El proceso de eliminación de los judíos, que en otros lugares de Europa se había iniciado a finales del siglo XIII y comienzos del XIV, cristalizó en la Península Ibérica, concretamente en las coronas de Castilla y Aragón, en 1492. Movidos por diversas razones de carácter político, económico, social y sobre todo religioso, los Reyes Católicos, alentados y amparados por la Inquisición, ordenaron la expulsión de los judíos de sus respectivos territorios en sendos decretos, diferentes para los súbditos de cada una de estas Coronas. Sus consecuencias se dejaron sentir a escala nacional e internacional y fueron nefastas, sobre todo para los judíos hispanos que sólo dispusieron de cuatro meses para decidir entre dos opciones: recibir el bautismo o abandonar sus casas y casi todas sus pertenencias camino del exilio.
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