NG200602002

DIOS Y SU CORTEJO ANGÉLICO Ocurrió hace unos diez años. Me encontraba yo entre mis libros en la habitación del convento de los Hermanos Menores Capuchinos de Salamanca, en cuya comunidad había sido acogido fraternalmen- te, cuando una llamada a mi puerta dio acceso al hermano Santiago. Acudía allí con alguna frecuencia para tratar de sus problemas espi- rituales. Nada más que se sentó frente a mí, me presentó un proble- ma que, por lo visto, le atormentaba desde hacía tiempo. “¡Pues verá, me da la impresión que estos profesores nuestros no creen en los ángeles. Ud. me inspira más confianza que ellos y me he decidi- do a venir a su habitación para pedirle una aclaración sobre este asunto”. La pregunta me resultó muy embarazosa. Yo no podía desauto- rizar a sus hermanos dedicados al estudio durante tantos años. Por otra parte, su fe inquebrantable, más dura y firme que la peña que sirve de apellido a su pueblo natal, “Ocejo de la Peña”, no podía ser perturbada por mis explicaciones. De pronto me vino una especie de inspiración. Vamos a ver, hermano Santiago, si a Ud. le dan a ele- gir entre que sea Dios el que le guarde y le proteja o que pueda confiarse a los ángeles custodios, ¿a quien se encomendaría? – “Hom- bre, a Dios, por supuesto” . Pues mire, éste es el camino. Yo también prefiero acogerme a mi Padre –¡se está tan a gusto en la casa del padre!– que a sus criados o a los ayudantes en su trabajo. “Esta explicación me satisface, porque ahora entiendo que lo más importante de nuestra fe es creer en Dios. Lo demás que haya a su alrededor me parece secundario”. Sus palabras me tranquilizaron porque me di cuenta que su fe de carbonero había sabido distinguir entre lo esencial y lo accidental. Ahora que el hermano Santiago está ya en el cielo, tendrá las cosas más claras incluso que yo mismo que voy de camino.

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