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Desfiguración de la vida cristiana El hombre aparece en el horizonte de la existencia al nacer. La verdad es que su primera aparición no es propiamente humana. El hombre, con su nacimiento, simplemente ha quedado inscrito en el registro de los seres humanos. Deberá pasar mucho tiempo para que salgan a la superficie los rasgos propiamente humanos. Durante algunos años sus reacciones huma­ nas son simplemente potenciales. Deberá transcurrir un largo tiempo de aprendizaje para que lo potencial se traduzca en acción humana propia­ mente dicha. Es entonces cuando el hombre sale del registro obligado de los seres para convertirse en un ser humano propiamente dicho; en una existencia que se define a sí misma frente a otras posibles ofertas que le brinda la vida; en una decisión que precisa su ser ante otras posibles opcio­ nes. El hombre nace cada día en la medida en que realiza su vida cada jornada. El hombre no es una realidad lograda. Es un ser, un «objeto» en constante realización. Cuando esto cesa en el hombre, éste cesa en su existencia propiamente humana, aunque siga en él la vida biológica o fisio­ lógica del ser llamado hombre. Es la muerte anticipada del hombre al desaparecer de él la existencia propiamente humana. El hombre aparece en el horizonte de la existencia cristiana al nacer. Sobre su ser natural le ha sido concedido lo relativo a la vida y a la conduc­ ta recta. ¿A qué se refiere? l. El evangelio de Juan contesta la pregunta: Yo he venido para dar vida a los hombres, para que tengan vida en plenitud (Jn 10, 10b). Una vida que depende del poder divino. Cristo es dicho poder. Un poder directamente relacionado con la salvación: Puesto que tú le diste el poder sobre todos los hombres, que él asegure la vida eterna a todos los que tú le has dado (Jn 17, 2). El poder divino es un poder salvífico. Una 1. Este trabajo es la continuación y el reverso de la medalla del que apareció en el número anterior de Naturaleza y Gracia con el título «Configuración de la vida cristiana». Este tenía como base un texto de la segunda de Pedro que nos habla de la vida cristiana como participación en la naturaleza divina y de las exigencias que esta unión comporta para el creyente. En la amplia introducción de este nos referimos, para una ambientación necesaria, al trabajo anterior sintetizando aquellos aspectos que nos parecía necesario tener delante y que podían constituir la base para la mejor valoración de «la desfiguración de la vida cristia­ na». En cualquier caso, como para valorar ésta es necesario tener siempre delante el aspecto positivo que configura la vida cristiana, insistimos en él en todas las partes de que consta este trabajo.

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