son objeto de culto, como es
el caso del meteorito caído en Egospótamos el año 468/467, y que todavía podía
verse en tiempos de Plutarco o de la persona que le informó, y que
efectivamente recibía culto. En Orcómenos (Beocia) había un santuario dedicado
a las Cárites, cuyas imágenes según se decía eran piedras que habían caído del
cielo. A veces las imágenes de los dioses, piedras rudas o apenas labradas,
también recibían culto, como la imagen de Eros en Tespis, y la imagen de
Heracles en Hyettos. Un caso parecido lo constituía la piedra que se encontraba
en el bosque sagrado de Alcmene en Tebas, que sin embargo no fue identificada
con un dios[13].
Junto a estas piedras sagradas, caídas del cielo, encontramos también aquellas
por las cuales se jura, como las piedras del santuario de Petroma, vistas por
Pausanias.
“Junto al templo de
Cuando
Platón presenta su sociedad ideal de
Platón describe el gobierno y comunidad de los reyes de tal forma, que parece estemos
ante un tipo de igualitarismo arcaizante, de asociación de libres e iguales.
Para el correcto funcionamiento del orden constitucional, entre estos libres e
iguales tiene que desarrollarse una dinámica ritual que ejemplifique el
compromiso mutuo. Por ello, las leyes antiguas y venerables quedaban escritas
en una columna de oricalco (el misterioso mineral semilegendario[16]),
la localización del lugar era el mismo centro de la isla, en el templo de
Poseidón.
“El gobierno y la comunidad de los
reyes ser regían por las disposiciones de Poseidón tal como se las transmitían
la constitución y las leyes escritas por los primeros reyes en una columna de oricalco que se encontraba en
el centro de la isla en templo de Poseidón, donde se reunían bien cada lustro,
bien de manera alternativa, cada seis años, para honrar igualmente lo par y lo
impar[17].”
El centro ritual y cultual lo
constituye el templo de Poseidón, que está en el centro de la isla. Muy
simbólicamente, la columna de oricalco es donde se van a celebrar los
sacrificios y los juramentos. Platón no está inventado ex novo, sino que parece recrear la institución de la monarquía de
“Rogaban a Poseidón que tomara la
ofrenda sacrificial que le agradara de entre los toros suelto en su templo y
ellos, que eran sólo diez, lo cazaban sin hierro, con maderas y redes. Al que
atrapaban lo conducían hacia la columna y
lo degollaban encima de ella, haciendo
votos por las leyes escritas. En la
columna, junto a las leyes, había un juramento que proclamaba grandes
maldiciones para los que las desobedecieran.[18]”
Finalmente, el buen orden quedaba
garantizado por la obediencia y el respeto a la tradición, simbolizado como no
podía ser de otra manera por las leyes escritas en la columna, columna en la
que se realizan los sacrificios y se sostienen los juramentos.
“Tras hacer el sacrificio según las
leyes y ofrecer todos los miembros del toro, llenaban una crátera y vertían en
ella un coágulo de sangre por cada uno. El resto lo arrojaban al fuego una vez
que habían limpiado la columna. Luego mientras extraían la sangre de la crátera
con fuentes doradas y hacían una libación sobre el fuego, juraban juzgar según las leyes de la columna, y castigar si alguien
hubiera infringido algo antes, y, además, no
infringir intencionalmente en el futuro, ninguna de las leyes escritas, ni
gobernar ni obedecer a ningún gobernante, excepto a aquel que ordenara según
las leyes del padre”[19].
I Resulta evidente, de nuevo, que se está
tratando el problema de la monarquía y la cuestión esencial de quién puede ser
rey y ostentar el poder en nombre de todos, así como la presencia de la piedra
como elemento sancionador. Resulta difícil substraerse a la idea de que aquí
Platón tiene a la vista la antigua constitución ateniense, y en concreto la
institución del juramento sobre la piedra del ágora, y que es análogo al
juramento de la columna de oricalco.
Los magistrados juran preservar la
pureza de las tradiciones y las leyes de Solón[20].
