|
PROBLEMAS TEÓRICOS EN TORNO A LA PARODIA. EL “APOGEO” DE LA PARODIA
EN LA POESÍA ESPAÑOLA DE LA
ÉPOCA BARROCA[1]
Dr. Peter Ivanov Mollov
(Departamento de Estudios Iberoamericanos
Universidad de Sofia “San Clemente de Ojrid”)
I. Problemas teóricos en
torno a la definición de la parodia y sus puntos de contacto con formas afines
El fenómeno de la parodia
literaria tiene su origen en una peculiar actitud de los autores respecto al
mundo ideológico y estético de obras anteriores, orientada a revelar el envés
de este mundo; es una interpretación cómica de lo serio, un enfoque nuevo,
subversivo y ridiculizador de lo tradicional, lo
convencional, lo topicalizado. A la vez, la parodia
nace del afán de originalidad del parodista, de su deseo de encontrar su propio
camino artístico, conculcando las preceptivas, negando la autoridad
avasalladora de sus predecesores, ridiculizando los modelos consagrados.
Los inicios de la parodia
literaria se remontan a la Antigüedad clásica y desde entonces hasta nuestros
días la literatura ofrece las más variadas manifestaciones. La diversidad de
técnicas ha hecho que en los estudios teóricos la idea de lo que constituye la
parodia y, respectivamente, sus definiciones se multiplicaran desvelando nuevos
aspectos y posibilidades estéticas del fenómeno; paralelamente se han ido
forjando nuevos términos, cuya carga semántica no siempre llega a ser lo
suficientemente clara y precisa, conduciendo así a una complicación cada vez
mayor de la noción de parodia, de sus posibles clasificaciones y de su relación
con otras formas de lo cómico. V. Rangel indica, con
razón, que una de las dificultades principales con las que tropieza el
estudioso de la parodia consiste en la inexistencia de fórmulas precisas para
parodiar un texto y que el método de trabajo depende todavía de la intuición
del investigador1.
El crítico polaco Markiewicz, en su artículo “On
the Definitions of Literary Parody”2 analiza el concepto de parodia con que
operan varios estudiosos para demostrar las contradicciones que existen en el
empleo de este término. En su trabajo se hallan reunidas opiniones
completamente divergentes acerca de la distinción entre lo burlesco y lo
paródico, el travestimiento y el pastiche que
demuestran de una manera categórica la escasa claridad terminológica y la
arbitrariedad en su empleo. Papernoi, investigador y
satírico, somete a un tratamiento burlesco las tentativas mismas de definir la
parodia con exactitud, ofreciendo la siguiente definición: “la parodia es
una obra en la que el parodista parodia lo parodiado”3.
Dejando aparte la
aproximación humorística al problema, consideramos que es necesario examinar
los problemas más importantes en torno a la parodia para precisar el alcance de
los términos con los que vamos a operar en nuestro trabajo.
El teórico búlgaro Simeón
Yánev4 defiende la necesidad de rehabilitar la
idea globalizadora de la parodia, que se desprende de la Poética de Aristóteles, como una actitud dentro del sistema arte
serio / arte no
serio, una idea que a lo largo de los siglos se ha perdido por la vía de
pretender abarcar todos sus aspectos, lo cual ha llevado a su desgajamiento. El
primer impulso importante en este rumbo lo da la teoría del clasicismo que
desintegra el concepto antiguo de parodia, haciendo distinción entre la parodia,
el travestimiento, lo burlesco y el pastiche. Lo
mismo han hecho infinidad de teóricos posteriormente, complicando el problema
de la definición del término en vez de contribuir a su esclarecimiento. Simeón Yánev vuelve a la integridad del concepto como expresión de
una actitud ante el mundo o ante una obra de arte que trastrueca su valor
original, un planteamiento que nos parece correcto y lo aceptamos por su
utilidad para la aclaración del alcance del término.
Desde la Poética de Aristóteles, pasando por las
importantes aportaciones del clasicismo y del formalismo ruso hasta los
estudios contemporáneos, se perfila una condición indispensable para hablar de
parodia: es la presencia de dos planos: el de lo parodiado y el de la parodia.
Es menester aclarar en seguida que entre los dos planos ha de existir una
inadecuación intencionada, como apunta Tinyanov5
o que la función en la obra paródica de una palabra marcada por los contextos
precedentes debe estar invertida respecto a la función que tiene en dichos
contextos, según Tsvetán Tódorov6.
La parodia, pues, “desvaloriza el contenido o la forma de una obra
existente, escrita con un propósito serio o dirigido a fines estéticamente
superiores”, en palabras de Rangel7.
Lo arriba expuesto
evidencia la necesidad de una lectura doble del texto paródico, puesto que este
constituye una transformación del modelo parodiado. Creemos que es esta
precisamente la base del fenómeno de la parodia, sin perjuicio de la enorme
diversidad de técnicas, matices y grados posibles que es tanta que hasta puede
darse el caso de lo que Linda Hutcheon denomina
“parodia de fuerza positiva”8 que no es llevada por una intención
destructiva. En este tipo de parodia a menudo el enfoque paródico queda
considerablemente atenuado por una actitud benévola ante lo parodiado. Algunas
de las obras paródicas de Góngora (por ejemplo los poemas dedicados al mito de Hero y Leandro y al de Píramo y Tisbe) nos permiten confirmar la validez de esta opinión.
Citando las observaciones
sobre la particularidad de la parodia relacionada con la existencia de un doble
plano hechas por Tinyanov, Novikov
afirma que es necesario tomar en consideración también un tercer plano: el del
cotejo en la conciencia del lector del primero con el segundo9. Novikov
subraya que la imagen cómica que da la parodia a la obra parodiada es la base
sin la cual la parodia no podría existir y que cualquier otro elemento sería
facultativo y prescindible10.
