REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


GANAR CORAZONES PARA LA LITERATURA: PEDRO SALINAS y El QUIJOTE
Francisco Florit Durán
(Universidad de Murcia)

 

          En el rico y apasionante panorama de la recuperación y revisión de los clásicos áureos que se lleva a cabo en la España de las primeras décadas del siglo XX destaca sin lugar a dudas la personalidad intelectual y literaria de Pedro Salinas. Los estudiosos de su vida y obra reconocen unánimes que su imagen fue, a este respcto, la de un profesor universitario entregado con pasión a la triple tarea de investigar, servir y enseñar. En acertada interpretación, Juan Marichal une las trayectorias de Salinas y Guillén al afirmar que:«Ellos dos, Salinas y Guillén ¾en su dual condición de creadores literarios y de interpretadores de la literatura¾, representan justamente la armoniosa y fecunda convivencia de la cátedra universitaria y la vida literaria en la España contemporánea»[1].

          Una vida, por consiguiente, consagrada al estudio e interpretación de los textos literarios y a la creación artística desde que en 1910 ingresara en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid para doctorarse siete años después con una Tesis sobre los ilustradores del Quijote, primer ejemplo de su sostenido amor por los clásicos. A partir de aquí la trayectoria de Salinas fue la de una continuada entrega a la creación de literaria y a la enseñanza de la literatura en un buen número de universidades y centros nacionales y extranjeros[2].

          Y es que el móvil constante de su actividad universitaria y crítica fue, por decirlo con palabras de Marichal, el de ganar corazones para la literatura española, lo que le llevó a señalar en una ocasión que «no encuentro, realmente, mejor modo de celebrar ningún libro que leerlo con amor»[3]. Se trata, por consiguiente, de un modo ¾como recuerda José Carlos Mainer[4]¾ «de identificación emocional con la literatura que, por un lado, arraiga en su materialidad de obra humana y en su significado histórico, pero que, a la vez y por otro camino de afectividad, vivifica y divulga valores que están más allá de la contingencia histórica y que actualizan constantemente el texto».

          Esta manera de acercarse al texto literario, que fue una constante en los estudios literarios de Salinas, también lo fue del Salinas profesor. En su espléndido ensayo Defensa del lenguaje el poeta madrileño expresó bien a las claras su modo de entender la enseñanza de la literatura cuando afirma lo siguiente: «Yo, sin ser filólogo, llevo cerca de treinta años en diaria y estrecha convivencia con mi lengua. Soy profesor de literatura. Entiendo que enseñar literatura es otra cosa que exponer la sucesión histórica y las circunstancias exteriores de la obras literarias: enseñar literatura ha sido siempre, para mí, buscar en las palabras de un autor la palpitación psíquica que me las entrega encendidas a través de los siglos: el espíritu en su letra»[5].

          A este respecto, son varios los testimonios que conservamos de discípulos Salinas o de personas que ocasionalmente acudieron a algunos de los cursillos por él impartidos. Merecen destacarse las palabras de Claudio Guillén, alumno de don Pedro durante seis semanas en la famosa escuela de verano de Middlebury, puesto que casan perfectamente con lo que antes se ha visto. Salinas dicta un curso sobre los principales escritores de Siglo de Oro, y así lo evoca Claudio Guillén: «Entraba en clase, se sentaba, proponía alguna broma preliminar, y sin levantarse nunca, principiaba a hablar pausadamente. Su actitud inicial era prudente. Atento en esa ocasión a los alumnos, cumplía con su deber de enseñante, proporcionando datos, edificando su explicación sobre una base firme, palbable, indiscutible. Pero luego el ritmo cambiaba, poco a poco su palabra se hacía más veloz, más abundante, algo atropellada, mientras se aceleraba el juego de las gafas, que se ponía para leer y se quitaba para mirar al público ¾entre la literatura y la vida, digamos¾, y su mirada se volvía aún más móvil e inquieta que de costumbre. Otra vez don Pedro inventaba, una vez más improvisaba, sobre aquellos grandes escritores, en torno a aquellos temas de toda la vida. Experimentábamos los oyentes, embelesados, una sensación de altura, de pureza, algo como el vuelo ascensional del espíritu»[6].