La piedra aparece aquí como elemento simbólico de primer orden, sobre ella se
jura y sobre ella pronuncia la sentencia.
“Una
vez pasado el examen de esta forma se
dirigen a la piedra en la que están las porciones de las víctimas, sobre la que los árbitros, también, después
de jurar, dan a conocer sus sentencias y los testigos juran su testimonio;
con justicia y conforme a las leyes, y que no aceptarán regalos por su cargo, y
si algo tomasen, erigirán una estatua de oro”[21].
El papel político del juramento sobre
piedra no era desconocido para los romanos. También en Roma la piedra y su
dureza se interpretan de manera simbólica, como la fortaleza que debe existir
en el pacto mutuo. En Roma no son desconocidas las imágenes de piedra rudamente
talladas que representan a Término, el dios de los límites y de los lindes,
pero esta divinidad tiene también una connotación política y legal no
desdeñable. Su culto es muy antiguo y está en relación con Júpiter. El culto de
Término debió de ser muy antiguo[22],
y desde el comienzo se puso en relación con el templo del Capitolio dedicado a
Júpiter. Término no habría podido ser removido de su ubicación a la hora de
levantar el templo dedicado a Júpiter, habiendo de dejarlo allí, e incluso
practicar un orificio para que la piedra quedara descubierta. Esto se ha puesto
en relación con el carácter legal y protector de los pactos de Júpiter. De
hecho, uno de los epítetos de Júpiter hasta época imperial fue el de Iuppiter Termalis[23].
Polibio
es quien refiere la existencia de juramentos sobre piedras para los primeros
pactos con los cartagineses y además señala que se trata de ritos arcaicos,
llevados a cabo según “la costumbre antigua”.
“Siempre
era obligado hacer un juramento. Se hicieron así: en los primeros pactos los cartagineses
juraron por los dioses paternos, y los romanos por unas piedras [o por las
piedras], según la costumbre antigua, y además por Ares y Enialio. El juramento por las piedras se efectúa
así: el que lo formula con referencia a un tratado toma en su mano una piedra, dice lo siguiente: ‘Si cumplo
este juramento, que todo me vaya bien, pero si obro o pienso de manera
distinta, que todos los demás se salven en sus propias patrias, en sus propias
leyes, en sus propios bienes, templos y sepulturas, y yo solo caiga así, como
esta piedra.’ Y tras decir esto arroja la piedra de su mano[24].”
La
esencia del juramento sobre la piedra como ritual político
Los rituales de juramento sobre la
piedra que hemos venidos examinando son variopintos en sí mismos si atendemos
únicamente a una lógica reduccionista. Si bien hemos comenzado con un ritual
extraído de la épica española, y continuado con las sagas celta e islandesa, la
hagiografía irlandesa y las fuentes griegas y romanas, hay -no obstante y pese
a toda esta aparente variedad- un elemento importante en común, y es que el
juramento sobre piedra es un ritual concebido como un elemento arcaico, y
empleado como tal, que se desarrolla en contextos donde es necesario establecer
la verdad sobre los juramentos, y sobre todo, un mutuo acuerdo, es decir, un
consenso, y más concretamente un acuerdo sobre quién va a ostentar el poder y
desempeñar las funciones reales. Cuando no se trata de establecer directamente
la cualidad real, de lo que se trata es de la garantía y salvaguarda de los
pactos establecidos, cosa que es además una de las primerísimas atribuciones de
toda monarquía.
Ante
todo, debemos tener en cuenta el valor simbólico del ritual como fenómeno
lingüístico. En primer lugar, dicho ritual consiste en un acto del lenguaje que
persigue la interacción efectiva. Desde la perspectiva de la lingüística el
juramento es un acto especial dentro de los actos enunciativos. “Jurar”
pertenece a los denominados verbos de
palabra (siguiendo la terminología acuñada por Émile Benveniste[25]).