En cuanto a la comicidad
como rasgo primordial de la parodia, hemos de añadir que Tinyanov
no la considera como obligatoria y señala que existen parodias serias11, una opinión válida, pues en no pocas
obras paródicas lo que persigue el autor es degradar o humillar personajes,
desvalorizar concepciones ideológicas y estéticas de otra(s) obra(s) sin buscar
un efecto humorístico. Una afirmación similar hallamos en el artículo
“Hacia la teoría de lo paródico” de Cleo
Protocrístova12.
A base de todo lo expuesto,
adoptamos el concepto de parodia propuesto por Yánev
y, por consiguiente, consideraremos como parodias todas aquellas obras
literarias a las que subyace una actitud con respecto a una(s) obra(s)
anterior(es), la cual se expresa en una transformación de su contenido y/o de
su forma que puede abarcar una rica gama de matices, desde la imitación
humorística o lúdica, la profanación y la degradación hasta la deformación y la
sátira despiadada.
Cleo Protocrístova defiende la necesidad de una
distinción entre “parodia” y “paródico”. La primera,
para ella, se reduce a la imitación burlesca de una obra; el segundo término
constituye una actitud artística que podría afectar tanto a “un hecho
artístico aislado”, como a las singularidades de la estructura de la obra
paródica misma13. Por nuestra parte, no
juzgamos necesario hacer tal distinción, de acuerdo con el concepto de parodia
que hemos adoptado.
Otro importante problema es
el de la clasificación de los tipos de parodia. Se han impuesto tres
principales criterios de clasificación: 1) según el objeto de la parodia; 2)
según la(s) finalidad(es) que persigue el parodista y 3) según el método
utilizado.
Según el objeto, la parodia
se suele dividir en tres tipos que Isaac Pasí ha
definido así: 1) parodia de obras artísticas (aquí cabe también la parodia
literaria); 2) parodia de personajes históricos; 3) parodia de ideas14. La parodia literaria, por su parte,
puede apuntar a una obra concreta, a un grupo de obras o a todo un género
literario. En cada uno de estos casos, puede afectar al plano ideológico, al
plano formal o a los dos simultáneamente.
Según la finalidad que se
han planteado los distintos autores, la parodia puede derivar hacia la sátira,
la deformación caricaturesca y/o grotesca o tener un fin meramente humorístico
o lúdico, con una amplia gama de matices intermedios.
Según el método, la mayoría
de los teóricos distinguen entre parodia burlesca y travestimiento.
La primera expone en un estilo elevado un asunto o tema “bajo”,
mientras que el segundo escoge un tema elevado recreándolo en un estilo bajo y
vulgar, o, en palabras de Isaac Pasí, en el primer
caso tenemos “un movimiento de arriba hacia abajo” y en el segundo
“de abajo hacia arriba”15.
G. Highet hace la
misma diferenciación de los tipos de parodia, pero sirviéndose de otros
términos: “mock-heroic”
y “burlesque parody”.
La primera, para él, es la que adopta una actitud fingidamente seria, un estilo
retórico, elaborado, solemne, a veces ampuloso recreando un “tema
bajo”, quedando patente la intención paródica por medio del contraste
entre tema y estilo; el segundo tipo emplea un lenguaje vulgar, ridiculizante, tratando un “tema elevado”16. El teórico habla también de parodia
formal (imitación burlesca del estilo) y material (la forma se mantiene, pero
el fondo es repugnantemente inapropiado a la forma)17.
En su estudio de las relaciones
hipertextuales, G. Genette
considera la parodia como una transformación con función lúdica, mientras que
la del travestimiento es satírica, pero sin excluir
otras funciones como la irónica o la humorística18.
Nos parece que en numerosos casos la parodia puede tener otras funciones y la
del travestimiento no siempre es predominantemente
satírica, por lo cual la clasificación citada requiere muchas salvedades.
J. Jump,
por su parte, utiliza los términos “imitación burlesca baja” y
“alta”. A la primera corresponde, según él, el travestimiento
del contenido de una obra concreta o de más de una obra; dentro de la imitación
burlesca “alta” sitúa la parodia que adopta el estilo de una obra o
autor para recrear un tema insignificante y la parodia de todo un género
literario en que los recursos estilísticos propios de este género se aplican a
un objeto bajo e insignificante19.
Semejante terminología, según la cual la parodia es un tipo de imitación
burlesca, suscita dudas y no está convincentemente argumentada.
Una clasificación
interesante es la propuesta por Golopentia quien
distingue las parodias de detalles o microtextos
(“alotextos mínimos”) y las parodias en
todos los niveles (fónico, sintáctico, estilístico, etc.) hasta llegar a la
sobresaturación (“alotexto óptimo”)20. Las manifestaciones del primer tipo
son muy frecuentes, mientras que las de alotextos
óptimos son escasas por su mayor complejidad y por exigir un grado de maestría
e ingenio mayor por parte del autor. Ejemplos de este último tipo hemos encontrado
en la poesía de Quevedo (merece destacarse el soneto Este cíclope no siciliano que parodia el estilo culto de Góngora).
Nosotros manejaremos el
término parodia refiriéndonos a ambos métodos y en los casos en que un tema
elevado se recrea en un estilo bajo hablaremos de degradación, puesto que el
término travestimiento no se ha impuesto en la teoría
y la crítica literaria española.
El tercer problema capital
acerca de la parodia es lo que la diferencia de las formas afines de lo cómico
tales como la sátira, la ironía, la caricatura, lo grotesco.