           Así las cosas, no es de extrañar que Salinas en su ineluctable empeño por formar lectores de buenos libros, por sembrar el gusto hacia los clásicos y los modernos fuera un constante defensor de la lectura ¾título, por cierto de uno de sus ensayos¾, del conocimiento directo de los textos. De ahí que fuera preocupación medular del Salinas filólogo el buscar los medios, los caminos de acceso a las obras para todo tipo de lectores. Resulta altamente significativo, a este respecto, lo que recuerda Marichal[7] del plan de edición triple de los clásicos españoles que fue alentado por Menéndez Pidal y hecho ley más tarde, en 1936, por el gobierno español, gracias a las gestiones de Américo Castro. La guerra también cortó este intento de acercar la literatura a los lectores, pero el plan ofrecía no poco interés: a) un tipo de edición de carácter crítico, con abundantes notas filológicas y textuales. b) Otro tipo que conservara el mismo cuidado textual, pero pensada para estudiantes, más ligera de aparato crítico. c) Por último, otra destinada al público lector en general que ofreciera un texto pulcro, pero muy ligera de notas o, incluso, sin ellas. Lo cierto y verdad es que si contemplamos el panorama editorial de clásicos este esquema cabe encontrarlo hoy día en las diferentes colecciones.

          En cualquier caso, aunque este ambicioso proyecto no saliera adelante, Salinas sí que tuvo ocasión de dirigir una colección de textos clásicos, fruto de su colaboración con su antiguo amigo José Bergamín: la colección Primavera y flor, que en el inicio de los años cuarenta resucitó la editorial Séneca de México con el propósito de continuar la iniciada en el Madrid de la preguerra[8]. No cabe duda de que una de las mejores contribuciones y de más honda significación de la serie fue el titulado Maravilla del mundo de fray Luis de Granada, con selección y prólogo de Pedro Salinas[9]. En ella se ofrece al lector un tomito de buena y entretenida prosa, escrito con sencillez y elegante llaneza, tal vez por ello no consideró Salinas conveniente añadir nota alguna puesto que el español de fray Luis es llano y claro para cualquier lector. Esta es, en mi opinión, un buen ejemplo de la manera saliniana de ganar corazones para la literatura española: ofrecer a curioso lector un texto bien editado que le mueva a leer otras obras, a formarse un gusto literario.

           Tal manera presidió siempre la labor crítica de Pedro Salinas. Resulta, a este respecto, muy interesante la respuesta dada a la pregunta del profesor Blecua, en una entrevista realizada en Middlebury el año 1950, sobre cuál debe ser la posición del crítico ante un poema: «Yo, profesor de literatura de oficio y crítico de afición, defiendo siempre al lector. Se olvida muy fácilmente desde los zancos de la pedantería profesoril que el poema ha sido escrito para ser leído y vivido por un lector. Esta relación, por tanto, es sagrada, y el crítico debe intervenir en ella con todo género de delicadezas. La función del crítico es aproximar el poeta al lector y no encaramarse sobre ellos y que le sirvan de escabel para su vanagloria»[10].

          Así fue la tarea que llevó a cabo a lo largo de su vida nuestro poeta del 27, la de aproximar el escritor al lector para que éste viva en su corazón y en su inteligencia la obra para él escrita por el poeta e interpretada por el crítico. Y es que para Salinas lo fundamental es que el autor, ya sea clásico o contemporáneo, actúe vitalmente sobre el lector: «El valor de los clásicos ¾dice en uno de sus artículos¾ es su valor vital. Si el Quijote vale algo, no es por lo que en él veamos los profesores, o los cervantistas, o los eruditos, o los académicos, no. El Quijote vale, únicamente, por su capacidad de infundir vida; de suscitar raudales nuevos de vida en cada uno de sus lectores»[11]. Considero que estas últimas palabras de Salinas son la cifra y razón de su pensamiento en torno a los clásicos. Para él la clasicidad de una obra viene dada, por encima de todo, en función del valor vital encontrable en ese texto clásico; de modo que sólo los libros que infundan vida en los corazones de los lectores serán tenidos por clásicos; e infudir vida, suscitar raudales nuevos de vida, significa despertar la inteligencia del lector, mover su conciencia, sacarle de su poltrona existencia y airear su mente, en suma, hacerle sentir y pensar. Claro está que de poco sirven los clásicos si permanecen en la oscuridad de los anaqueles, olvidados de todos. De ahí que, como proyección lógica de ese amor por los clásicos, Salinas dedicara buena parte de su esfuerzo intelectual y de su producción crítica a la noble empresa de recuperar y acercar los escritores de los siglos XVI y XVII a sus contemporáneos.

          El corpus saliniano de estudios sobre Literatura Española del Siglo de Oro está formado por un conjunto heterogéneo de ensayos, conferencias, ediciones, artículos en revistas científicas y en periódicos, participaciones en congresos, en suma una amplia obra crítica propia de un estudioso de nuestra literatura, que el poeta del 27 elaboró a lo largo de los años como muestra de su permanente interés por los clásicos españoles: desde Garcilaso de la Vega hasta Góngora[12].