La importancia de este tipo de verbos consiste en que no son meramente
descriptivos, ya que al ser empleados en primera persona tienen un valor
simbólico mayor y crean el acto mismo – no se limitan a describirlo o a
constatarlo-, en este caso, el acto mismo del juramento. El juramento,
asimismo, se englobaría dentro una clasificación ulterior, realizada por J.L.
Austin, formando parte de los llamados enunciados
preformativos/realizativos, que son los que instauran el acto en sí de la
comunicación por oposición a los enunciados
constatativos (simplemente de valor descriptivo)[26].
Junto con el hecho, constatado por la lingüística, de crear el acto en sí, no
meramente describirlo, tenemos la presencia de un elemento simbólico de primer
orden: la piedra. La piedra con su estabilidad, firmeza y perdurabilidad
ejemplifica la permanencia que se le quiere dar a los pactos. Pero su presencia
en estos rituales va más allá de la mera referencia metafórica. La piedra como
tal es considerada portadora del poder de la divinidad, más aún si ese poder se
hace presente mediante un enunciado realizativo propio del ritual. Este es el
caso evidente de las piedras sagradas. La piedra pertenece al elenco de objetos
y sustancias que van más allá de la esfera de lo real y presentan una parte del
poder divino ante los ojos mortales. La piedra, como se constata gracias a la
etnografía y la historia comparada, es un objeto cargado de mana[27],
un objeto dotado de un poder que va más allá de los límites humanos, con el
cual se garantiza el cumplimiento del pacto, o un terrible castigo para el
perjuro. El juramento es más que un acto solemne en las sociedades
tradicionales, es una afirmación tajante e irrenunciable, de la cual es testigo
la divinidad, su garante. En este sentido, y como propone de nuevo É.
Benveniste, el juramento no es sino una “ordalía anticipada”, pues el hecho
enunciado en el juramento ha de cumplirse al haber puesto por testigos a los
dioses y por haberlo ritualizado mediante el contacto con objetos sagrados –por
tanto peligrosos- (lo que en la tradición griega calificaríamos de horkos), tales como el bastón de mando,
la espada real o, en el caso que nos ocupa, una piedra sagrada[28].
A tales objetos, se les atribuye una fuerza destructora en caso de que el
juramento se quiebre. Regresando de nuevo al PFG, constataremos que la el objetivo principal del juramento sobre
la tosca piedra, al igual que en los demás casos examinados aún procediendo de
tradiciones diversas, no era sino la preservación del orden, la continuidad de
las instituciones sociales y la salvaguarda de la comunidad. Mediante el acto
simbólico del juramento sobre piedra queda garantizada la continuidad y la
preservación del orden legal, así como el castigo y el alejamiento del orden
social a todo aquel que quiebre su juramento. Precisamente el fin último de
todo ritual de poder es la comunicación, la compresión y transmisión de ese
poder a todos los asistentes al ritual a través de símbolos claros e
inequívocos, algo que se consigue -como ha recordado Gerd Althoff- mediante el
empleo de un rico repertorio de signos no verbales (ni orales ni escritos, pero
susceptibles de ser integrados posteriormente en las formas de comunicación
oral y escrita) encuadrados en el conjunto de normas por las que ha de regirse
el rito[29].
De esta manera, establecer un contacto directo con la piedra mientras se
pronuncia una fórmula solemne es un hecho casi pavoroso, mediante este acto
comparecen los poderes ocultos de la naturaleza simbolizados en la piedra, lo
que tiene una innegable repercusión en la vida pública y en la interacción de
grupos, pues como recuerda G. Schwedler: “La actuación ritual no sólo
impresiona, sino que tiene también la obligación de impresionar. Uno de sus
aspectos esenciales es la capacidad de despertar la atención”[30].