Linda Hutcheon
señala una característica de la parodia que la distingue de la sátira: la
parodia, según ella, no puede sobrepasar su intencionalidad formal, a
diferencia de la sátira que es “plus délibérément
morale”21. Northrop
Frye, a su vez, afirma que la sátira, a diferencia de
la parodia, es llevada por una intencionalidad social22. Sin pretender rebatir la validez de
semejantes distinciones, hemos de señalar que en las obras paródicas de Quevedo
hemos encontrado no pocos casos en que la parodia sí tiene una intencionalidad
social o moral y, por lo tanto, opinamos que las observaciones de los últimos
dos teóricos citados son aplicables solo con respecto a determinadas obras.
Iván Slávov,
en su estudio La ironía en la estructura
del Modernismo, señala otra dificultosa distinción: la que se hace entre
ironía y parodia. “En el arte clásico y realista –dice el crítico búlgaro– la ironía y la parodia son
susceptibles de ser diferenciadas. [...] En nuestros días esto se hace cada vez
más difícil y en ocasiones imposible: la ironía y la parodia no solo se
mezclan, sino que se reflejan en la conciencia moderna hasta el punto de
influir en su idea íntegra”23.
Aceptando esta opinión, debemos añadir que la misma dificultad concierne
también a no pocos pasajes de la poesía española del Barroco.
En cuanto a la caricatura y
lo grotesco, sus puntos de contacto con la parodia son numerosos: los tres se
combinan con frecuencia, se “apoyan” recíprocamente, y en los casos
en que se complementan, crean un todo orgánico.
A este respecto, nos parece
oportuno citar aquí las palabras de Novikov, quien
afirma que no deberíamos tratar de “encasillar” la parodia, puesto
que “ella es una sólida prueba de que la literatura no puede ser reducida
a una tabla dividida en casillas [...] y que todos los géneros evolucionan,
entablándose entre ellos complejos y tensos diálogos que en ocasiones se
convierten en conflictos irresolubles”. Creemos que el crítico ruso está
en lo cierto y nos sumamos también a la afirmación que formula a continuación,
diciendo que “la parodia ayuda a convencerse de que lo que hace falta no
es una estricta clasificación de los géneros, sino una visión polifacética de
todo el sistema de vínculos entre ellos”24.
Para terminar, citaremos a Iván Popivanov, quien, en
su Teoría de la obra literaria, hace
una observación idéntica, diciendo que “en la variedad concreta de las
bellas letras siempre se emplean las más diversas combinaciones. Trazar unos
límites de una vez por todas sería erróneo”25.
Creemos que nuestra definición de la parodia corresponde precisamente a la
concepción en que se basan las dos últimas afirmaciones citadas.
II. El Barroco español y la parodia
El estudio de la literatura española barroca es una
tarea ardua y placentera a la vez. La dificultad proviene de la complejidad y
del espíritu contradictorio que caracterizan a la época, de las múltiples
facetas de su arte tenso y desgarrado, tan tenso y tan desgarrado como lo eran
los tiempos en que nació. El investigador se enfrenta a una compleja visión del
mundo, en que se combinan, pugnando entre sí, ideales y concepciones heredados
del pasado renacentista y un nuevo sentir, cuya raíz es la desilusión del
hombre ante una realidad precaria; se deja ver la falta de nuevas ideas que
orienten el pensamiento hacia nuevos rumbos; se percibe un poderoso impulso de
infringir los cánones establecidos, una inclinación a la búsqueda de la novedad
en el artificio y la complicación estilística como medios de excitar la sensibilidad
o la inteligencia y una tendencia a prescindir de toda mesura. Debido a estas
contradicciones que le son inherentes, el arte y la literatura del Barroco
español sorprenden, fascinan, desconciertan, chocan. Pero en esto reside
también el placer que ofrecen a quien desee penetrar en su complejidad y
comprender su espíritu y su sentido.
Antes de centrarnos en lo estrictamente literario,
nos parece oportuno pasar revista a los factores de índole política, social y
económica que condicionan, en buena medida, la mentalidad del hombre –y
del escritor– de la época barroca.
Desde la segunda mitad del
siglo XVI, toda Europa Occidental y España, en particular, atraviesan una etapa
decisiva en su historia: es la época de la Reforma y la resistencia católica a esta
que crea una fuerte tensión, provocando exacerbadas pasiones religiosas, es un
período en el que la crisis espiritual se va agudizando para hacerse aún más
patente en la centuria siguiente.
La pobreza, las
enfermedades y las guerras continuas provocan un considerable descenso
demográfico y, lógicamente, conducen a un crecimiento de la tensión social. En
el caso de España, hay que añadir el progresivo debilitamiento político y la
crisis económica que vive el país. El desastre de la Armada Invencible y el
fracaso de las ambiciones imperialistas de los últimos años del reinado de
Felipe II evidencian el alcance de la decadencia. El nuevo siglo se inaugura
con la humillación de la Tregua de Doce Años (1609) y con el afianzamiento de
una tendencia de nefastas consecuencias para el país: el creciente poder de
validos corruptos. El ejemplo más drástico es la política de Felipe IV quien
dejó las riendas del estado en manos de su favorito el conde-duque de Olivares,
y este emprendió en Europa una política agresiva, cuyas consecuencias fueron
los conflictos con Italia, Francia y Flandes, los levantamientos en Cataluña y
Portugal, así como varias conspiraciones que paulatinamente condujeron al fin
del poderío español.
El absurdo sistema
económico, que se basaba en el empleo de las riquezas traídas de las colonias
para la compra de productos manufacturados a otros países, llevó al
estancamiento. Los prejuicios casticistas (recordemos sobre todo los estatutos
de limpieza de sangre) y el desprecio por el trabajo fueron los
factores fundamentales para tal situación.