           Como no podía ser de otro modo, Pedro Salinas no permaneció indiferente ante la obra cumbre de la narrativa española. Su interés por el Quijote tiene la misma intensidad y pasión que la mostrada por el resto de sus compañeros de grupo poético. Recuérdense, por ejemplo, las páginas que a Cervantes dedicaron Dámaso Alonso, Manuel Altolaguirre, José Bergamín, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Gerardo Diego y Jorge Guillén[13].

          Cinco fueron los artículos que Pedro Salinas escribió sobre la novela cervantina. Aparecieron entre los años 1945 y 1952, por lo que dos de ellos ¾«La mejor carta de amores de la literatura española» y «El polvo y los nombres», que son de 1952¾, vieron la luz muerto ya el poeta. Aunque son conocidos los lugares de publicación de los mismos, así como las fechas concretas de aparición, acaso no resulte ocioso volver a recordar tales datos por su especial significación. El primero en aparecer fue «Don Quijote en presente» en la Revista de las Indias (Bogotá), noviembre de 1945; de 1947 son «Lo que debemos a Don Quijote» (Revista de la Universidad Nacional de Colombia, nº 10, noviembre), y «Don Quijote y la novela», original español del artículo que aparece en The Nation, el 20 de diciembre; por lo que se refiere a los antes mencionados de 1952, «La mejor carta...» se publica en el número homenaje a Pedro Salinas preparado por la revista portorriqueña Asomante; mientras que «El polvo y los nombres» se imprime en la revista mejicana Cuadernos americanos[14]. Todos los trabajos, por consiguiente, salen en publicaciones extranjeras, aunque casi todos se acogen a las prensas hispanoamericanas. Es bien conocida la voluntad mostrada por Salinas desde 1936 para que ni una línea suya viera la primera luz en tierras españolas mientras que no llegara la democracia a nuestra patria. 

          En muy pocos años, por consiguiente, si nos olvidamos de su Tesis Doctoral, el autor de La voz a ti debida redacta su contribución a los estudios cervantinos. Claro está que no se trata de eruditos y canónicos artículos filológicos acerca de la novela del Quijote, entre otras cosas porque la propia índole del Salinas crítico casaba muy mal con una manera de acercarse a los textos hecha a base de indigesta erudición. Por totro lado, el ámbito en el que aparecieron y el motivo de su redacción, y ahora voy a ello, los convierten en breves ensayos, algunos de ellos de alto contenido poético, que pretenden con sensibilidad y lucidez mostrar a un lector medio los encantos de la novela cervantina. Téngase en cuenta, por ejemplo, que el titulado «Lo que debemos a Don Quijote» fue en su origen una conferencia pronunciada en diversas ciudades colombianas, peruanas y ecuatorianas en 1947, con lo que su condición de pieza destinada a un público necesariamente heterogéno en cuanto a formación y conocimientos le libra de todo posible academicismo[15].

          Lo cierto es que 1947, año en el que conmemoraba el cuarto centenario del nacimiento de Cervantes, fue para el ensayista y profesor Salinas su año cervantino. De ello quedan interesantes testimonios en las cartas que por aquel entonces le escribía a su fiel corresponsal Jorge Guillén: «Ando muy atareado ¾dice en una carta de 5 de noviembre de 1947¾ porque del centenario de Cervantes les ha entrado a los Colleges y universidades la manía conmemorativa. A mí me invitaron a la Universidad de Oklahoma, y voy la semana que viene a dar una conferencia en inglés y dos en español. Y estoy acabando también un artículo breve para The Nation[16] que me lo ha pedido»[17]. Y en otra del 3 de enero de 1948 se lee: «Yo no hago nada. Pequeñas chapuzas. Publiqué en The Nation un artículo sobre el Quijote, que me pidieron, claro. Esta semana que viene voy a dar una conferencia en Hood College, cerca de aquí. Y en febrero iré, por fin a Oklahoma, a dar tres. El centenario de Cervantes nos ha traído esta bonanza. Yo acepto porque me pagan, y no te puedes figurar lo imperiosa que se hace la cuestión económica, con el alza en el coste de la vida, verdaderamente terrífica»[18]. Creo que no debemos sorprendernos ante esta sincera manifestación de venalidad, ante la abierta expresión de que el centenario de Cervantes le ha traído una cierta y pasajera bonanza económica, puesto que, por un lado, el duro exilio y su propia condición de professor y scholar le obligaban a cumplir con una serie de obligaciones y compromisos, y por otro, es obvio que Salinas no se interesa por el Quijote a raíz del centenario y, en fin, lo que hoy día cuenta es el fruto literario de ese annus admirabilis.