[1] Libro de Fernán Gonçález, ed. de Itziar
López Guil, Biblioteca Nueva, Madrid, 2001, pp.342-346. El poema, compuesto en
el siglo XIII, se refiere a acontecimientos del siglo X, pero además en él
perviven tanto elementos eternos del folclore y la cultura popular como de la
hagiografía, cf. J.P. Keller, “The Hunt and Prophecy Episode of the Poema de Fernán González”, en Hispanic Review, vol. XXIII, octubre 1995, nº4, 251-258; y sobre
todo A. D. Deyermond, “Folk-Motifs in the Medieval Spanish Epic”, Philological Quaterly 51, I, 1972, 36-53; pero
el Poema posee además importantes elementos de goticismo, que se remontan a la
época anterior a las invasiones con paralelos que se encuentran en la obra del
historiador Jordanes, como ha defendido R. Menéndez Pidal, Los godos y la epopeya española. “Chansons de Geste” y baladas nórdicas,
col.Austral, Espasa-Calpe, Madrid 19692, esp. 48-55 y que revisten
un claro origen oral; sobre la tradición oral de los godos en la obra de
Jordanes, vid. P. Heather, .Goths and Romans, Oxford Historical
Monographs, 1991, esp. 57-58 y 64.
[2]
Referidas por I. López, loc.cit., n.
[3] A. Deyermond, “Uses of the Bible in the Poema de Fernán González”, en D. Hook y
B. Taylor (eds.), Cultures in Contact in
Medieval Spain: Historical and Literary Essays Presented to L.P.Harvey,
King’s College London, Medieval Studies 1990, 47-70.
[4] Deyermond, “Uses of the Bible…”, loc.cit., pp. 61-62, y n. 14.
[5] Cf. S. Thompson, Motif-Index of Folk-literature, Indiana University Press 1955, en
concreto sobre el juramento de la piedra, vid. vol. V, pág. 31.
[6] Cf. Tom Peete Cross, Motif-Index of Early Irish Literature,
[7] Cf. Whitley Stokes., Tripartite Life of Saint Patrick with other documents relating to that
Saint, 2 vols., Londres 1887; y del mismo Lives of the Saints from the book of Lismore, Oxford 1890, (edición
facsimile de 1995), concretamente Live of
Patrick , c. 50, p. 150.
[8] Cf. C. Plumier, (ed.) Vita Sanctorum Hiberniae, 2 vol.,
[9] Inger M. Boberg, Motif-Index of Early Icelandic Literature, Biblioteca Arnamagnanaena,
Copenhage 1956, esp. 191
[10] Saxo
Gramático, Gesta Danorum I 2, 1 (sigo
la traducción de S. Ibáñez Lluch Historia
Danesa, Valencia 1999, p. 48).
[11] Olao
Magno, Historia de Gentibus
Septentrionalibus VIII, c.1, cito según ed. italiana de Giancarlo Monti, Olao Magno, Storia dei popoli sttentrionali.
Usi, costumi, credenze, Milán 2001; existe traducción española, O. Magno, Historia de las gentes septentrionales,
ed. D. Terán Fierro, Madrid, 1989, pág. 79; la erección de piedras (fitte) es un elemento común en el
folclore nórdico, cf. Giancarlo Monti, op.cit.,
p. 146, n. 3.
[12] Vid. John O’Donovan, Banquet of Dún na n-Gédh and the battle of May Ráth, Dublín 1842,
pág. 83; R. P.M. Lehmann, “The Banquet of the Fort of the Geese”, en Lochlann 1969 (4), 131-159, esp. 158.
[13] M.P. Nilsson, Geschichte der griechischen Religion I, Munich 1955, 201-209; cf.
también Albin Lesky, Vom Eros der Hellenen,
Gotinga 1976, p. 9.
[14]
Pausanias VIII 15, 1.
[15]
Ciertamente, no puede pensarse sino que los rituales observados por los reyes
de
[16] Ya
mencionado por Hesíodo, Escudo 122-123;
y por el autor del Himno Homérico a
Afrodita 8-9.
[17] Critias 119c.
[18] Critias 119e.
[19] Critias 120 a-b.
[20]
Plutarco, Vida de Solón 25, 3.
[21] Ps.
Aristóteles, Constitución de los
Atenienses 55, 5; cf. también 7, 1 donde se dice que “los nueve arcontes jurando junto a la piedra prometían
solemnemente ofrecer una estatua de oro si incumplían alguna ley; de donde le
que también ahora juren así”.