Gran importancia reviste
asimismo la posición de defensora del catolicismo que asume España. Este
objetivo religioso y político a la vez aparece formulado claramente en las
siguientes palabras del conde-duque de Olivares del año 1631: “Tener por
el primer negocio de todos y anteponer a la defensa de los propios estados y a
todas las materias de estado juntas el mantenimiento, conservación y aumento de
la religión católica”26. Mas en
realidad, esta postura se concibe por las otras naciones europeas como un afán
de conquista y dominio que provoca una reacción agresiva tanto por parte de los
países protestantes como de los católicos. El resultado al que conduce esta
posición –que reviste una gran
importancia también para el desarrollo de las artes y de la literatura– es que el país queda frustrado y
marginado.
A consecuencia de esta nueva realidad
socio-política, económica y espiritual, los valores y los ideales renacentistas
van perdiendo su solidez anterior, y así la fe en el hombre, en la perfección
de la Naturaleza, en la armonía universal parece quebrantarse.
Todo ello repercute en el
campo literario, originando cambios considerables. Los temas y motivos
dominantes en la literatura española renacentista sufren una profunda
transformación debido a la sustitución de la visión idealista por una actitud
de duda, de desilusión, de burla, de rechazo.
El arte barroco es, en gran
medida, producto del desconcierto reinante, de unos sentimientos
contradictorios y de un profundo desengaño. La literatura barroca –y más concretamente la poesía,
objeto de nuestro estudio– será una proyección de este espíritu confuso de la época: será una
literatura de contrastes, de desmesura, de pasiones violentas. Los rumbos
artísticos que tomará serán bien distintos: la literatura mística y ascética
que vuelve la mirada hacia Dios, la poesía escapista e irrealista que aspira a
un frenético embellecimiento, las obras que revelan una posición estoica ante
la fugacidad de la vida y otras que defienden una actitud epicúrea, las
realistas que satirizan y fustigan las llagas de la sociedad y los vicios
humanos, las burlescas que distorsionan el sistema de valores renacentista,
complaciéndose en destruirlo, recurriendo a lo grotesco, lo repelente y hasta
lo pornográfico. Y lo más singular y genuinamente barroco es que estas
tendencias, tan diversas, contradictorias, opuestas, pueden darse en la obra de
un mismo autor. Todos los colosos de las letras españolas barrocas –Góngora, Quevedo, Calderón, Gracián–, son ejemplos emblemáticos de la nueva actitud del hombre del siglo XVII
ante la realidad de su época y los ideales del pasado.
Consecuencia lógica de las
circunstancias en que nace y se desarrolla la literatura española barroca es la
proliferación de obras satíricas y burlescas, como ha demostrado Luis Rosales27. Creemos que no se ha subrayado lo
suficiente la importancia de estas obras en las bellas letras de la centuria
decimosexta. De hecho, su proliferación viene explicada también, a nuestro
parecer, por una diferencia fundamental entre la época renacentista y la
barroca: si el Renacimiento produjo una literatura que revela una rigurosa
selección de temas, motivos y aspectos de la realidad, la del Barroco se basa
en el esfuerzo por combinarlos y contraponerlos. El Renacimiento elimina del
arte y de la literatura los aspectos negativos de la vida: lo grosero, lo
imperfecto, lo ridículo, lo asqueroso quedan excluidos del interés estético. En
cambio, durante la época barroca la vida, con todo lo feo y desagradable que
hay en ella, irrumpe en el arte. María del Pilar Palomo tiene toda la razón
afirmando que el Barroco conlleva “el descubrimiento de una realidad no
codificada por el Arte”28, una
realidad vista y reflejada directamente.
El auge de la literatura
satírica y burlesca es una importantísima manifestación de la nueva visión del
mundo, desengañada y hondamente pesimista, de los autores barrocos. Es más, la
aproximación crítica a la realidad a través del humor resulta ser una manera
extraordinariamente fructífera para que el poeta o escritor exprese su actitud
ante los defectos individuales y colectivos que observa: ridiculiza los ideales
que han perdido su vigencia, caricaturiza lo que le repugna, manifiesta su
descontento atacando con un humor destructivo la realidad, en cuyos aspectos
negativos parece encontrar su inspiración. Además, si aceptamos el conocido
postulado sicológico de que el humor es un mecanismo
de defensa del sufrimiento y que la comicidad puede ser una expresión
disfrazada de un impulso agresivo y hostil, la presencia de tantas obras
cómicas, festivas, satíricas y burlescas, justamente en la época de decaimiento
del Imperio y en la producción de autores que llevaron una vida marcada de
limitaciones dolorosas, tendría una explicación convincente. Recordemos también
las sugerentes páginas de Dámaso Alonso sobre la personalidad y la obra de
Quevedo en las que llama su poesía burlesca “válvula de escape”29 o las palabras de Francisco Ayala sobre
la personalidad del poeta, según quien “esa crueldad implacable con que
castiga al prójimo brota de su dolorido sentimiento de la miseria propia”30.
Otro factor de suma
importancia es el afán de originalidad basado en el alejamiento y la violación
de los preceptos clásicos, en la ruptura con el concepto de ponderación, en la
búsqueda de un sello propio en la ridiculización de los modelos consagrados y
en el ingenio y la expresión retorcida, considerados como unos altos valores
literarios. Muchos textos renacentistas van dirigidos a un lector culto, mas no
presentan dificultades particulares de comprensión porque no ha sido esta la
intención de su autor. En estos textos también encontramos una riqueza de
figuras retóricas, pero en su integridad estas no “estorban” la
lectura, el mensaje no tiene el propósito de confundir ni de retar las
capacidades intelectuales del receptor. La estética barroca, y sobre todo la
conceptista, que alcanza su cumbre en las formas de lo cómico, tiene otra
pretensión: la dificultad, el ingenio, la búsqueda de una ambigüedad del
mensaje que requiere la colaboración activa de un lector erudito y sutil, capaz
de descifrar el texto artístico y, salvando los escollos con los que tropieza
en su lectura, llegar a comprenderlo. Nos parece que, aparte del alarde de
ingenio, esta novedad que trae consigo el Barroco tiene que ver también con la
censura y las restricciones en los años de la Contrarreforma en contraste con
la relativa libertad de expresión en los comienzos del Siglo de Oro. De ahí la
necesidad de encubrir el mensaje mediante todos los recursos de la retórica y
la ambigüedad, como apunta certeramente Fernando Lázaro Carreter31.