          Y el fruto más precioso es el artículo-conferencia que lleva por significativo título «Lo que debemos a Don Quijote», que pretende ser una especie de balance del Quijote con el propósito de señalar la deuda que todos tenemos contraída con la inmortal novela. Para tal fin Salinas se dedica a desentrañar con claridad, sabiduría, sensibilidad y, sobre todo, con esa admirable capacidad saliniana para mostar los valores de una obra literaria, lo que hay de perenne en la obra cervantina. En su opinión debemos al Quijote, en primer lugar, un nuevo concepto de novela puesto que su autor crea la novela summa, aquella que recoge todas las aspiraciones de lo humano para ofrecer una visión del mundo de mucho más alcance y de más profundidad que lo que hasta el momento se podía encontrar en los textos narrativos. El Quijote es, en segundo lugar, el gran drama de su protagonista ante una sociedad que ya no es ni la pastoril ni la caballeresca, sino la auténtica sociedad, la nuestra, nuestro pueblo y nuestra tierra. He aquí, entonces, otra inmensa novedad en el concepto de lo novelístico, que es la de situar a la novela en su verdadero terreno. Esto no quiere decir, sin embargo, que el efecto final del Quijote sea realista, propio de un arte simplemente reproductivo. Para Salinas, y aquí aparece la tercera novedad, Cervantes trae a la novela moderna el sentido trascendente de la realidad, el sentido simbólico, lanzádonos mucho más allá de la aventura, de la trama, del personaje.

          No menos innovadora es la visión que nos da el autor aurisecular de la naturaleza humana, que es lo que se llamaría la ineludible unión en nosotros de todo lo que tiene de mejor y de peor, de posibilidad de salvación y de perdición, nuestra propia naturaleza. Ahora bien, ese individuo dual ha de vivir conforme a normas, y Cervantes trae al Quijote a un hidalgo cuya norma suprema de vida es la bondad, y no sólo eso, sino que pretende que todos los hombres sean buenos unos con otros. Ante este hecho Salinas no puede por menos que admirar la maravillosa concepción de los actos humanos que propone el escritor alcalaíno.

          Queda, no obstante, una última maravilla en esta novela. Y es el hecho de que «Cervantes ¾en palabras del propio ensayista¾ no nos dice en ninguna parte que don Quijote es bueno, ni que Sancho es malo. No; los pone a caminar y nos deja a nosotros en perfecta libertad de conciencia para que sintamos simpatía por el uno o por el otro, para que creamos que don Quijote está loco o no lo está. En suma, para que estemos a cada instante ejercitando la prodigiosa capacidad de elegir y de preferir»[19]. De este modo Salinas desentraña la clave del arco de la novela cervantina que no es otra que la invitación a la libertad, a que el lector utilice su inteligencia (Intellectum tibi dabo), su raciocinio, que colabore activamente con el autor. Tal es, para el poeta del 27, el mérito singularísimo entre todos lo que adornan esta primera novela moderna.

          De tenor parecido, aunque no igual, son otros dos artículos cervantinos: «La mejor carta de amores de la literatura española» y «El polvo y los nombres». En ambos Salinas lleva a cabo una poética glosa de dos conocidos episodios del Quijote de 1605: el de la epístola que el hidalgo escribe a Dulcinea cuando su penitencia en Sierra Morena (I, 25) y el de la aventura de los rebaños confundidos por ejércitos en lucha (I, 18). No se trata, en consecuencia, de eruditos trabajos que engrosen la bibliografía crítica sobre Cervantes. Son, en sustancia, tal y como apunta Mainer «dos lecturas dirigidas donde se trata de que el texto rinda su máxima virtualidad: ya sea al complacerse con las fintas entre la verdad y la mentira que trenza el episodio de la carta, como llevar el humilde polvo manchego al enaltecimiento de aquel «polvo enamorado» que cierra el sobrecogedor soneto de Quevedo»[20].

          Ambos son, ciertamente, acabados y perfectos ejemplos de la manera saliniana de abordar a los clásicos, la misma que aparece en su ensayo sobre Garcilaso de la Vega en La realidad y el poeta, que no es otra que el afán por indagar en los textos el valor vital, por manifestar con claridad que la literatura es vida capaz de transformar las almas de los lectores. Y es que Pedro Salinas, como el resto de sus compañeros de grupo, vivieron los libros con verdadera pasión, fueron vida, de ningún modo una cosa fría, libresca, superficial. Por ello nuestro poeta supo como pocos desentrañar los raudales de vida que corren por la novela cervantina.