[22]
Atribuido a Tito Tacio por Varrón, Sobre la lengua latina 5, 74; y a Numa
por Dionisio de Halicarnaso, Antigüedades
romanas 2, 74, 2s.
[23] Ch. Harrauer, y H. Hunger, Lexikon der griechischen und römischen
Mythologie, Viena 2007, s.v. “Terminus”, 522-523; a las piedras que marcan
las encrucijadas de caminos se refiere también Teofrasto (Caracteres 16 5), cuando parodia al
hombre supersticioso que derrama su aceite sobre la piedra colocada en una
encrucijada de caminos: “Al pasar por el lado de esas piedras relucientes que
hay en las encrucijadas, vierte el aceite de su lecito y no se aleja sin antes
haberse arrodillado y haberlas adorado.”
[24] Polibio
III 25, 6-9.
[25] É.
Benveniste, Problemas de Lingüística
General, México 1974, citado por J.Mª. Jiménez Cano, “La humanización de la
lingüística estructural: los Problemas de Lingüística general de Émile
Benveniste”, en Tonos. Revista
Electrónica de Estudios Filológicos, nº 7, junio 2004, n. 3.
[26] J.L.
Austin, Ensayos Filosóficos, Madrid
1975, citado por J. Mª. Jiménez Cano, art.cit., n. 4. Agradezco al prof.
Jiménez Cano las referencias a E. Benveniste y J.L. Austin.
[27] Sin poder extralimitarnos de los objetivos de
nuestro estudio, que sólo se centra en los juramentos sobre la piedra para
poder entender el pasaje de PFG, no
podemos pasar por alto el hecho de que la existencia de piedras sagradas y su
culto es un universal en el Mediterráneo antiguo, cf. K. Galling, art. “Steine,
heilige”, en Galling (ed.) Die Religion
in Geschichte und Gegenwart VI, Tubinga 1962, 348-350, y del mismo
“Stelle”, ibid. 352-353. Con bibliografía, también para su culto en el antiguo
Israel; más recientemente U. Kron, “Heilige Steine”, en: Heide Froning
(ed.): Kotinos.
Festschrift für Erika Simon, ed. Ph. von Zabern, Maguncia 1992, pp
56–70; tanto en la mentalidad popular como en las tradiciones y sagas antiguas
la piedra conserva un misterio que pervive desde época prehistórica, se cree
que crecen como plantas de la tierra, se emplean ordinariamente para alejar
enfermedades y malos espíritus, o se emplean eventualmente como para la
adivinación, cf. Hünnerkopf, art. “Stein
I-II”, en H. Bächtold-Stäubli (ed.), Handwörterbuch
des deutschen Aberglaubens 8, ed. Walter de Gruyter, Berlín 1937, red.
2000, 380-401; asimismo útil Müller-Bergström, art. “Steinhaufen, Steinopfer,
Steinwerfen”, ibid. 406-413, y art. ”Steinigen” ibid., 413-415. Tanto en Israel (Gén. 31, 52; Gén. 35, 14; Éx.
12, 22; Éx. 20, 25) como en el mundo semita antiguo (cf. los denominados betilos a los que alude Filón de Biblos,
en Eusebio de Cesarea, Preparación
Evangélica 1, 10, 23) son abundantes los ejemplos de rocas sagradas.
[28]Émile
Benveniste, Vocabulario de las
instituciones indoeuropeas, Madrid 1983, concretamente 334-341 para el juramento
y 377-383 para el voto.
[29] Gerd Althoff, Die Macht der Rituale. Symbolik und Herrschaft im Mittelalter, WBG,
Darmstadt 2003, p. 19.
[30] G. Schwedler, “Rituale als Ausdruck von
Herrschaft”, en Cl. Ambos, S. Hotz, G. Schwedler, S.Weinfurter (ed.), Die Welt der Rituale. Von der Antike bis
heute, WBG,
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