Todo ello explica el hecho
de que la literatura satírica y burlesca del Barroco español sea tan
enriquecedora, original e impresionante, ofreciendo al lector un ilimitado
despliegue de agudeza conceptual –que a menudo vuelve herméticas las obras–, y un dominio extraordinario de los medios de
ridiculización y degradación. Nos parece que precisamente el campo de lo cómico
es el que mayores dificultades presenta al lector y al estudioso de las letras
del siglo XVII.
Su importancia en la
literatura española barroca queda patente también por el hecho de que hay toda
una pléyade de autores barrocos que descuellan con sus obras cómicas: los
hermanos Argensola, el conde de Villamediana,
Lope de Vega, Góngora, Quevedo, Pantaleón de la Ribera, Polo de Medina,
Francisco de Trillo y Figueroa, Juan de Salinas, Jacinto Alonso Maluenda, etc. Las dos figuras más destacadas entre ellos
son, sin duda, Francisco de Quevedo y Villegas y Luis de Góngora y Argote, unos
de los mayores genios de lo cómico no solo de su época y de su país, sino de
todos los tiempos y a escala mundial. La ingeniosidad, originalidad y
mordacidad de su lengua son verdaderamente increíbles y su dominio de los más
variados recursos de ridiculización es asombroso. Al mismo tiempo son los
máximos representantes de la parodia barroca que, como trataremos de demostrar
a continuación, tiene importantes manifestaciones en la época.
La poesía petrarquista del
Renacimiento italiano había trazado un camino para el desarrollo de la poesía y
los géneros, temas, motivos, ideas y formas consagrados por ella se habían
convertido en un canon, en un modelo a seguir. Los poetas renacentistas
españoles adoptaron este modelo, encauzando su talento dentro de las
preceptivas del petrarquismo, basadas, a su vez, en la tradición literaria
grecolatina. Con el tiempo la constante repetición de los tópicos y el
automatismo a que condujo este canon fue desgastando la poesía, llevándola
irremediablemente a su ocaso.
La literatura del Barroco
español hereda toda esta tradición estética y literaria y no la abandona, mas
la transforma y enriquece. Uno de los rumbos de transformación fue la parodia
que es, en realidad, el reverso barroco de casi todas las formas, temas y
motivos estereotipados del Renacimiento. La parodia es una especie de reacción
al idealismo anterior, una manifestación del desengaño de la realidad y,
también, una de las expresiones del cansancio estético. En el Barroco cambia
asimismo la actitud frente al concepto de imitación: si esta consistía durante
la época renacentista en el esfuerzo del artista por acercarse al modelo
clásico recreándolo, con el Barroco se transformó en una rivalidad, en un deseo
de superar el modelo, siendo una de las formas de hacerlo la de degradarlo.
Uno de los motivos más
parodiados, dada la frecuencia de su tratamiento en la lírica renacentista, fue
el de la descripción de la amada que, en la mayoría de los casos, representa su
desidealización burlesca. Si en la poesía
renacentista esta poseía una belleza perfecta, reflejo de la divina, en la
barroca se convierte en un ser absolutamente real, marcado por todos los
caracteres de su condición mortal: el autor barroco se fijará en el envejecimiento
de su cuerpo, en los estragos inevitables que causa el paso del tiempo y lo
inútil que es tratar de disimularlos, ridiculizando de este modo las tópicas
imágenes y metáforas renacentistas de la belleza femenina. En consecuencia, se
produce también un rebajamiento del sentimiento amoroso, destruyéndose por
medio de la parodia el estereotipado modelo platónico del amor idealizado. La
producción poética de Quevedo ofrece brillantes manifestaciones de
descripciones llenas de una comicidad atroz. Lope de Vega, por su parte, con un
fino humor, escribe varios sonetos dedicados a Juana la lavandera en sus Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé
de Burguillos, en los que trata con fingida dignidad temas completamente
frívolos, rebajando motivos petrarquistas ya desgastados32.
No escapan a la burla
tampoco los ideales del amor cortés, expresados en la tradición oral del
romancero viejo, ni los excesos idealizantes de los
cultivadores del romance nuevo o los convencionalismos neoplatónicos de los
romances pastoriles y la figura idealizada del musulmán en los moriscos. Los
mejores ejemplos los encontramos en la producción romanceril
de Góngora.
Esta nueva actitud ante la
tradición literaria que vemos plasmada en la poesía española barroca, viene a
ser una manifestación tanto de la desengañada y pesimista visión del mundo de
los autores de la época, como de su afán de conseguir mayor originalidad por
medio de la deformación y la ridiculización de esta tradición.
Otro blanco de la parodia
será la mitología grecorromana que se había convertido en un indispensable
acervo de temas y figuras que el arte poético explotaba al máximo; la posición
paródica del poeta barroco se manifestará aquí en una profanación de la
mitología que tanta admiración había suscitado en los autores renacentistas, en
la adopción de una nueva perspectiva desmitificadora
ante el contenido, basada, en palabras de María del Pilar Palomo, en “la
deformante luz de la caricatura”33.