[1] Juan Marichal, Teoría e historia del ensayismo hispánico, Barcelona, Seix Barral, 1957, pág. 336. Hay reedición en Madrid, Alianza Editorial, 1984.

 

[2] Recoge las andanzas docentes de Salinas la hispanista canadiense Jean Cross Newman en su libro Pedro Salinas y su circunstancia. Biografía, Madrid, Páginas de Espuma, 2004.    

 [3]Pedro Salinas, «Lo que debemos a don Quijote», en Ensayos completos, Madrid, Taurus, 1983, tomo III, pág. 51.

 

 [4]José Carlos Mainer, «Salinas, crítico», Revista de Occidente, nº 126, Noviembre de 1991, págs. 107-119

 

[5] Pedro Salinas, El defensor, Madrid, Alianza Editorial, 2002, págs. 284-285.

 

[6] Claudio Guillén, Entre el saber y el conocer. Moradas del estudio literario, Valladolid, Universidad de Valladolid-Fundación Jorge Guillén, 2001, pág. 32.      

 

 [7]Juan Marichal, Teoría e historia del ensayismo hispánico, p. 308.

 

[8]Da cuenta de esta importante empresa editorial Daniel Eisenberg en su artículo «Las publicaciones de la editorial Séneca», Revista de Literatura, XLVIII (1985), págs. 267-276. También resulta muy útil el libro de Gonzalo Santonja, Al otro lado del mar. Bergamín y la editorial Séneca (México, 1939-1949), Barcelona, Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg, 1997.

 

[9] Hay reedición con nota previa de Antonio Gallego Morell en Granada, Editorial Comares, 1988.

 

[10] José Manuel Blecua, «Una charla con Pedro Salinas», Ínsula, 70 (1951), pág 2. El ejercicio crítico de Pedro Salinas ha sido estudiado por José María Pozuelo en su artículo «Pedro Salinas, crítico literario», Lingüística Española Actual, XIV (1992), págs. 107-125. No menos interés tiene la respuesta de nuestro escritor a la pregunta de Blecua: «¿Qué libros lee ahora con más placer?». Salinas responde que relee mucho y que «nunca he leído con más gozo que ahora ciertos clásicos españoles, por ejemplo, el Quijote, o en busca de sabor de idioma, las obras de Bernardino de Sahagún o del Padre Sigüenza».

 

[11] Pedro Salinas, «Lo que debemos a don Quijote», pág 52.

 

[12] Un inventario de la obra crítica saliniana puede encontrarse en el libro de Alma de Zubizarreta, Pedro Salinas: diálogo creador, Madrid, Gredos, 1969, págs. 374-379; y en el de Emilia Zuleta, Historia de la crítica española contemporánea, Madrid, Gredos, 1974 (2ª ed.), págs. 276-282. Debe tenerse en cuenta, asimismo, la cronología bibliográfica que figura en el tomo primero de los Ensayos completos, págs. 37-44.

 

[13] Los escritos de estos autores sobre Cervantes los ha recogido Ana Rodríguez Fischer en Miguel de Cervantes y los escritores del 27, Suplementos Anthropos, 16 (julio-agosto 1989). Véase también el artículo de Margarita Smerdou Altolaguirre, «Cervantes en la generación del 27. Esbozo de un libro», en las Actas del II Coloquio Internacional de la Asociación de cervantistas, Barcelona, Anthropos, 1991, págs. 273-279.

 

[14] Todos ellos figuran en el tomo III de la edición de los Ensayos completos,págs.  51-110.

 

[15] De ello se percata su amigo Jorge Guillén cuando en una carta, fechada a 20 de julio de 1948 le dice: «Teresa me ha leído la conferencia que diste en Bogotá sobre el Quijote. ¡Hermosa pieza! Da gusto: sin filosofías de filólogo se puede entender el Quijote.» Tomo la cita de Pedro Salinas/Jorge Guillén, Correspondencia (1923-1951), edición de Andrés Soria Olmedo, Barcelona, Tusquets, 1992, pág. 450.

 

[16] «Don Quixote and the Novel», The Nation, 20 de diciembre de 1947. El original español en Ensayos completos, tomo III, págs. 66-70.

 

[17] Pedro Salinas/Jorge Guillén, Correspondencia, pág. 426.

 

[18] Pedro Salinas/Jorge Guillén, Correspondencia, págs. 434-435.

 

[19]Pedro Salinas, Ensayos completos, tomo III, pág. 64.

 

[20]José Carlos Mainer, «Salinas, crítico», págs. 115-116.