Muy acertada nos parece también la observación de Helmut
Hatzfeld de que el Renacimiento “creía
seriamente en un mensaje venido de la Antigüedad y su simbolización mitológica
de las normas arquetípicas de la vida”, mientras que el Barroco busca los
valores en la experiencia vital, usando “los tradicionales modelos
humanístico-mitológicos como contraste, objetos de ironía, anacronismos
absurdos”34. Igualmente válida es la
interpretación que propone Emilio Orozco: “en el desarrollo del cuadro
mitológico comprendemos ese fuerte tirón de la vida que lo descompone y hasta
vacía de su ideal contenido”35.
Paradójicamente, esta misma
mitología grecolatina seguía considerándose como un modelo de perfección y eso
lo demuestra incluso la producción de poetas que contribuyeron a su
degradación. Ejemplos de semejante actitud ambigua nos ofrece también la obra
de Quevedo, pero el caso más emblemático es, sin duda, el de Góngora. Citemos a
este respecto su Fábula de Polifemo y Galatea,
en la que la idealización de los amantes y la belleza con que el autor recrea
el mito de su desgraciado amor alcanzan dimensiones nunca vistas y recordemos
al mismo tiempo la Fábula de Píramo y Tisbe en la que el
mito y sus héroes aparecen parodiados.
En general, durante el
Barroco abundan las parodias de fábulas mitológicas: el poema en silvas de Polo
de Medina dedicado al mito de Apolo y Dafne y sus dos romances Fábula de Pan y Siringa y A Vulcano, Venus y Marte, los dos
romances que imitan el mito de Hero y Leandro y los
otros dos sobre el de Píramo y Tisbe
de Góngora, los sonetos paródicos de Quevedo, el romance Leandro y Hero, fábula entretenida de
Francisco Manuel de Melo, algunas poesías festivas de
Baltasar del Alcázar, etc.
Robert Jammes ofrece una muestra de este cambio de
sensibilidad con respecto a los mitos clásicos en su Floresta de poesías eróticas del Siglo de Oro y Foulché
Delbosc recoge uno que otro soneto anónimo que sigue
la misma tendencia. Entre las figuras mitológicas que en estas obras se
ridiculizan, hallamos a Vulcano, “el herrero sucio” (soneto núm.
47) y a Penélope, “la bujarrona” (soneto
núm. 49). Pero quienes reciben el mayor desprecio de los sonetistas son el
niño-dios del amor y su madre Venus, los cuales aparecen tachados de
“machín dios azotado”, “lendroso”, “rapaz
mocoso”, “hijo de una gran puta”, “chiquillo
merdosillo” y “bagasa”36.
Aun siendo la parodia
mitológica barroca un fenómeno predominantemente poético, no faltan
recreaciones burlescas en prosa como La
hora de todos de Quevedo que demuestra hasta qué punto podía llegar la
deformación de los dioses olímpicos en manos de un excelente caricaturista.
La literatura del
Renacimiento español, al igual que la de otros países europeos, había producido
una poesía épica que, distanciándose de la tradición popular, imitaba el
ejemplo de las grandes epopeyas clásicas (la Eneida de Virgilio, la Farsalia de
Lucano, etc.) o modelos italianos (por ejemplo la Jerusalén liberada de Torquato Tasso). La obra maestra del género fue La Araucana de Alonso de Ercilla, inspirada en un episodio de la
conquista del Nuevo Mundo. Los autores barrocos se esforzaron por continuar el
cultivo del género épico, mas sus creaciones demuestran precisamente la falta
en su época contemporánea de motivos dignos de exaltación patriótica. Aparecen
poemas de asunto legendario-caballeresco como El Bernardo de Bernardo de Balbuena o religioso como La Cristiada
de Diego de Hojeda. Mas los ejemplos más
representativos son La Dragontea y La Jerusalén conquistada de Lope de
Vega. El primer poema narra las correrías del pirata inglés Francis Drake contra la marina española. La inadecuación del
espíritu patriótico que irradia la obra queda patente por el hecho de que en la
muerte del corsario nada tuvo que ver el heroísmo español. El segundo poema
recoge una legendaria tradición según la cual Alfonso VIII de Castilla había participado
en la Tercera Cruzada. El argumento, basado en unos eventos históricamente
falsos, desentona de la artificiosa solemnidad que satura la obra.
En cambio, en una época en
que los fracasos políticos y militares y la decadencia contrastaban fuertemente
con la gloria y el espíritu heroico del período anterior, era explicable y
lógico que proliferasen las obras en las que una actitud burlesca o satírica se
impusiera sobre el afán de glorificación. Esta nueva visión encuentra su
expresión en la parodia del estilo elevado y laudatorio del que se servían los
poetas para cantar las hazañas y victorias de otros tiempos. Brillantes
ejemplos a este respecto son la Gatomaquia de Lope de Vega, La Mosquea de José de Villaviciosa, el Poema heroico de las necedades y locuras
de Orlando el enamorado de Quevedo,
así como algunos romances de Góngora. La primera obra, una espléndida parodia
de la altisonante épica culta, relata los amores de los gatos Zapaquilda y Micifuf que pretende obstaculizar otro gato, Marramaquiz. Este rapta a la novia y la encierra en su
castillo. Micifuf asedia el castillo y salva a su
amada. El asunto heroico queda reducido al absurdo mediante la animalización de
los personajes, cuyos nombres cómicos refuerzan el efecto paródico. La misma
técnica sigue La Mosquea, una
graciosa narración de la lucha entre las moscas y las hormigas. El Poema heroico de Quevedo es una
deformación arriscada de la épica italiana, tan imitada por los escritores
españoles durante el Siglo de Oro, en la que el autor, aprovechándose de los
procedimientos típicos de estas obras, degrada el mundo de lo noble para
urdirlo en lo infrahumano. Los romances gongorinos se burlan de los ciclos
legendarios y de los romanceros morisco y carolingio.
Tampoco escapan del
tratamiento humorístico y paródico los temas existenciales. “¡Que
se nos va la Pascua, mozas, que se nos va la Pascua!”, exclama Góngora en
una letrilla invitando en tono jocoso al ser humano a que goce de los placeres
de la vida antes de que se haya convertido “en tierra, en humo, en polvo,
en sombra, en nada”, tal y como escribe en su célebre soneto que trata,
ya en tono serio, el mismo tema de la fugacidad de todo lo terreno. Y Quevedo,
dándose cuenta de lo precaria que es la vida humana, de la debilidad del hombre
y la miseria que le rodea, afirma con el desenfado naturalista que le es tan
propio que “la vida empieza en lágrimas y caca”, curioso reverso
burlesco y jocoso de la gravedad de sus reflexiones sobre la existencia humana
que encontramos en su poesía y prosa filosóficas.
También algunos clichés del
lenguaje administrativo e incluso de paradigmas estereotipados típicos de los
textos religiosos se ven sometidos a veces a distorsiones burlescas o
paródicas, aunque los dardos de la burla nunca se dirigen a la fe misma37.
Las enemistades personales
fueron otro acicate para la ironía, la sátira y la parodia. Elocuente prueba de
ello son las numerosas composiciones poéticas (descollando entre estas las de
Quevedo y Góngora, los dos grandes adversarios irreconciliables) cuyo objetivo
era desvalorizar la obra ajena38.
Trazado este panorama
general de la parodia durante la época española barroca, nos parece evidente
que la transformación subversiva de los valores consagrados viene a ser uno de
los medios preferidos de los autores para expresar la desilusión y el
escepticismo que imperan en la mentalidad y el espíritu de aquel momento
histórico. Estas características, junto con la tendencia al ingenio ya aludida,
condicionaron un florecimiento inaudito de la parodia que no volvería a producirse a semejante escala en las letras españolas.
Alonso, D. “El desgarrón afectivo
en la poesía de Quevedo”. En Poesía
española. Madrid, Gredos, pp.494-580, 1976.
Arellano,
I. Poesía satírico-burlesca de Quevedo:
estudio y anotación filológica de los sonetos. Madrid, Iberoamericana,
2003.
Ayala, F. “Hacia
una semblanza de Quevedo”. En Cervantes y Quevedo. Barcelona, Barral,
pp.235-271, 1974.
Celma Valero, M.P. “Invectivas
conceptistas: Góngora y Quevedo”. En Studia Philologica Salmaticencia,
№ 6, pp.59-61, 1982.
Cossío, J.M.
“Las rimas del licenciado Tomé de Burguillos”. Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo № III, 1921.
Elliott, J. H. El
conde-duque de Olivares y la herencia de Felipe II. Valladolid, Universidad
de Valladolid, 1977.
Foulché-Delbosc,
R. “136 sonnets anonymes”.
Revue Hispanique № VI, pp.328-407, 1899.
Frye, N. Anatomy of Criticism. New York, Atheneum, 1970.
Genette, G.
Palimpsestes. La littérature au
second degré. Paris, Seuil, 1982.
Golopentia, G.
“Grammaire de la parodie”. Cahiers
de lingüistique théorique et appliquée № VI,
pp.167-181, 1969.
Hatzfeld, H. Estudios
sobre el barroco.
Highet, G. The Anatomy of
Satire. Princeton,
Princeton Univ. Press,
1962.
Hutcheon, L.
“Ironie et parodie: stratégie et structure”. Poétique, № 36, pp.467-477, 1978.
Hutcheon, L.
“Ironie, satire, parodie. Une approche pragmatique de
l’ironie”. Poétique, № 46, pp.140-155, 1981.
Jump, J. D. Burlesque. London, Methuen,
1972.
Lázaro Carreter, F. “Quevedo: la invención por
la palabra”. En V. García de la Concha (ed.) Homenaje a Quevedo, Salamanca,
Universidad de Salamanca, pp.9-24, 1982.
Markiewicz, N. “On the Definitions
of Literary Parody”. En To Honour
Roman Jacobson. Essays on the Occasion of his 70th Birthday, vol. 2,
Novikov, V. Kniga o parodii. Моskva, Sovetskii pisatel, 1989. Libro sobre la parodia. Moscú, Sovetskii pisatel, 1989.
Orozco Díaz, E. Manierismo y barroco. Salamanca, Anaya, 1970.
Palomo, P. La
poesía de la edad barroca. Madrid, SGEL, 1975.
Papernoi, E. Za zdorovoi smej. (Opit nauchnopopuliarnava
pasobia).
Моskva, Yunost, 1964. Para una risa sana.
(Intento de un manual científico-popular). Moscú, Yunost, 1964.
Pasí, I. Smeshnoto. Sofia, Nauka i izkustvo, 1972. Lo
cómico. Sofia, Nauka i izkustvo, 1972.
Popivanov, I. Teoria na literaturnata tvorba. Sofia, Balgarski pisatel, 1987. Teoría de la obra literaria. Sofia, Balgarski pisatel, 1987.
Protocrístova, K. “Kam teoriata na parodiinoto”. Literaturna
misal, № 3, 71-91, 1985. Hacia la teoría
de lo paródico. Literaturna misal, № 3, pp.71-91,
1985.
Rangel, V. “Dos aspectos de
la parodia quevedesca”. Revista de
Literatura № XLI, pp.151-166, 1979.
Rosales, L. El
sentimiento del desengaño en la poesía barroca. Madrid, Cultura hispánica,
1966.
Slávov, I. Ironiata v strukturata na modernisma. Sofía, Nauka
i izkustvo, 1979 La
ironía en la estructura del modernismo. Sofía, Nauka
i izkustvo, 1979.
Tinyanov, U. Poetica. Istoria literaturoi. Kino. Moskva, Nauka, 1977. /Poética.
Historia de la literatura. Cine. Moscú, Nauka,
1977.
Todorov, T. “Tipología de
los hechos de sentido”. En Oswald Ducrot y Tzvetan Todorov. Diccionario
enciclopédico de las ciencias del lenguaje. Buenos Aires, Centro editor de
América Latina, 1975.
Yánev, S. Parodiinoto v literaturata. Sofia, Nauka i izkustvo, 1989. /Lo paródico en la literatura. Sofia,
Nauka i izkustvo, 1989.
[1] Resumen:
El presente trabajo está dividido en dos partes. En la primera se pasa revista
a las principales interpretaciones del concepto de parodia y sus vínculos con otras formas afines como la sátira, la
caricatura, lo grotesco. Se ha intentado llegar a una definición de la parodia
que abarque todas sus posibles implicaciones. En la segunda parte se ofrece un
panorama del Barroco español con sus
aspectos políticos, sociales, culturales y literarios para explicar el
florecimiento de la literatura
satírica y concretamente de la parodia en dicha época.
1 Rangel, V. “Dos aspectos de la parodia
quevedesca”. Revista de Literatura № XLI, p.152, 1979.
2 Markiewicz, N. “On the Definitions of Literary
Parody”. En To Honour
Roman Jacobson. Essays on the
Occasion of his 70th Birthday, vol. 2,
3 Papernoi, E. Za zdorovoi smej. (Opit nauchnopopuliarnava
pasobia).
Моskva, Yunost, 1964, 36, 1964.
4 Yánev, S. Parodiinoto v literaturata. Sofia, Nauka i izkustvo, 26-81, 1989.
5 Tinyanov, U. Poetica. Istoria literaturoi. Kino. Moskva, Nauka, 201, 1977.
6 Todorov, T. “Tipología de los hechos de
sentido”. En Oswald Ducrot
y Tzvetan Todorov. Diccionario enciclopédico de las ciencias
del lenguaje. Buenos Aires, Centro editor de América Latina, p.297, 1975.
7 Op.cit., p.151.
8 Hutcheon, L.
“Ironie et parodie: stratégie et structure”. Poétique, № 36, p.468, 1978.
9 Novikov, V. Kniga o parodii. Моskva, Sovetskii pisatel, 13-14, 1989.
10 Ibid., p.24-25.
11 Op.cit., p.201.
12 Protocrístova, K. “Kam teoriata
na parodiinoto”. Literaturna misal, № 3, 76, 1985.
13 Ibid., p.91.
14 Pasí, I. Smeshnoto. Sofia, Nauka i izkustvo, 221, 1972.
15 Ibid, p.215.
16 Highet, G. The Anatomy of Satire.
17 Ibid., p.70.
18 Genette,
G. Palimpsestes.
La littérature au second degré. Paris, Seuil, p.37, 1982.
19 Jump, J. D. Burlesque. London, Methuen,
pp.18-39, 1972.
20 Golopentia, G.
“Grammaire de la parodie”. Cahiers
de lingüistique théorique et appliquée № VI,
pp.167-181, 1969.
21 Hutcheon, L.
“Ironie, satire, parodie. Une approche pragmatique de
l’ironie”. Poétique, № 46, p.143, 1981.
22 Frye, N. Anatomy of Criticism.
23 Slávov,
24 Op.
cit., p.33.
25 Popivanov, I. Teoria na literaturnata tvorba. Sofia, Balgarski pisatel, 137, 1987.
26 Elliott, J. H. El
conde-duque de Olivares y la herencia de Felipe II. Valladolid, Universidad de
Valladolid, p.81, 1977.
27 Rosales, L. El sentimiento del desengaño en la poesía barroca. Madrid, Cultura
hispánica, pp.11-94, 1966.
28 Palomo, P. La poesía de la edad barroca. Madrid, SGEL, p.20, 1975.
29 Alonso, D. “El desgarrón
afectivo en la poesía de Quevedo”. En Poesía
española. Madrid, Gredos, p.528, 1976.
30 Ayala, F. “Hacia una semblanza de
Quevedo”. En Cervantes y
Quevedo. Barcelona, Barral, p.244, 1974.
31 Lázaro Carreter, F. “Quevedo: la invención por
la palabra”. En V. García de la Concha (ed.) Homenaje a Quevedo, Salamanca,
Universidad de Salamanca, pp.10-11, 1982.
32 Cossío, J.M. “Las rimas
del licenciado Tomé de Burguillos”. Boletín
de la Biblioteca Menéndez Pelayo № III, p.322, 1921.
33 Op.cit.,
pp.26-27.
34 Hatzfeld, H. Estudios sobre el barroco. Madrid, Gredos, p.370, 1964.
35 Orozco Díaz, E. Manierismo y barroco. Salamanca, Anaya,
p.37, 1970.
36 Foulché-Delbosc, R.
“136 sonnets anonymes”. Revue Hispanique
№ VI, pp.328-407, 1899.
37 Se pueden encontrar varios ejemplos
en el trabajo fundamental de Ignacio Arellano Poesía satírico-burlesca de Quevedo: estudio y anotación filológica de
los sonetos. Madrid, Iberoamericana, 2003.
38 La “batalla poética”
entre Quevedo y Góngora ha sido estudiada en un excelente artículo por Celma Valero, M.P. “Invectivas
conceptistas: Góngora y Quevedo”. En Studia Philologica Salmaticencia,
№ 6, pp.59-61, 1982.
|